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Filosofía desde la trinchera

                                   27 de enero de 2010

 

Platón y las democracias actuales.

 

            Ya he defendido aquí que creo que nuestras democracias son formas de totalitarismos encubiertas. Que, quizás, las democracias no den más de sí. Que no es poco lo logrado, por muy críticos que podamos ser. Siempre es preferible a un régimen totalitario a las claras en la que se elimina, absolutamente, el estado de derecho. Si bien, como ya he señalado, el problema que se nos plantea en las democracias de los países desarrollados es que vivimos, como si dijésemos, entrópicamente. Nuestro bienestar es a costa del resto del mundo. Y aquí, nuestro orden democrático neoliberal, como ya he dicho, sí genera violencia. La idea del crecimiento económico ilimitado crea barbarie y desorden. En definitiva, el crecimiento mata. Pero lo que quería señalar hoy es, quizás, darle una vuelta más de tuerca al asunto. Mantengo que las democracias realmente existentes son partitocracias oligárquicas. Y esta idea la he argumentado en diversas ocasiones. Lo que quiero decir hoy es que nuestros sistemas democráticos se parecen más al sistema totalitario de Platón, a su idea utópica de sociedad de lo que podamos pensar.

 

            Cuando comenzó a desarrollarse este esperpento de la LOGSE, comentaba con mi buen amigo J.M. que pronto no nos dejarían explicar a Platón. Mi idea era que los gobernantes de la izquierda progre, siguiendo las tendencias mundiales, siempre en tensión hacia la derecha –por su puesto, de forma indudable en lo económico- defendían el ideal democrático como pensamiento único. Es decir, la democracia realmente existente se había convertido en una ideología, en una religión. Por tanto la crítica de la misma sería inviable. El crítico de la democracia se convertiría en un disidente o, peor aún, un hereje y alguien peligroso para el orden establecido. Al crítico se lo podría identificar con el terrorista o el antisistema, que vendrían a ser lo mismo. Por tanto, la democracia se defendería como verdad absoluta. Las democracias neoliberales se constituyeron en la última ideología y nos llevaron al final de la historia. Por eso, yo le comentaba a mi amigo, que Platón no tardaría en ser eliminado de los planes de estudio o edulcorado. De todas formas las restricciones de la enseñanza de la filosofía han sido importantes. Sus temarios son tremendamente tergiversados. Y, además, hoy en día, dos de las asignaturas que imparten los departamentos de filosofía llevan adheridos ese asunto de la ciudadanía. Ética y ciudadanía y Filosofía y ciudadanía. En fin, pura demagogia y pensamiento políticamente correcto. Pero a pesar de tener razón en que el sistema de enseñanza es un vehículo de propaganda del poder, toda enseñanza intenta justificar, por medio del adoctrinamiento, el estado social vigente. Y el nuestro, por mucha democracia que tengamos, que no es tanta, no iba a ser menos, me equivocaba con respecto a Platón. De ninguna manera se va a hacer desaparecer la enseñanza de Platón. Se edulcoran sus críticas a la democracia transmitiendo el adoctrinamiento de ese asunto de la ciudadanía. Pero, en definitiva, se defiende, de forma sublimizar y sin que la ciudadanía se dé cuenta el estado totalitario de Platón. Nuestras sociedades son una réplica del modelo del estado platónico, una vez aceptado lo que ya hemos defendido de que nuestras democracias son sistemas enmascarados de totalitarismo. La vuelta de tuerca que yo quería dar es ésta precisamente. El gobierno de Platón es un gobierno elitista. Se proclama como una aristocracia. El gobierno de los mejores, en tanto que los mejores son los sabios. Los que poseen, como nos dice en la Carta VII, la filosofía verdadera. Pues bien, nuestras democracias, en tanto que oligarquías partitocráticas, son formas de elitismo. En realidad el poder está en manos de una élite, supuestamente los más sabios que son los que gobiernan el mundo y los que generan las ideas que rigen los destinos de la humanidad. Es una élite de “filósofos”, sabios o expertos, como les queramos llamar, que generan el pensamiento que nosotros, la ciudadanía, asume, como el único posible. Por eso los ciudadanos estamos dentro de la caverna, bien contentos y felices. Y en el interior de esa caverna se simula un pensamiento democrático. La apariencia es la democracia, la realidad es el totalitarismo. Pero es que, además, las ideas que genera este poder elitista, en manos de unos pocos apoyados por el poder económico, está poniendo en peligro la civilización humana. Como esta élite que nos gobierna ha generado un pensamiento único en torno al sistema de producción existente, la inmensa mayoría de la ciudadanía lo acepta como obvio. Y, por su parte, los disidentes no tienen credibilidad porque no tienen acceso a los medios de comunicación y cuando llegan sus mensajes son tergiversados. Y, por otro lado, los disidentes no pueden acceder al poder. Y el poder de la élite es el que crea el orden social establecido; que, como hemos dicho, es una farsa. Me pregunto para terminar, ¿quién gobierna realmente, el presidente de los EEUU. o los lobbies con diferentes intereses económicos? La respuesta es clara, y el escepticismo y el pesimismo son asoladores. Igual que Platón intentaba que los gobernantes educasen al pueblo, al que se le considera menor de edad y debe ser dirigido, por medio de cierta literatura y cierto arte, de la misma manera ocurre en nuestras sociedades pseudodemocráticas. Los valores son transmitidos por los medios de comunicación y por la educación y ambos instrumentos están en manos del poder, de esta élite de expertos salvadores del mundo. Mi pregunta es si es posible un oden democrático, dado que el hombre es un ser tribal. Preferimos obedecer y permanecer tranquilos. Es lo de la paradoja de la libertad de Hume a la que ya hemos aludido.

