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Filosofía desde la trinchera

13 de noviembre de 2009

 

La libertad y el intelectual comprometido

 

Yo amo la libertad, y no quiero ni puedo servir a ningún partido. Erasmus.

 

            Quiero hacer con este ensayo sobre la libertad y la actitud intelectual, que podemos llamar erasmiana, siguiendo a Dahrendorf, un homenaje a la figura de este filósofo y sociólogo recientemente fallecido. Para ello he seguido su última obra publicada: La libertad a prueba. Los intelectuales frente a la tentación totalitaria. Lo que hace Dahrendorf en esta obra es analizar qué es lo que hay en la actitud, o ha habido en la actitud de ciertos intelectuales del siglo XX que no les ha hecho caer en las dos grandes tentaciones totalitarias: el fascismo y el comunismo. Se centra fundamentalmente en los intelectuales nacidos en la primera década del siglo, aquellos que tenía edad suficiente, pero no la suficiente madurez para escapar a ella, para caer en la tentación de los totalitarismos. En esta década hay tres figuras consagradas: I. Berlin, K. Popper y Aron. Podríamos incluir también a Bobbio. Pero el autor prefiere quedarse con los tres primeros como actitud erasmiana absolutamente probada. De todas formas estos tres autores se puedan aumentar hasta una lista de diez que nacieron en esta década. De la misma manera el autor estudia el papel y la probada actitud intelectual erasmiana, el intelectual comprometido, pero como observador comprometido de nuchos otros intelectuales del siglo XX pero que, por estar rodeados de otras circusntancias y pertenecer a otra generación no estuvieron sometidos a la tentación totalitaria en la que cayeron una inmensa mayoría de intelectuales.

 

