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Filosofía desde la trinchera

 

 

                                   03 de noviembre de 2009

 

            Ya hemos hablado aquí del libro de Broncano y de su categoría para entender al hombre como ciborg, y en calidad de tal entenderlo como un ser de fronteras. A mi me gusta también llamarlo un ser en construcción, que es lo característico de los hombres de frontera. El libro se hace paulatinamente más interesante y para llegar al final a unas reflexiones sobre el poder, que es uno de los temas que más me fascinan, muy interesantes. La cuestión del poder es crucial para entender por qué falla la democracia. La naturaleza del poder hay que entenderla tanto en el que tiene el poder como en aquel que delega su poder en otro. Antes de adentrarse en estos temas Broncano quiere esclarecer, como sabemos es lo que el piensa que debe hacer el intelectual, cómo se constituye la mente del hombre moderno. En primer lugar hace una reflexión sobre la imagen y los signos a partir de la cual se entreve algo de lo que hablaremos en otro lugar, que la percepción es construcción de la realidad, esto no quiere decir que el conocimiento sea subjetivo. Pero, como digo, de esto ya hablaremos. El pretexto de la reflexión sobre la percepción de signos, símbolos e imágenes, es entender qué es lo que ocurre cuando comienza la modernidad. Dos son los polos sobre los que va a reflexionar que aquí sólo señalo de pasada. Las Meninas y El Quijote. No hace una reflexión sobre el contenido y e significado de estas obras, sino qué es lo que ha cambiado y como a partir de ellas se constituye la modernidad y con ella una nueva forma de entender el mundo y de narrarlo. Lo que ha aparecido, como con Descartes, es la aparición del sujeto, la subjetividad, como epicentro de la narración. Pero este yo es un yo que se vuelve sobre sí mismo, un yo reflexivo, que se autoconoce. Esa es la gran novedad, y lo que hará que emerja la modernidad. Esa modernidad nos lleva directamente a la ilustración en la que la afirmación del yo es la afirmación de la razón con la que el hombre puede verse libre de la opresión del poder: el clero y la nobleza. Es una autoafirmación que nos lleva a la liberación. Pero en el hombre y en la historia de la humanidad todo es más complejo. Tras la ilustración se producen dos salidas en el siglo XIX, una es la respuesta de los nacionalismos irracionales basados en la construcción de una identidad nacional que parte del mito de unos orígenes idílicos. Otra es el marxismo que pretende describir la historia como un proceso determinado por la materia de la misma y que nos llevará a una última revolución con la que se alcanzará la emancipación de la humanidad. Esta salida también es mítica, se basa en el mito del progreso y la concepción lineal de la historia con un comienzo y un final en el que se produce la salvación del hombre. Ambas respuestas nos llevan a las grandes catástrofes del siglo XX. Pero las catástrofes del siglo XX no sólo se explican por estos movimientos filosóficos en los que juega un papel fundamental el poder. Hay otra forma, más sutil a partir de la cual también caemos en los totalitarismos: las democracias burocráticas y liberales. De alguna manera, recuerdo esto, para aclarar lo que viene después, toda forma de poder es una forma de exclusión o de adaptación, o nos rebelamos o seguimos al poder, pero el caso es que no podemos seguir ninguno de estos dos caminos al completo. Este es el sentido de que el hombre sea un ser de frontera, recordemos el western y el pistolero solitario que ha llevado la ley, civilizado, lo salvaje, pero cuando ésta se institucionaliza, lo excluye, el héroe cae en el absurdo de la burocracia. Por eso en el siglo XX se pierde el discurso utópico y surgen las utopías negativas, el desencanto y el desengaño, tanto en la literatura más clásica como en la de género de ficción. Y el caso es que éste poder que excluye tiene lugar al amparo de las democracias liberales que han surgido de la defensa de la idea de igualdad y libertad y que se han desarrollado a la par que la tecnociencia y la industria.

 