 

 

                                   27 de enero de 2010

 

En torno a la sociabilidad humana y el pesimismo activista de Riechmann.

 

            Parto de la idea de que el hombre es sociable por naturaleza. Y me remito a lo estrictamente biológico, somos animales sociales igual que los monos y el resto de los simios que son nuestra familia más cercana. Ahora bien, hay muchas formas de entender la sociabilidad humana, por un lado, y, por otro, se ha intentado negar la sociabilidad humana y acentuar su carácter egoísta, para defender la ideología que subyace al capitalismo. Nos encontramos dos extremos. Por un lado tendríamos a Hobbes que defiende que el hombre es un lobo para el hombre y el carácter natural del egoísmo humano. Su contrato social sería la manera de, por medio de un poder absoluto, garantizar la sociabilidad del hombre y evitar la autodestrucción. Por otro lado, tenemos a Rousseau que defiende que el hombre es bueno por naturaleza, pero que la sociedad lo pervierte. La verdad es que, después de Freud, la teoría de la evolución, junto con la etología, me parece que la razón queda más de parte del primero que del segundo. Ahora bien, esto no implica que la derecha y el pensamiento económico vigente quieran encontrar un fundamento científico de su ideología capitalista. En primer lugar se equivocan, porque la sociabilidad del hombre es un hecho evolutivo y porque su idea de organización capitalista del mundo, la nueva economía, no es ciencia, sino ideología. Así que intentar apoyar esa ideología en una pretendida antropología es un error. A la ideología capitalista del crecimiento ilimitado le interesa defender la idea de que el hombre no es un ser social, que es un ser egoísta por naturaleza y que su forma natural de existencia es la competencia. La competencia, con su apoyo en el principio de la avidez natural, el egoísmo, es el fundamento sobre el que se apoyan las relaciones sociales. La sociabilidad humana estaría pues basada en la competencia y ésta vendría apoyada en el carácter egoísta del hombre. Y lo que se intenta justificar por medio de este pensamiento es que la forma de organizarse socialmente que se corresponde con nuestra propia naturaleza es el liberalismo económico. Todas las reglas se reducen a la libertad del mercado o la libre competencia y esto dará lugar a la autorregulación de la sociedad. Pues bien, esto es absolutamente falso. Ya hemos demostrado aquí que la economía de hoy en día se apoya en presupuestos epistemológicos erróneos y en un desajuste con el propio planeta tierra. La economía se apoya en una serie de ideas filosóficas erróneas. No es posible el crecimiento ilimitado en un planeta finito. La economía tiene que incorporar en su propia estructura teórica la entropía, que rige para todas las ciencias. La economía tiene que olvidar la ideología positivista según la cual, la ciencia es neutral. No, la ciencia está cargada de valores, y mucho más las ciencias sociales. El modelo que ha seguido la economía es el de la física, debe seguir el de la biología y la historia. Por otro lado, la economía no debe olvidar su origen como parte de la ciencia o filosofía moral. El principio es el hombre y el objetivo es el hombre. La matematización de la economía, la macroeconomía, ha intentado encubrir toda esta ideología. Refundar la economía es revisar todo esto. Pero en este caso nos toca hablar solo del aspecto antropológico.

 

