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Filosofía desde la trinchera

 

24 de febrero de 2010

 

Democracia, relativismo y educación.

 

            El problema de la educación tiene su origen en la democracia. Más bien, en la falsedad de la democracia en la que vivimos. Otra cosa es que quizás no pueda perfeccionarse las democracias y, por el contrario, tiendan a convertirse en oligarquías partitocráticas en la que los ciudadanos, debido a eso de la servidumbre voluntaria, abandonan la acción política. Es cierto que la democracia es el mejor de los gobiernos posibles. Pero no es menos cierto que hoy vivimos en democracias que no son tales. Que son formas de totalitarismos encubiertos. Probablemente es que el hombre no pueda desarrollar su libertad. El hombre quiere ser esclavo, quiere obedecer, prefiere la seguridad a la libertad. Éste es el asunto de los hermanos karamozov de Dostoyesvki. Lo del gran Inquisidor. Cuando Jesús vuelve a la tierra en la ciudad de Sevilla, el Inquisidor le pregunta que a qué ha venido. Que ellos han transformado su mensaje de libertad en orden y seguridad. Que en realidad los hombres no quieren la libertad. Es la mayor crítica a la religión. El hombre no ha nacido para ser libre. Eso de la libertad es un engaño del poder y un autoengaño. Creemos que vivimos libremente y que hemos alcanzado esta libertad en los regímenes democráticos, pero esto no es más que demagogia. La educación, como he sostenido en algunas ocasiones, es una réplica de la ideología del poder; es decir, es pura propaganda.

 

            Se ha hecho mención aquí al tema del relativismo, por parte de Raus y ha sido muy acertado. El relativismo no es más que una forma de manifestarse esa ideología de la democracia que pretende engañarnos. Pero el problema de fondo es que el hombre se autoengaña, quiere mensajes mesiánicos, sustituye la religión por la política y la tecnociencia. Y en ésas estamos. Somos animales tribales y vivimos jerárquicamente, por eso no todos pueden disfrutar de la libertad. El miedo nos atenaza y preferimos la seguridad autoengañándonos. Pero vamos con el tema del relativismo.

 

El relativismo es una doctrina filosófica muy antigua, de la época de los sofistas. Y hay que tener en cuenta que precisamente era la filosofía que le cuadraba a la democracia. Los sofistas mantenían que la verdad era relativa, que se identificaba con lo útil, por tanto dependía de la retórica, del arte de convencer. A los sofistas se enfrentan Sócrates y Platón, pero de sus reflexiones surgirá un estado totalitario gobernado por los filósofos verdaderos (esto tiene semejanza con el elitismo tecnocrático de hoy en día, pero esto merece otro artículo a parte). Lo que ha sucedido hoy en día es que ha surgido un pensamiento que defiende el relativismo, creyendo que han descubierto las Américas. Es el posmodernismo. Pero esto ya lo había hecho Protágoras en el siglo IV a. de C. Lo que sucede es que, igual que caló el relativismo sofístico en la joven democracia ateniense, también ha calado el posmodernismos en nuestras viejas y agotadas sociedades democráticas. El relativismo es la filosofía que se ajusta a las democracias. Pero aquí hay varias interpretaciones problemáticas. El problema, tanto en la sofistica como en el discurso posmoderno, es que el relativismo se convierte o da paso a la demagogia con lo que se transforma en un instrumento del poder que además se absolutiza. El relativismo mantiene que todo vale y esto es absoluto. Es una autocontradicción pero que interesa al poder. Porque cuando todo vale la opinión válida es la que defiende aquel que tiene más poder. Un sano relativismo mantendría que en democracia nadie tiene la verdad, que es una cuestión de consenso y de acuerdo; es decir, fruto del diálogo. Palabra griega que viene a significar que el logos, la razón, es lo común a los individuos. La democracia se desarrollaría por medio del diálogo. La razón es el instrumento, siempre provisional, por supuesto. Porque toda verdad es provisional y falible. Pero eso no quiere decir que sea relativa, que dependa de las circunstancias y mucho menos del poder. Este sano relativismo es la base de la democracia como diálogo crítico que exige la existencia de una comunidad de ciudadanos libres y autónomos. Cosa que nos hemos planteado y de la que tenemos serias dudas, por eso las democracias no acaban de cuajar, siendo la única alternativa al totalitarismo. Pero no es este relativismo que he expuesto aquí el que se defiende en las democracias actuales, ni en la demagogia en la que derivó la democracia ateniense, sino otro muy distinto. El relativismo de hoy en día es la eliminación absoluta de la verdad. El conocimiento no es falible, sino que no existe. Lo mismo le ocurre al bien, la belleza y la justicia. Todo es cuestión de opinión. Y a esto hemos llegado por un falso entendimiento sobre qué sea la libertad. Hemos confundido, más bien se nos ha engañado y la ciudadanía lo ha aceptado, la libertad de expresión con el respeto a las opiniones. Y hemos confundido el respeto a las opiniones con la equivalencia de las mismas. Puesto que yo tengo libertad de pensamiento y de opinión, mis opiniones deben ser respetadas y son igual de válidas que las de cualquier otro. Ahí reside el error. Las opiniones no son respetables. Y esto no es violar la libertad de expresión, sino fomentar la libertad como el uso autónomo y responsable, con esfuerzo, de la razón. Las opiniones están para ser discutidas y debatidas. Y no son equivalentes, las hay bien fundadas y mal fundadas. Las hay que son prejuicios, ideologías o creencias. Las hay doctas y documentadas por las pruebas y la razón. Las opiniones no son todas iguales. La tarea del ciudadano libre es traspasar el nivel de sus opiniones para transformarlas en ciencia, conocimiento bien fundado. Lo cual exige el autoconocimiento que viene mediatizado por la formación, es decir, la educación, la más bella corona.