            En este sentido es muy interesante señalar a tres autores que tratan de alguna manera el sinsentido de la existencia, la inadaptabilidad del individuo al orden social establecido, lo absurdo, pero, a la vez, lo imprescindible de este orden. El primero y mi favorito es kafka, en su obra captamos la imposibilidad de adaptarse, la imposibilidad de la comunicación, la institucionalización del poder como algo que funciona implacable y autónomamente, frente a lo que el individuo no es nada, es absorbido por el sistema. Las democracias han inventado el mecanismo por el cual los individuos se transforman en masa amorfa y pierden su identidad. La cuestión fundamental es si hay alguna forma de resistencia. Las obras de Kafka que describen esta realidad son tremendas, La metamorfosis, el protogonista se despierta un día transformado de tal manera que a partir de entonces es un extraño. Tenemos la soledad y la exclusión, y, al final la incomunicación absoluta. El Castillo, con el agrimensor, “hemos decidido que tu profesión ya no existe” y El proceso, un proceso absurdo contra alguien que no sabe qué crimen ha cometido y que lo convierte en un extraño, en anatema, un juicio en el que todos son jueces y la sentencia es firme desde el principio. ¿Qué podemos hacer ante esta situación? Estas obras describen la realidad social, la estructura más profunda del poder que, por un lado, domestica y por otro anula, pero poder que es imposible sin el consentimiento del vasallo. Los otros dos autores para analizar, que sólo mencionaré son Anna Arendt El origen de totalitarismo y Proust En busca del tiempo perdido. Para mi la cuestión fundamental reside en cómo llegamos al consentimiento del pueblo de tal manera que hace a éste vasallo. Y esto es lo fascinante del poder. Creo que todo arranca de la propia naturaleza biológica del hombre como animal social que es, y a su vez, jerárquico. Lo que ocurre al establecer las relaciones de poder es que una minoría domina a la mayoría cuando la mayoría es la que, en principio, tiene la fuerza. Por qué la mayoría se doblega y acaba cediendo todo el poder. Lo que ocurre en este caso es que el pueblo, ante el poder deja de ser pueblo y se convierte en masa, por eso no hay rebelión, hay obediencia y sumisión. Pero lo curioso y lo que me fascina es que esa conversión radical, que lleva aparejado el que dejamos de ser personas, sujetos libres y autónomos, se produce de una manera natural y automática. Y es aquí precisamente donde reside la explicación biológica que he adelantado antes. Es nuestra propia naturaleza biológica, como seres tribales la que explica el hecho de que algunos busquen el poder y lo ejerzan y el que la mayoría obedezcan convirtiéndose en una masa acrítica. Y aquí hay un problema fundamental y de gran calado, ni la ilustración con su promesa de educación universal como camino hacia la libertad, ni la democracia como vehículo político para garantizar la libertad y la igualdad están exentas de este mecanismo del poder del que hemos hablado. Quiero decir con esto que la imperfectibilidad de la democracia tiene un origen antropológico-biológico. En las democracias el pueblo deja de ser tal y se convierte en masa indiferencia y conforme siempre a los dictados del poder. Es más, en las democracias al diluirse el poder en formas muy abstractas hace posible que el pueblo en tanto que masa no encuentre a quién dirigir la rebeldía. El poder se ocupa únicamente de mantener al pueblo en estado de masa e inconsciencia, manteniéndolo en la caverna de las apariencias, mostrándole que es libre e igual y que manda él, cuando en realidad es un esclavo al servicio de las formas del poder. No hay pues escapatoria. La democracia es otro invento más de adocenamiento. La rebeldía se torna imposible. De todas formas hemos dicho que el hombre, en tanto que ciborg es un ser de frontera, en construcción, más tarde veremos qué puede significar esto y si esto es una puerta hacia cierta esperanza.

 

            Por otro lado, la educación no es tampoco ninguna garantía para luchar contra el poder. El sentido ilustrado de la educación y la búsqueda del saber y el conocimiento era bien intencionado, pero siento decirlo, tremendamente ingenuo. La educación, y máxime, reglada por el poder, no es ningún mecanismo de liberación. Es una forma de autoritarismo débil por la que el estado crea individuos adaptables a la sociedad que pretende formar. La educación está al servicio de la idea de sociedad que el poder tiene. La educación no garantiza ningún tipo de liberación, todo lo contrario, de adoctrinamiento.

 

            Pero, de alguna manera, hay resquicio para la esperanza. En la medida que hemos dicho que el hombre es un ser hibrido, formado de prótesis que generan su propia naturaleza y que éstas están continuamente cambiando creando, por ello, nuevas condiciones y como el desarrollo de tal devenir es imprevisible siempre podremos sospechar y esperar que la rebeldía es posible. Vamos a ver, en la medida en la que somos seres de frontera hemos ido construyéndonos y esto lo hemos hecho por medio de la creación de artefactos que nos liberan, pero que al final, al constituir nuestra propia naturaleza nos esclavizan. Dicho de otra manera, la técnica y la cultura en general, que es el mayor artefacto adaptativo que hemos creado a la par que liberarnos nos esclaviza igual que e lobo es esclavo de su fisonomía sin la cual no podría cazar. Pero como la naturaleza humana se desarrolla históricamente, y como la historia es imprevisible, pues resulta que no sabemos qué nuevos artefactos seremos capaces de crear y que momentáneamente producirán una liberación. Y termino estas reflexiones, un tanto amargas y escépticas sobre el poder, con dos citas de mi amigo Riechmann, tomadas del propio Broncazo. La primera dice así: Cuando llego a un sitio y me dicen que no se puede hacer nada, entonces pienso que casi todo está por hacer. Y la segunda son unos versos que sintetizan toda nuestra reflexión y nos impulsan a la acción, unos versos donde no se pierde la esperanza, porque el hombre, a pesar de muchos desengaños es un ser de esperanzas en la medida en que es consciente de que tiene futuro, pero no sabe cual es.

 

No dejes nunca de desconfiar de las instituciones

No dejes nunca de confiar en las personas

No dejes nunca de onfiar

en que las personas crearán instituciones

en las que quizás podrás dejar de confiar

No dejes nunca de desconfiar

en que el triste proceso

por el cual las instituciones

cambian a las personas tristemente

puede ser cambiado

No dejes nunca de confiar en las personas

No dejes nunca de desconfiar de las instituciones

           

Riechmann. 27 maneras de responder a un golpe. Madrid, Edciones Libertarias, 1989.

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