            Como decía, la ideología capitalista intenta buscar una antropología que sirva como fundamento de su forma de entender la realidad social. Pero como he dicho su antropología, la del egoísmo y la competencia es una falsificación de las teorías biológicas y etológicas. Mi tesis es que no hay que elegir entre Hobbes y Rousseau, sino que la opción es Kant. Kant abre un camino en antropología (ética y filosofía política), igual que lo hace en la teoría del conocimiento que después la ciencia se encargará de rellenar con contenidos empíricos y sus teorías derivadas. En el caso de la antropología Kant nos dice que el hombre es un ser sociablemente insociable. Es decir, que en nuestra naturaleza está la sociabilidad y la insociabilidad. Y también Kant es un realista político cuando nos dice que no es mucho lo que se puede hacer con el fuste torcido de la humanidad. Es decir, nos quita de la cabeza el pensamiento utópico y los ideales de emancipación de la humanidad, así como esa supuesta bondad originaria del hombre, que si fuese cierta, la historia del hombre no habría sido la historia de barbarie que ha sido. Esto es como el problema del mal en la teodicea. Si dios es infinitamente bueno cómo es posible que exista el mal en el mundo. Pues lo mismo, si el hombre es bueno cómo ha producido esta sociedad y la historia que le precede. De ahí que Rousseau se invente esa historia de la desigualdad entre los hombres. Realmente la desigualdad entre los hombres existe porque el hombre es un ser que por naturaleza es desigual. Somos tribales y gregarios. En tanto que tribales aceptamos y luchamos por una jerarquía. En tanto que gregarios necesitamos de los otros para poder vivir. Nuestra vida se realiza y es posible en convivencia y cooperación. Y es aquí donde reside la crítica. Nuestra existencia es imposible sin la cooperación. En los mecanismos evolutivos no sólo existe la competencia, sino la simbiosis y la cooperación, como demostró Margulis, entre otras cosas, para demostrar el origen de las mitocondrias. Así que los economistas tergiversan la teoría de la evolución. Quizás lo que hagan es echar mano de la famosa teoría el gen egoísta de Dawkins. Yo soy defensor crítico de esta teoría, pero no veo la relación directa con la fundamentación antropológica del capitalismo a través de la competencia. La teoría del gen egoísta es una reducción de la evolución a la genética. En realidad los que evolucionan son los genes, y los individuos y grupos son las máquinas de supervivencia que estos utilizan para replicarse. Hasta ahí de acuerdo. Ahora bien, hay que explicar el fenómeno de la simbiosis y esto no se puede explicar desde el puro egoísmo que llevaría al organismo a la muerte, como ocurre en el fenómeno del parasitismo. Aquí, cuando muere el huésped, muere el parásito. La etología, para explicar los fenómenos de simbiosis y colaboración y altruismo ha echado mano de un concepto nuevo, el de altruismo recíproco. Hoy por ti, mañana por mi. No es posible la evolución sin la simbiosis, así que los genes han tenido que inventar el mecanismo de la cooperación para sobrevivir. Y en los animales altamente sociales como los primates y el hombre este altruismo garantiza la supervivencia de la especie, así como la de los genes. Porque si no sobrevive el grupo no sobreviven los genes. Por eso existe una línea de continuidad, como demuestra el etólogo y primatólogo Frans del Vaals entre los primates y el hombre. En los primeros observamos conductas altruistas que garantizan la supervivencia, en última instancia, del grupo. Pero este altruismo no es absolutamente desinteresado, es egoísta, en el sentido de que aporta un beneficio al individuo y al grupo. Y esto nos lleva a pensar que el origen del comportamiento moral del hombre se encuentra en este concepto etológico del altruismo recíproco, y que existe una línea de continuidad entre el animal y el hombre. Y también esto nos lleva a pensar que el valor de la cooperación ha sido en la historia natural del hombre, y lo sigue siendo, indispensable para la supervivencia. Lo contrario, la idea del egoísmo y la competencia, nos lleva al exterminio. Y estamos, precisamente, a costa de esta ideología, en un momento crítico. Debemos recuperar el concepto de cooperación para la economía. Debemos recuperar la ética para la política y que esta última gobierne a la economía, y no a la inversa. En definitiva, debemos humanizar la economía.

 

            Y esto me lleva a mi última reflexión a raíz de la lectura de la última obra de Riechmann sobre el problema ecológico, La habitación de Pascal. Su actitud es la del pesimista activista. Todo está en contra, pero hay que seguir luchando. Creo que hemos topado ya con los límites del crecimiento, que estamos viviendo a costa de los intereses, pero ya no por mucho tiempo. Participo de ese pesimismo de Riechmann, en tanto que participo de la idea kantiana del fuste torcido de la humanidad. Pero lo último que nos queda es la esperanza. Una esperanza limitada, por su puesto, que no alimenta ningún tipo de ideología emancipatoria de la humanidad. Esperanza que sólo alberga el hecho de que el hombre sea capaz de entender que vive en un planeta finito y que la felicidad no está en el crecimiento económico ilimitado alimentado por el consumo desenfrenado. Que la felicidad está en el ser, no en el tener. Pero, ¿seremos capaces de hacer entender esto a los poderosos?, ¿el desarrollo tecnocientífico nos traerá soluciones, por su puesto que nunca mágicas, como sugieren los transhumanistas, o aumentará nuestros problemas? ¿Y si el final está ya en marcha, que ya no hay vuelta atrás como sugiere Lovelock, el creador de la teoría Gaia? Todavía nos quedaría luchar porque los que queden, quinientos millones, mil millones, salvaguarden el legado ético, científico y artístico de la humanidad. Nos queda luchar contra el fanatismo y la barbarie. Pero creo que el peor enemigo es la propia naturaleza humana, nuestra pereza y cobardía es la que ha permitido que una élite instruida y poderosa económicamente se haya hecho con el poder y controle el pensamiento y la acción de los ciudadanos. Hay que estar ahí, al menos denunciando y desenmascarando. No hay que descartar fenómenos accidentales que puedan ser un golpe de suerte para la humanidad. Lo que sí está claro es que nuestro modo de vida es algo que se acaba. Hay  que ir poniendo las bases del decrecimiento.

 

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