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Filosofía desde la trinchera

 

La civilización occidental es heredera del llamado milagro griego. Este milagro es el de la aparición del pensamiento racional, lo que podemos llamar la tradición crítica, como lo hacía Popper. Hay una unión entre el surgimiento de la filosofía o el pensamiento racional y la democracia. No en vano el esplendor de la filosofía en Grecia tiene lugar en la democracia ateniense. Filosofía o pensamiento y democracia van unidos íntimamente. El presupuesto de la democracia es el diálogo y éste es posible cuando se parte de la situación de la tolerancia en el sentido ilustrado. La virtud de la tolerancia es la aceptación de la posibilidad de estar equivocado. Su presupuesto epistemológico es que nadie es poseedor de la verdad, por tanto, la verdad es fruto de la conquista de la comunidad de los hombres libres a través del diálogo. El diálogo significa que la razón es lo común, no está de parte de nadie, es el vehículo que nos encamina a la búsqueda de la verdad y de la virtud. La tolerancia, a su vez, se basaría, en la virtud del respeto. Si uno admite el diálogo es porque considera al otro como otro yo con capacidad de pensar por sí mismo y, por ello, con capacidad de tener razón. Si entro en diálogo con él puedo enriquecerme y juntos acercarnos progresivamente a la sabiduría. Es decir, el respeto es la consideración de la persona como un fin en sí mismo. Pero el respeto no es el de las opiniones, esto último es una degeneración de las democracias que pone en peligro su propia esencia. El único respeto es el de las personas, sus ideas y opiniones son discutibles. En las democracias desgastadas que vivimos se intenta establecer por parte del poder, y se ha asumido como algo incuestionable, el respeto de las opiniones. Todas las opiniones serían respetables. Esto es harto peligroso, pero al poder político le interesa. Suponer que todas las opiniones son respetables es suponer que todas tienen el mismo valor epistémico, y esto es literalmente falso y ético-políticamente peligroso. Hay ideas y opiniones absolutamente equivocadas y peligrosas socialmente, y deben ser combatidas. Las ideas y opiniones están para ser discutidas y debatidas por el arma de la razón, que es aquello que tenemos en común en el diálogo. Pero esto exige que seamos ciudadanos, personas. Es decir, individuos con capacidad de pensar por sí mismos. Pero esto al poder político no le interesa; por el contrario, le interesa más, el relativismo, de esta forma sus opiniones se escapan a la crítica. De ahí que no exista ningún tipo de debate parlamentario. El parlamento es un diálogo de sordos. Ahora bien, si toda opinión es respetable e igualmente verdadera, la que triunfa es la opinión del fuerte, de aquel que tiene el poder político. Por eso al poder le interesa este relativismo, para tener las manos libres y para producir ciudadanos sumisos; esto es, borregos perfectamente domesticados. De este modo las democracias actuales se están deslizando peligrosamente hacia un nuevo tipo de autoritarismo enmascarado de democracia en el que impera el pensamiento único políticamente correcto; es decir, la ausencia de pensamiento. La democracia exige la libertad y no hay libertad sin conocimiento ni diferencia.

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