            Nos enfrentamos en primer lugar a un doble problema, para empezar tendríamos que analizar qué es lo que hizo que la inmensa mayoría de los intelectuales cayeran en la tentación totalitaria, o fuesen indiferentes, y esto es de alguna manera participar en lo que ocurría, porque al final al menos pecaron de connivencia. El segundo problema es el de saber qué entendemos por intelectual. En el primer tercio del siglo XX tienen lugar las dos grandes ideologías que catalizaran la vida intelectual y que revolucionaran toda la historia arrastrando con ello a millones de víctimas. Estas ideologías eran omnicomprensivas, pretendían solucionar todos los problemas de la humanidad, nos estamos refiriendo al fascismo y al comunismo. Los dos anclan sus raíces en el siglo XIX y son epígonos pervertidos de la ilustración. El comunismo participa de la idea determinista de la historia que no es más que una visión secularizada de la religión. El fin último de la revolución comunista habría de ser la emancipación de la humanidad. Su ideal es el de la igualdad de todos los hombres. Por su parte el fascismo hunde sus raíces en las ideologías nacionalistas de la identidad, en las teorías que hablan del surgimiento de un hombre nuevo y de una raza superior. Esas ideologías participaban de una escatología que se había perdido con el advenimiento de los ateismo. El hombre estaba necesitado de una idea de liberación de los males sociales aquí en la tierra que llenase el vacío que había dejado la religión. A esto hay que sumarle las circunstancias históricas peculiares que se dieron con el desarrollo de la sociedad capitalista a partir de la revolución industrial. En definitiva, estas ideologías llenan un vacío metafísico, ético y político que había dejado la modernidad con su proceso de secularización e ilustración. Pero lo común de ambas ideologías, independientemente de su diferencia de contenidos, es que la adhesión a cualquiera de ellas es la renuncia a la libertad. Y esto último es precisamente la clave para entender porqué algunos no sucumbieron a estas ideologías a pesar de pertenecer a la generación más proclive. Y es precisamente que no renunciaron a la libertad. El intelectual erasmiano es un defensor de la libertad con toda la carga que ello conlleva. Y esto nos lleva a la segunda cuestión la de la figura del intelectual. (No voy ha hacer aquí un desarrollo de la filosofía de estos tres autores, ni de todos los que analiza el autor en su obra, si acaso abundaré algo en la figura de Popper que es el que más conozco y en el concepto de libertad de Berlin, de lo que se trata es de hacer un esbozos de la actitud del intelectual en su raíz erasmista o humanista). El intelectual es una persona que se dedica a las ideas, su objeto de trabajo es el de las ideas, su análisis, discusión. Lee y escribe sobre ellas. Se dedica a los objetos intelectuales. Pero resulta que en ciertas circunstancias se ve obligado a intervenir en defensa de la libertad y esto es lo que lo caracteriza. De tal forma que el intelectual es una persona comprometida, pero sin dejar de ser observador. El intelectual erasmiano, que sigue el ejemplo de Erasmus, frente a Lutero y Tomás Moro, es un observador comprometido, no es imparcial porque toma partido por la libertad y por los débiles, es un denunciante, pero no es un luchador activo, no pierde su perspectiva de observador. Es un vigilante de la libertad. De alguna manera su vida transcurre en una tensión, sino en una paradoja, no puede intervenir porque pierde su capacidad de observación y porque, además, al tomar partido, cede su libertad. Por eso tampoco el intelectual erasmiano o comprometido no es un luchador de la resistencia. Ninguno de nuestros tres ejemplos o cuatro empezando quinientos años antes por el propio Erasmus, estuvieron en la resistencia, fueron espectadores comprometidos. En mi opinión ésta es la tarea del intelectual y no se le puede pedir más. Y creo que el análisis de las ideas, la clarificación, la intervención pública del intelectual para mostrar sus pensamientos y ejercer la crítica frente a las diversas formas de poder que eliminan o quieren cercenar la libertad humana es lo único que puede hacer. El intelectual comprometido ni es un mártir, ni es un héroe (en algún sentido su actitud y resistencia sí puede ser considerada heroica) sino un luchador incansable por la libertad, un desenmascarador de los engaños, un hombre condenado a la soledad por no querer ceder un ápice de la libertad. El héroe y el mártir pertenecen a otra categoría moral. Los mártires y los héroes son hombres de acción y renuncian fácilmente a la libertad por luchar por una causa que consideran justa y verdadera. Por eso muchos intelectuales y ciudadanos normales cayeron víctimas de la seducción de las ideologías totalitarias del siglo XX. La clave por la que nuestros intelectuales no cayeron en esta seducción y tentación es su alto concepto de la libertad, que les permitió analizar desde la distancia el peligro que engendraban estas ideologías. Popper escribe su La sociedad abierta y sus enemigos en Nueva Zelanda, bien lejos de los tiros, quería estar tranquilo y a salvo. Mientras tanto dieciséis miembros de su familia son asesinados por judios, a pesar de ser cristianos bautizados. Esto deja claro que no era ningún héroe ni luchador de la resistencia, lo mismo ocurre con los otros dos y con cualquier intelectual comprometido. Esto puede hacer pensar que es una actitud cómoda, pero no lo es, es heroica en otro sentido. El intelectual comprometido que no se adhiere a ningún partido es un luchador solitario, no tiene compañeros, ni escuela, ni discípulos. Su vida es una lucha en solitario contra las tiranías y los abusos del poder en defensa de la libertad. Y yo pienso que sus ideas tienen consecuencias, quizás más de lo que podamos pensar. Son los guardianes de la libertad, que no es poco. Pero en este teatro del mundo que es la historia cada cual tiene que jugar su papel, o, mejor, saber interpretar su papel lo mejor posible; y al intelectual le toca ser un observador comprometido. Incluso entre ellos no existe ninguna relación especial. Y, por supuesto, sus filosofías no coinciden. Ahora bien lo que según Dahrendorf los une a todos es la ética de la libertad. En palabras del autor podemos definir la actitud ética, siguiendo las cuatro virtudes cardinales de la siguiente manera:

 

            He aquí lo que se necesita para poder resistir a las tentaciones que exigen la cesión de la libertad: ser capaz de no dejarse apartar del propio rumbo aun en el caso de que uno se quede solo, estar dispuesto a vivir con las contradicciones y los conflictos del mundo humano, tener la disciplina de un espectador comprometido, que no se deja comprar y una entrega apasionada a la razón como instrumento del conocimiento y de la acción. Éstas son las virtudes, virtudes cardinales, de la libertad. ¿Suscita su seguimiento simpatía entre los contemporáneos? ¿Se trata de virtudes que uno quisiera recomendar a todos los hombres para hacer posible un mundo mejor? p. 87

 

            Así resume Dahrendorf las virtudes de la ética de la libertad. Y afirma que son las virtudes cardinales porque se corresponden con las virtudes cardinales clásicas: la valentía, la justicia, la templanza y la sabiduría o prudencia. El texto tiene dos partes, la descripción de estas virtudes de forma sintética, por un lado, y la pregunta sobre la actualidad de las mismas. Y estos son los dos puntos que vamos a analizar a continuación. Pero, por mi parte adelanto, que el mundo actual está necesitado de intelectuales comprometidos que actúen desde la ética de la libertad. Porque hoy en día los peligros del autoritarismo no han cesado, sino que vienen enmascarados.

