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Filosofía desde la trinchera

 

                        29 de diciembre de 2009

 

            El futuro de la humanidad y el mal radical.

 

            Dos de las últimas lecturas que he realizado versan sobre los dos temas que figuran en el título de esta entrada: El desajuste del mundo y Narrar el mal. Los dos me han parecido magníficos, sobre todo el de Maria Pía de Lara, Narrar el mal, sobre el mal radical. Pero lo que a mi se me ha ocurrido ha sido unir estos dos libros de alguna manera. La pregunta sobre el futuro de la humanidad, habida cuenta de los terribles problemas que padecemos, crisis terminal, de la que ya hemos hablado aquí antes, me hace pensar que en realidad estamos asistiendo a un mal radical de la historia, de alguna forma encubierto. Me explico. Cuando nos referimos al mal radical lo que queremos decir es la eliminación del hombre por el hombre, el exterminio de la víctima, pero este exterminio pasando por la anulación total de la víctima. Quitarle lo que es en tanto que persona, la deshumanización. Éste es el fin del genocidio y el etnocidio, la eliminación de todo rastro de la persona. Otra de las características del mal radical es que se hace desde la razón instrumental, de forma calculada. El avance científico y la racionalización de los estados absolutos han favorecido éste fenómeno, como es el nazismo y el stalinismo, de manera clara. De lo que se trata es de eliminar al distinto. En definitiva, creo que el mal radical es algo constante en la historia de la humanidad. El siglo XX lo que ha hecho ha sido amplificarlo. No  hay nada nuevo, solo más tecnologías y unos estados totalitarios perfectamente racionalizados en sus funciones. Unos estado totalitarios procedentes de la perversión de la ilustración y su optimismo racional. La historia del hombre es la historia de la barbarie y del exterminio del otro. Es más, el hombre no ha sido siempre persona. No se ha cometido un crimen contra la persona hasta que no hemos inventado la categoría de persona. Y eso es algo que tiene que ver con la ilustración. Y todavía estamos en pleno proceso de ilustración. Recordemos que los derechos civiles se consiguen en la década de los sesenta, que muchos países están aún en regímenes totalitarios, que los derechos humanos son papel mojado. Lo que ha ocurrido son dos cosas a mi modo de ver. En primer lugar, la posibilidad de hacer el mal ha aumentado, como decíamos antes, con el desarrollo tecnocientífico, por un lado, y, en segundo lugar, la globalización o mundialización, fenómeno que comienza en el renacimiento ha extendido este mal a nivel global. La segunda guerra mundial fue una guerra global, al menos en Europa. El mal se pudo extender por toda su geografía. Pero no hay nada particular en lo que se refiere al exterminio que durante toda la historia el hombre ha realizado sobre el hombre. Ya hemos hablado aquí del genocidio y etnocidio que los españoles del siglo XV y XVI realizaron en las indias. Es una peculiaridad humana, por su naturaleza tribal y depredadora, su autoexterminio. El hombre como miembro de su tribu considera al de la otra tribu, el otro, como el enemigo que pone en juego su supervivencia. La sociabilidad humana es con los cercanos, la familia, el clan y la tribu. Después llegaría el pueblo, la ciudad, el estado, la nación… el otro es el que no pertenece a ninguno de estos grupos. El otro es siempre el peligro y contra él nos dirigimos. Somos depredadores de los demás para sobrevivir en tanto que grupos cerrados. Lo que ha ido ocurriendo a lo largo de la historia, desde el neolítico, particularmente, es que los clanes se han trascendido formando estados y naciones. La guerra se ha hecho mayor, a gran escala y el exterminio es más numeroso. Pero nada nuevo se ha conseguido. Ya digo que el factor novedoso es meramente accidental. Aumento del estado y de los individuos, aumento de la racionalización organizativa de los estados y de la capacidad de exterminio cuantitativo. A la base está la misma cuestión moral, el considerar al otro como un no humano que es un peligro para mi supervivencia.

