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Filosofía desde la trinchera

 

Es un tópico ya el preguntarse sobre el papel de los intelectuales en la sociedad. Lo primero que habría que hacer es definir o aproximarse al sentido de lo que podemos entender por intelectual. A mi modo de ver, y en esta primera acepción sigo a Popper, el intelectual es el que se las tiene que haber con las ideas. Es el que trata con las ideas. Sus objetos de trabajo son éstas. No hace falta que escriba, y que participe con sus juicios morales en la sociedad. Pero esta aproximación al término intelectual me parece muy precaria y que sólo persigue ser aséptica y no polémica. Por intelectual siempre hemos tenido la idea de referente moral, si bien, no en los actos, esto corresponde al profeta o al santo, sí, al menos en las palabras. De ahí que Séneca dijese que los demás hiciesen lo que él decía, no lo que hacía, porque él era filósofo, pero no sabio.

 

            Pero lo que ocurre hoy en día es que la figura del intelectual, desde el punto de vista ético político está en crisis. Yo creo que la razón reside en el posmodernismo que nos lleva al relativismo epistemológico y moral. Por otro lado vivimos en una sociedad en la que el valor máximo es el éxito y la eficacia, valores absolutamente contrarios a la solidaridad y la búsqueda de justicia. El relativismo que subyace a nuestra sociedad proclama el fin de los grandes relatos que pretenden dar un sentido a la historia. De esta posición surge la imposibilidad de defender ninguna idea, porque todas son iguales. Por tanto, el intelectual se reducido a la arbitrariedad del relativismo de las opiniones. Todo vale, todo se puede decir. Pero esto es un juego que interesa al poder. En esta coyuntura el intelectual, o bien, se recluye en su despacho y se dirige sólo a la academia, o se hace un intelectual orgánico y funciona como ideólogo de un partido. Las dos opciones desvirtúan lo que es un auténtico intelectual. Yo me considero un ilustrado, como decía Popper, el último filósofo tambaleante de la ilustración. Por ello pienso en la consecución de los ideales humanos representado por los valores de la igualdad, la libertad y la fraternidad. Y considero que la razón es el instrumento que nos libera de la superstición y del engaño del poder, económico y político fundamentalemente. Y después de dos siglos de la ilustración he aprendido que la razón es limitada, que no hay sentido de la historia humana, ni del hombre, que el único sentido es el biológico. Pero he aprendido también, que todo progreso ético político de la historia –cuyo único fundamento es el pragmático histórico-  se debe a una serie de descubrimientos, de inventos que nos han hecho vivir mejor en la medida en la que podemos luchar por una sociedad más justa. Tenemos un ideal, una utopía inalcanzable, crear una sociedad cosmopolita de hombres libres, con un estado que administre esta libertad. Si los intelectuales claudican frente a esta labor, el mundo seguirá la deriva del pragmatismo económico y con él, el de la injusticia social. Las ideas tienen consecuencias y el papel del intelectual es el de analizar las ideas y ver sus consecuencias. Creo que el sentido del intelectual es el del disidente. Hay que estar contra toda forma de poder. Porque el poder por sí mismo tiende a anquilosarse, a perpetuarse y a eliminar la libertad. El intelectual debe siempre traer aire fresco, aires de libertad.

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