 

            Analicemos ahora someramente estas cuatro virtudes cardinales que caracterizan la ética, en tanto que actitud y carácter, de la libertad. La primera de ellas es la de la valentía. Como hemos dicho el intelectual erasmiano –y podemos fijarnos en nuestros tres ejemplos- no es un hombre valiente. Precisamente frente a las circunstancias adversas de la guerra prefieren estar lejos de los tiros, fuera de las trincheras. Su trinchera es otra. No están en la resistencia. Asisten como observadores comprometidos, pero esto los aleja del mundo y de los demás, los condena a la soledad. No son valientes en el sentido clásico, pero su valentía consiste en la aceptación de la soledad para salvaguardar la libertad y esto es un camino de espinas, no encuentra uno nunca sosiego. El precio de la libertad es la soledad. En cuanto a la justicia el intelectual comprometido vive en la contradicción. No pueden pertenecer a ningún partido, no se les puede declarar de derechas o de izquierda: liberales o socialdemócratas. Asumen la contradicción que existe en el propio hombre. Son kantianos, frente a Rousseau y a Marx. Esto últimos renuncian a la libertad en pos de la igualdad. Los intelectuales comprometidos luchan por la libertad. Pero esta libertad está en tensión con la igualdad y la seguridad. Kant decía que no se puede hacer nada perfecto partiendo del fuste torcido de la humanidad. Y de esto participa la ética de la libertad del intelectual comprometido. No hay sociedad perfecta, se renuncia a la utopía, el análisis de ésta por parte de Popper es despiadado. Todo pensamiento utópico es un pensamiento totalitario. Quizás sí podríamos decir que la utopía de los intelectuales erasmistas es la democracia, la sociedad abierta. Pero la característica de ésta es que está siempre en construcción, es un modo ético de vida que debe ser conquistado en cada momento, una tarea del ciudadano y algo que las instituciones –que a su vez deben ser vigiladas- deben garantizar. En este sentido podríamos pensar la democracia como utopía, en el sentido en el que no tiene lugar, pero si es una idea regulativa, parafraseando a kant –a mi modo de ver, y dicho sea de paso, intelectual comprometido- de la acción ética y política. Los intelectuales comprometidos conocen la imperfección humana y la imperfección de la sociedad de ella resultante; por eso aceptan la tensión entre libertad y seguridad que en toda sociedad hay. La tensión entre libertad e igualdad. Los erasmistas defienden la sociedad abierta que garantiza la igualdad desde la ley, pero esta igualdad no elimina la libertad. Es una igualdad ante la ley. Es el estado de derecho frente al que hay que estar siempre vigilantes para que no se convierta en tiranía. Los totalitarismos lo que hacen es tirar por el camino de en medio y eliminan la libertad de un plumazo en nombre de una escatología final, una emancipación última de la humanidad. Pero los intelectuales saben y ello requiere valentía también, que la justicia es equilibrio. Que en la sociedad abierta se muestra la dinámica de este equilibrio. De ahí el concepto de libertad negativa y positiva de Berlin. Aunque a mi modo de ver, la primera es la condición de posibilidad de la segunda. Berlin se refiere como libertad negativa a la libertad de conciencia y de pensamiento; es decir, a la no coacción. Lógicamente Berlin lucha contra la tiranía y el totalitarismo. Sólo la sociedad abierta y democrática garantiza esta libertad en tanto que es salvaguardada por el estado de derecho. Pero digo que esta libertad es la condición de posibilidad de la segunda, la libertad positiva. La capacidad del hombre de construir su propia existencia, de ser dueño de su propio proyecto de vida.

 

