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Filosofía desde la trinchera

 

 

                                   19 de febrero de 2010

 

            John Gray es un autor interesantísimo al que tengo que leer. Acabo de leer un libro suyo que consta de una conferencia y una entrevista. Su pensamiento es demoledor, pero lúcido. Un ataque tremendo a la idea de progreso y a las utopías. En la línea en la que yo vengo reflexionando. Hay dos libros al respecto que tengo que leerme del autor: Perros de paja y contra el progreso.

 

            La idea es importante. La creencia en el progreso no es más que la necesidad de creer que viene después de la caída de las religiones tradicionales y de las utopías políticas. No hay progreso en la humanidad. Ni siquiera podemos hablar claramente de un progreso tecnicocientífico. Todo progreso en la ciencia tiene implicaciones sociales devastadoras y ambientales, por supuesto. Si entendemos el progreso separadamente de la ética y la política, pues sí se puede hablar de progreso tecnocientífico, pero esto es erróneo. La actividad científica y técnica se dan dentro del marco social. Tampoco hay un progreso moral. Hemos conquistado los derechos humanos, abolido la tortura, pero en los últimos decenios estamos volviendo a un estado de barbarie. Los totalitarismos acechan por doquier, se admite la tortura en los países más “civilizados”. La democracia ha degenerado en un totalitarismo débil. El progreso moral y político es un mito. La historia nos enseña que entre progreso y progreso hay tremendos retrocesos. El siglo XXI se nos presenta como una amenaza de nihilismo y fascismo. De ahí que se intente mantener la creencia en la idea de progreso. Sin el concepto del progreso lo que nos queda es la nada, la provisionalidad. Nuestro futuro es incierto. El cambio climático está en marcha hace tiempo, lo único que podemos hacer es paliar los efectos catastróficos. La crisis económica y energética es sistémica. Es necesario reestructurar todo nuestro modo social. Pero frente a estos peligros lo que surgirán serán tremendos enfrentamientos por los recursos energéticos y alimenticios. No es el fin del mundo, es el fin de nuestra civilización. La creencia en el progreso de la ciencia y la técnica ha sido una barbarie ilustrada, o una perversión de la ilustración. Ni nuestros políticos ni nuestros economistas lo aceptan. Quieren seguir con el mito. Porque sin él lo que nos queda es el abismo.

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