 

            Cuál es la situación en la que nos encontramos ahora. Pues la cosa se ha generalizado. Esto es el fruto de la globalización. Sostengo una tesis que es necesario probar más profundamente, pero que adelanto a modo de ensayo o esbozo. La situación de crisis global –ecosocial- en la que nos encontramos se puede entender desde la perspectiva del mal radical. Vamos a ver como puedo argumentar someramente esta tesis. Pienso que la organización del mundo es absolutamente racional. Pero su racionalidad pertenece a la racionalidad mecánica e instrumental, que criticaba la escuela de Frankfurt con respecto a la razón ilustrada. Esta racionalidad elimina al individuo, en tanto que lo trata como objeto. Y ésta es la base tanto de nuestra economía como de nuestra política. Por eso podemos decir que el mundo está organizado racionalmente, pero deshumanizado. También pienso que la razón y la humanidad no tienen por qué estar reñidas. Si admitimos esta tesis caeríamos en los irracionalismos románticos, que por su lado también nos conducen al mal radical, al exterminio del hombre y su deshumanización. La cosa es bastante grave. Resulta que vivimos en un mundo perfectamente organizado, pero esta organización es una locura, un atentado contra la humanidad. De ahí el título del viejo libro de Billy Brand, que me produjo un tremendo impacto, La locura organizada. Éste mundo es una auténtica locura, pero está perfectamente organizada. Es absolutamente racional.Y esto me lleva a mantener la tesis de que esta organización enloquecida del mundo es un mal radical en la medida en la que esta organización produce muerte y miseria y además, una clave de esta organización, es la cuantificación de este mal, la despersonalización de las víctimas, en meras estadísticas. Hemos asumido el mal, otra similitud con los pueblos que han ejercido éste en la historia, como algo necesario y normal. Algo que tiene que ser. La organización del mundo, basada en la ideología capitalista del crecimiento ilimitado y apoyada en la acción política que la ampara, produce la muerte masivo de gran parte de la humanidad, por no decir el hambre en la mitad de los hombres. Y esto no es una cuestión accidental, sino una consecuencia directa de cómo tenemos organizado el mundo. La organización política económica de occidente es la causa de esta situación mundial, que sumado a la crisis terminal que padecemos –efecto de esta organización-, nos lleva a una situación límite de la cual somos responsables. Nuestra organización económicosocial es la causa del mal radical del mundo. Es algo voluntario. Pero, además, hay que añadir la connivencia, como ocurrió en los estados totalitarios que practicaron el exterminio, de los ciudadanos como realidad sin la que el exterminio sería inviable. No podemos meter la cabeza debajo del ala, tenemos que saber que cada uno de los ciudadanos es responsable. Si no es así caeremos en lo de Eichmann (asesino del nacismo, juzgado en Jerusalén): yo obedecía ordenes. En definitiva nos refugiamos en el sistema totalitario; por tanto, participamos del exterminio. De aquí que Arend hablase en el caso del juicio de Eichmann de la “banalización del mal” en el sentido precisamente de la eliminación de la responsabilidad de aquel que lo produce porque simplemente se refugia en el sistema. Es necesario, para que se produzca un cambio, una revuelta civil, una desobediencia que produzca una revolución en la que cambiemos de paradigma económico y social sin la cual el exterminio masivo y consciente de gran parte de la humanidad será inevitable. Somos participes y responsables de la ejecución, probablemente, del mayor mal radical de la historia. No podemos actuar como Eichmann, de ahí que sea necesario la toma de conciencia global, igual que se ha globalizado la economía. Pero hay una apreciación pesimista que me hace dudar del éxito de tal misión. Somos animales gregarios y tribales y, como tales, sólo podemos sentir nuestro mal y nuestro bien, y hacemos todo lo posible por mantener el segundo a costa, incluso, de producir el máximo mal en el otro.

 

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