            La templanza es la tercera virtud cardinal. El intelectual comprometido debe ser disciplinado, debe aguantar las tentaciones y seducciones del poder, de las ideas totalitarias. Debe ser austero y dedicarse al análisis de las ideas y a desenmascarar los engaños de las ideologías que emanan del poder. Y la última virtud cardinal de la ética de la libertad es la de la sabiduría o prudencia. El intelectual comprometido considera que la razón es el instrumento que nos sirve para entender el mundo y entendernos a nosotros mismos. Es el instrumento contra las tiranías y los totalitarismos. El conocimiento ejercido por el instrumento de la razón es liberación. Éste es el sentido ilustrado del conocimiento. El saber nos hace libre, y el instrumento de acceso al saber es la razón. La razón debe sustituir a la fe. Ésta última es la base de la creencia. En la religión creemos, en las ideologías creemos. Por eso, tanto la religión como las ideologías totalitarias nos esclavizan, porque eliminan nuestro instrumento de análisis que es el de la razón. De ahí que la razón debe sustituir a la fe. Este es el camino de la sabiduría y la prudencia. Popper lo defiende desde su racionalismo crítico. El camino del conocimiento es un camino por el que vamos reconociendo nuestros errores. Nuestro saber es falible. El camino del conocimiento es inacabable. Como llega a decir, educarse es vislumbrar la inmensidad de nuestra ignorancia. Todo saber es un descubrimiento de nuestra inmensa ignorancia. Lo que llamó Nicolás de Cusa y le gustaba repetir a Popper la docta ignorancia. Lo mismo que el maestro de maestros –otro intelectual comprometido, pero fuera de nuestro contexto,claro- el viejo Sócrates decía, sólo sé que no sé nada; pues bien, esto es la virtud de la prudencia. Pero hay que hacer aquí una matización interesante. La razón no puede caminar sola, está unida a los sentimientos, la razón por sí sola no existe. Tenemos que tener fe (no en un sentido trascendental, sino afectivo) o confianza en la razón. Lo que anima a la razón y al conocimiento es el sentimiento de curiosidad, la perplejidad frente al mundo, el descubrimiento de nuestra propia ignorancia, el afán de la consecución de una sociedad más libre y justa.

 

            Pues bien, así, y de forma muy somera queda caracterizado el intelectual comprometido, Dahrendorf parte de la figura de estos tres campeones de la libertad, partiendo del análisis de la vida del propio Erasmus, porque, como decíamos tuvieron que enfrentarse a la tentación y seducción de los mayores totalitarismos del siglo XX. Pero nosotros podemos universalizar el argumento y decir que esta ética de la libertad debe ser la ética del intelectual siempre y hoy en día también. Y de esta manera entramos a dar respuesta a las preguntas planteadas en el texto de más arriba. El intelectual que sigue la ética de la libertad es siempre necesario e imprescindible. Es más, si hoy en día se pone en duda el papel del intelectual es por dos razones. Los intelectuales suelen ser intelectuales orgánicos, es decir, pertenecen a partidos, han cedido, pues, su libertad. Y, en segundo lugar, al propio poder que siempre enmascara y tiende al autoritarismo le interesa que esta figura desaparezca, porque en definitiva, el intelectual comprometido es un disidente, un hereje, un heterodoxo, un inclasificable, alguien que no está en ninguna parte y en todas, un escéptico en el sentido etimológico griego, un buscador de la verdad y, por extensión, un buscador de una sociedad que garantice la libertad. Los intelectuales comprometidos son necesarios y no se les puede exigir la acción, su acción se ejerce desde la ética de la libertad, otra forma de acción seria la renuncia de la libertad. Digamos que el intelectual comprometido es un vigilante nocturno del propio estado. Un vigilante de los excesos del poder, de la pereza de los ciudadanos, un solitario que no puede casarse con nadie, que es capaz de apreciar las contradicciones y que sabe que no existe lo perfecto ni la verdad absoluta, que todo es revisable. Es un ilustrado, exige y persigue la autonomía. Pero no sólo que el intelectual comprometido en tanto que observador sea necesario en la sociedad de hoy –no voy a enumerar las amenazas de totalitarismos en las que estamos inmersos, la perdida gradual de libertad a la que estamos sometidos- es que lo que hay que perseguir es que la ciudadanía, si quiere salvaguardar su libertad, tiene que conseguir la autonomía, hacerse verdaderos ciudadanos. Éste era el ideal ilustrado. Pero esto está muy lejos de alcanzarse, además es imposible, por aquello de kant ya citado del fuste torcido de la humanidad. Es una utopía, una idea regulativa de la acción ética realizable en esa otra utopía que es la democracia. Pero precisamente por eso, el intelectual comprometido, la ética de la libertad, siguen siendo necesarios. Y, quizás, en este momento más que nunca pues nos hayamos en una crisis sistémica que entrelaza cuatro problemas que son terminales: la crisis económica, el cambio climático, la superpoblación y el agotamiento de los recursos que sostienen el sistema. Ante este panorama –y contando con una ciudadanía sumisa y desencantada de la democracia- las ideologías totalitarias pueden tomar partido y hacer su agosto o, mejor dicho, el peor de los estragos. Estamos realmente en una situación crítica que requiere de los intelectuales y de la ética de la libertad.

 

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