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Filosofía desde la trinchera

Efectivamente, Maria Jesús, lo has ilustrado muy bien. La justicia es relativa a la clase dominante que es el que maneja el pensamiento dominante. El engaño de Platón es que nos hizo pensar, como señalara Nietzsche, que su filosofía era la filosofía verdadera. Pero Platón, enseñó a todos los poderosos y, sobretodo, a todos los totalitarios. Urdió una utopía, pensamiento cerrado, para convencernos de que su idea de justicia era la verdadera. Pero ésta, como decían los sofistas, Trasímaco, era la que le convenía al gobernante o, la del fuerte. En la dialéctica marxista, la de la clase dominante. Y, de esta manera, y siguiente en terminología marxista, se produce la alienación. Y la alienación en Marx no es sólo falsa conciencia, que también, sino justificación de la miseria y la pobreza. El engaño o la alienación vienen por parte tanto del oprimido como del opresor. El opresor, a menos que sea el que urde el engaño, vive en el engaño. La ventaja es que el fuerte con su engaño, más o menos consciente, vive bien; mientras que el débil, malvive. La educación, para todo poder, es el vehículo de la transmisión de los valores dominantes y justifcativos del estatus quo y del dominio del fuerte sobre el débil en toda época y en todo momento. Ahora bien, lo que sí es verdad y tu señalas, es que hoy en día estamos en una sociedad capitalista; por tanto, los valores que se transmiten son los del capitalismo. Esto es importante, porque el pensamiento hegemónico actual ha intentado urdir un sistema de pensamiento ideológico, al que llamamos pensamiento único, en el que habría quedado abolida la lucha de clase. Esto es grave, la clase media, los trabajadores (proletarios) y los pobres han perdido la consciencia de clase, con lo cual asumen el pensamiento hegemónico de forma automática, con toda la naturalidad. Además, este pensamiento presenta también un carácter utópico. Se identifica con la democracia liberal y defiende los ideales de democracia, por tanto, se considera el pensamiento definitivo, de ahí lo del fin de las ideologías de Fukuyama; que, por cierto, ya no cree en el fin de la historia. Y al ser el pensamiento validado por la historia se considera la verdad. Pero resulta que esta democracia con la que se nos adoctrina desde todos los ámbitos, y también desde la educación, no es un pensamiento crítico heredero de la ilustración, sino ideología del poder dominante que, como bien dices tú, y yo suscribo, es el del poder del capital. El poder político son comparsas del poder del gran capital. Por dos motivos: por ignorancia (alienación) y, sobretodo, por interés. La clase política tiene intereses en el poder del capital; sino no se hubiesen organizado las democracias como se ha hecho. Nos han hecho pensar, desde hace cuarenta años, que había una sola política económica posible, cuando realmente existen varias alternativas. Hoy lo vemos claro. La solución a la crisis del capital no pasa por cuestionar el sistema, a pesar de ser una crisis sistémica, sino por reducir el gasto público (eliminación de los derechos sociales) y una reforma estructural del mercado de trabajo. Cualquier economista crítico sabe que existen otras recetas contra el déficit público. Además, también habría que analizar de dónde procede el déficit público. En fin, que las democracias neoliberales se han transformado en la ideología del poder dominante, que en este caso es el del capital. Pero la estructura es siempre la misma. Todo poder intenta perpetuarse por medio de una ideología alienante que mantenga al débil a raya. La cuestión, con la que está cayendo, es pensar si es posible organizar una sociedad democrática no alienante, o, mínimamente alienante, en la que el poder político regule al poder económico. Soy, como Riechmannn, un pesimista activista. Con lo que estamos viendo no hay razones para el optimismo racional, pero sí para la esperanza del corazón. La salida es hacia una sociedad de decrecimiento sostenible. Pero hay dos formas: o por voluntad política y estamos viendo que hay poca, los gobiernos ceden a los intereses de los mercados, o por un choque contra los límites de nuestro propio crecimiento. Y esto es lo que, tarde o temprano, pasará. Y esto es lo que dará lugar al fascismo en el que ya nos estamos adentrando. Esto no es demagogia. Las guerras por los recursos energéticos, por los alimentos y el agua ya existen. Esto irá a más hasta que se produzca el colapso civilizatorio en la línea del ecologista e historiador Desmond. Somos un virus en la ecosfera, como sostiene Lovelock, el de la teoría de Gaia. Pero, como decía la bióloga Margulis, por mucho que lo intentemos nunca podremos con ella. Por otro lado, la solución marxista tampoco es viable. Por dos razones. El marxismo ha analizado bien estas crisis, que, por muy de origen financiero que sean, son crisis de producción, pero su predicción es errónea. Estas crisis no dan lugar a una revolución de los proletarios. Se le escapaban a Marx muchos flecos, entre otras cosas, que no se puede hacer una ciencia natural de la historia. Que, por tanto, no existen leyes en la historia. La idea de una emancipación de la humanidad tras la revolución de los proletarios, o de cualquier otra revolución, no es más que cristianismo secularizado que tiene a la base el mito del progreso. Y, la segunda razón, es que aunque la humanidad sea universal, desde su propia naturaleza biológica, no lo es histórico-culturalmente y esto hace inviable una revolución mundial, por muy globalizados que estemos, que sólo es económico-financieramente. ¿Cómo, si no, podemos entender que la izquierda, siendo internacionalista, se una a los nacionalismos identitarios, siendo estos la antítesis del marxismo? Y, encima, lo ven con toda naturalidad a través de un engaño del concepto de opresión. Ésta ultima es siempre económica, las diferencias étnicas o culturales son las diferentes ideologías alienantes del poder económico para oprimir al débil. Así que la defensa de la izquierda de las identidades étnico-culturales es un error de interpretación del marxismo, sino una farsa.

 

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            El mundo, la vida y la historia no tienen ni sentido ni significado, salvo el estrictamente natural y biológico. En ese estado el hombre es un ser que vive en la desesperanza. Por eso inventa las religiones, la filosofía y la ciencia y toda la cultura en general, para dar sentido a su existencia. Y de ahí que el hombre es un ser desesperado y abocado, por esa misma razón, a la esperanza. La esperanza es una estructura adaptativa que nos permite vivir. Sin esperanza no tendríamos ningún motivo para seguir viviendo; si acaso, sobrevivir. O, como decía un amigo,  sobrebeber. Por eso señalaba Albert Camus, que la única cuestión filosófica de relevancia es la del suicidio.

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