 

            Pero esto nada tiene que ver con lo que le interesa al poder, por muy democrático que se declare, ni con el sistema educativo que defiende. El relativismo está en la raíz del propio sistema educativo en la medida en la que se pone en pie de igualdad al profesor con el alumno en el llamado proceso de enseñanza aprendizaje. Al profesor se le ha arrebatado la autoridad intelectual y moral con la intención de fomentar el relativismo del todo vale. El mal entendido respeto de las opiniones pone en pie de igualdad a los alumnos, profesores y padres, de tal forma que la enseñanza queda vaciada de contenido. El profesor no tiene nada que enseñar, puesto que está recluido en su opinión. Y esto es lo que realmente le interesa al poder. Que no se alcance ni la libertad ni la autonomía; pero haciendo pensar a la ciudadanía que son absolutamente libres y que sus opiniones son siempre válidas. Cuando se exige el respeto de las opiniones se cierran las puertas del conocimiento, cosa que al poder le interesa porque el conocimiento va ligado a la libertad y la virtud pública. Y estos son enemigos del poder. Para conocer es necesario el reconocimiento de la docta ignorancia, el saber que no se sabe. El reconocimiento de que nuestras opiniones se pueden superar y que hay señores que tiene más conocimiento que yo y son una autoridad para mi de las que yo puedo aprender. Por ello, los que tiene el conocimiento tienen autoridad y yo les debo respeto. Éste es el fundamento de la enseñanza y la apertura al saber. Pero nada más lejos del sistema de enseñanza actual, que como digo, no es más que un vehículo de propaganda, da lo mismo la derecha que la izquierda. El poder siempre es el poder. Desde la enseñanza se fomenta el relativismo identificándolo con la libertad. Pero esto es un error. El relativismo es una tiranía, la tiranía de las opiniones. Aquel que considera que sus opiniones son respetable y perfectamente equivalentes a las de cualquiera, empezando por su profesor, es esclavo de sus opiniones y está condenado a la ignorancia y al vicio, lo contrario de la virtud público. Pero todo ello se hace en nombre de la sacrosanta libertad de opinión. Pero la libertad de opinión tendría que ser la libertad de buscar las verdades provisionales y la virtud. Todo ello desde la razón que es lo común. Pero lo que interesa al poder no es la formación de ciudadanos, sino de máquinas, clones, que obedezcan sumisos al sistema y que crean disfrutar de una falsa libertad cuando, en realidad, no son más que esclavos de sus opiniones, que ni siquiera les pertenecen, sino que vienen de fuera, precisamente de lo que al poder le interese que piensen. Y esa es la situación de la enseñanza como sistema de propaganda para perpetuar el poder. Del sistema de enseñanza no salen ciudadanos, sino individuos intercambiables en el mundo laboral, engañados con una formación permanente (como si esto fuese una novedad: la educación no tiene fin, como decía Popper, educarse es vislumbrar la inmensidad de nuestra ignorancia) para enriquecer a los más ricos. Se trata de producir individuos autosatisfechos que tiene su capacidad de crítica extirpada en la medida en la que se han convertido en esclavos de las opiniones. Son viejos de catorce años. Cambiar el sistema educativo exige una reflexión sería y profunda sobre el sistema democrático realmente existente, que para nada es la democracia.

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