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Filosofía desde la trinchera

 

                        26 de noviembre de 2009

 

            La ética y la política de Aristóteles cada vez me resultan más interesantes. No voy a desarrollar aquí sus contenidos (tengo en proyecto para el próximo curso escribir un libro que se titularía: Reflexiones sobre ética y filosofía política, ése sería el lugar oportuno para ello) pero sí hacer unas reflexiones sobre el significado actual y la necesidad de recuperar su concepto de virtud para la ética y la política.

 

            En primer lugar, Aristóteles es el primero que separa la ética de la política, no completamente, porque esto es imposible. Pero hay que saber que en la Grecia de entonces, en la época de los sofistas, Sócrates y Platón, la ética y la política venían a coincidir. Quizás Sócrates es el que abre la caja de los truenos porque, como dirá Hegel, introduce el ámbito de la eticidad; esto es, la individualidad y la libertad. De ahí que, además de tener a Platón como seguidor, que opta por la comunidad frente al individuo, con lo que la ética es absorbida por la política y se elimina la libertad humana cayendo en un modelo de estado totalitario, tiene a los cirenaícos, los estoicos, los cínicos y los escépticos. Estos, por el contrario, optan por el individuo frente a la sociedad. En el caso de Aristóteles se da una armonía entre la ética y la política. Los dos son saberes prácticos. Es decir, que se ocupan de los actos humanos. Aquellos que van encaminado a la conquista del bien supremos, la felicidad son los que tienen que ver con la ética. Y los que se dirigen a la consecución de la justicia son los que tienen que ver con la política. Pero en Aristóteles hay que partir de que el hombre es animal político, es decir, que vive en polis, ciudades. Hoy diríamos que es un animal social. Con lo cuál la actividad política es imprescindible. El hombre es un ser político por naturaleza. De esta manera podemos entender que, de alguna forma, el saber ético, queda supeditado al saber político. O que la vida feliz está condicionada por el estado justo. Lo primero, la política, después la ética. Aunque los libros de ética de Aristóteles estén mejor desarrollados y acabados que los de política, esto no implica que la propia naturaleza política del hombre dé la primacía al estado frente al individuo. La política seria una condición de la posibilidad de la vida feliz. La naturaleza del hombre, como hemos señalado, es social. El hombre solo o es un dios o una bestia, decía el filósofo. Lo que es lo mismo, el hombre solo no tiene sentido. (De ahí que en la ética el bien más preciado para la consecución de una vida feliz sea la amistad en sus diferentes formas.) Pero el fin natural del hombre en tanto que individuo es la felicidad. Esto implica que ésta última no es posible conseguirla a menos que se viva en sociedad. De ahí que el modelo social mejor sea el que haga posible la justicia. Y uno de los aspectos de la justicia es la posibilidad de que en una sociedad se pueda alcanzar el ideal de la vida buena: el bien supremos, la felicidad. Con esto queda demostrado la separación de la ética de la política, por un lado, y el condicionamiento político para la vida ética, por otro.

 

            Pero, ¿cómo se alcanza el fin propio del hombre que es el bien supremo o la felicidad? La respuesta aristotélica es que por medio de la virtud. Y ésta las divide en las virtudes morales (la virtud está en el medio de dos extremos que caracterizan al vicio) y las intelectuales: las que definen al hombre como animal racional. El fin del hombre es realizar su propia naturaleza y resulta que Aristóteles además de definir al hombre como animal social, lo define como animal racional; esto es, como ser que conoce por medio de la razón. Así, el fin último del hombre, donde reside su virtud máxima, entendiendo ésta en su sentido griego, areté, excelencia, es en la vida/virtudes intelectuales. Pero es necesario destacar un comentario de Aristóteles sobre la virtud para traerlo a nuestra época. La virtud no es una ciencia, como dijesen Sócrates y Platón, sino una práctica que se consigue con el ejercicio hasta que se convierten en un hábito. En este sentido tenemos que unir el concepto de virtud de Aristóteles con su significado latino. La virtud en su etimología latina significa fuerza. Así, el ejercicio de la virtud, la perseverancia en el mismo, la disciplina, necesita de la fuerza. Pues bien, creo que es ese sentido el que debemos recuperar hoy en día del pasado para el presente. La educación de la virtud, la educación ética en suma, es la educación en el esfuerzo, la perseverancia, la disciplina que nos llevará a la excelencia. Y el único camino para ello es la conquista de las virtudes morales e intelectuales. Pero hoy en día, en todo el siglo XX, tanto en la educación, como en la política y en la ética, se ha olvidado el tema de la virtud. En cada ámbito por motivos distintos. Creo que es necesario una reflexión sobre este asunto porque toda la crisis actual (humana) es, como siempre, una crisis de valores; esto es, una crisis filosófica. Y la reflexión que hemos hecho sobre la virtud puede aportar algo de luz en el túnel en el que nos encontramos.

 

            Pero digo aún algo más para terminar. Este neoaristotelismo que he esbozado tiene que ir acompañado de un neokantismo. La conquista de Kant para la humanidad, que ya la hemos comentado muchas veces aquí, es la conquista de la dignidad. El hombre es un ser digno en tanto que es libre y autónomo. En ese sentido es dueño y señor de su vida. Es un fin en sí mismo. La unión del concepto de persona y el de la virtud en tanto que excelencia a partir del esfuerzo deben ser el fundamento de la vida ética. Pero, claro, si volvemos a Aristóteles, resulta que el hombre, como es un animal social/político, entonces la política –en nuestro caso, la democracia, como el mejor de los gobiernos posible- es la condición de posibilidad del desarrollo de esta vida ética. Ésta es ni más ni menos que la tarea encomendada a la democracia y que debe llevarse a cabo a través de la educación. Y ahora que vengan los psicopedagogos con su jerga pseudocientífica de motivaciones, competencias básicas, adaptaciones, y demás verborrea para ocultar su ignorancia y su simpleza científica. No se puede arrojar el pasado a la basura por el hecho de ser pasado. El pasado está para aprender. Y la naturaleza del conocimiento ético-político y filosófico-histórico, no es la misma que la del conocimiento positivista-científico. El error de los psicopedagogos y de los políticos que los alimentan, es el reducir la naturaleza humana a objetos observables. De esa manera nos quedamos sin lo esencial y acabamos burocratizando la educación e instrumentalizando al hombre.

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