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Filosofía desde la trinchera

La tesis fuerte marxista es que la realidad social determina la consciencia. Es decir, que pesamos dependiendo de nuestra realidad social, la base material de la sociedad, lo que se llama la infraestructura económica. Dicho de otra manera, y siguiendo a Marx: “no es nuestra consciencia la que determina nuestro ser social, sino que es nuestro ser social el que determina nuestra consciencia.” Estas afirmaciones y otras le valieron a Marx ser acusado de determinista histórico, pero no voy a discutir este endiablado tema aquí. Arranco de él para realizar una breve reflexión sobre cómo los diferentes soportes de adquisición de cultura, y la lectura, en particular, determinan nuestra forma de pensar y de ser. Atendiendo a estos soportes podemos dividir la historia en varias etapas. La primera es la invención de la escritura. Platón, por boca de Sócrates, nos cuenta que la escritura es una maldición, es la muerte del pensamiento. Se ve aquí el toque reaccionario platónico, defensor de la antigüedad arcaica. Pero, como siempre, sus juicios, por muy de reaccionarios que se les pueda acusar, como ocurre con su crítica a la democracia, encierran grandes verdades. La escritura fue el fin de la cultura oral. De alguna manera, fue la muerte del pensamiento tal y como se entendía y fue conquistado por los griegos. El pensamiento es diálogo, siempre es fluir, está entre dos, es una construcción, un camino, una búsqueda. Requiere de la participación activa y de la memoria. La escritura elimina todo esto. El pensamiento escrito es la muerte del pensamiento. Ya no hay un interlocutor delante, el logos, la razón, es lo común. Lo escrito es ya invariable. Aunque sea un producto de una construcción es un producto acabado. Por eso Platón escribe en forma de diálogo. Y sus diálogos de juventud no tienen conclusión. Pero, poco a poco, el diálogo en Platón pasa a ser algo retórico. Por eso su discípulo, el gran Aristóteles, el padre de todas las ciencias, ya no escribe diálogos, salvo en su juventud. Escribe tratados, algo así como manuales para sus clases en el Liceo. Esto implica que la transmisión del pensamiento ha cambiado totalmente. Y eso conlleva un cambio en nuestra forma de entender la realidad. No es lo mismo el diálogo en el ágora, o tras un banquete… que leer los sesudos tratados científicos y filosóficos de Aristóteles.

 

            Pero, curiosamente, la lectura a la que muy pocos tenían acceso, sobretodo tras la llegada del cristianismo, se hacía en voz alta. Pero fue, San Ambrosio, con una rapidez lectora increíble, el que introduce la lectura en silencia. Pensamos que esto es algo natural, pero no lo fue. La lectura en silencio fue otro gran cambio. En primer lugar, aumentaba la rapidez lectora y, en segundo, producía un fenómeno de aislamiento y ensimismamiento que, desde entonces, es algo mágico que no ha abandonado a la lectura. Y esta lectura, que requería el silencio y el aislamiento era de largo alcance. Quiero decir con ello, que accedíamos a grandes tratados y crónicas que se podían devoran linealmente durante horas y horas. La lectura silenciosa inaugura una nueva forma de pensamiento: el pensamiento interior. Leer es una forma de diálogo con el autor en el que se interioriza el pensamiento o narración del mismo para recrearse en diálogo continuo en nuestro interior. Vuelve el pensamiento como diálogo interior. Y aparece el ensimismamiento de la lectura y el gran lector.

 

            Pero un cambio en la base material de la sociedad hace que la lectura sea de acceso público. La invención de la imprenta permite el acceso a los libros de un mayor número de personas. Y aparecen las novelas, desde el XVI, culminando en las grandes noveleas del XIX. La novela es un género que permite la interiorización de las pasiones y emociones de los otros. Por eso una historiadora americana, en un libro reciente, defiende que la aparición de las noveleas y el hecho de que la burguesía tuviese acceso a ellas hizo posible la aparición de los derechos humanos en el XVIII. Las novelas, al mostrar las vidas de los otros, sus goces y miserias, nos hacían participes de lo común de la humanidad. Por eso se llegó a considerar los derechos humanos como algo evidente, cuando realmente fueron una conquista histórica en la que la lectura de novelas, como el retrato, la representación teatral, tuvieron mucho que ver. El desarrollo de estas grandes novelas, junto con la imprenta y la sucesiva alfabetización de la ciudadanía, hicieron de la lectura un acto singular de empatía, diálogo y razonamiento. Pero siempre lineal. He repetido esta palabra varias veces porque es lo que hoy en día, con las nuevas tecnologías de la comunicación, ha cambiado y ello puede dar lugar a la aparición de unas estructuras cognitivas distintas.

 

            En primer lugar tenemos la televisión, también el cine, pero en menor medida, al menos en sus orígenes. Ésta elimina de un plumazo la lectura. Sustituye el pensamiento activo y la recreación de la imaginación que exige la lectura por la imagen. Con la televisión, nuestras estructuras cognitivas sufren en vuelco tremendo. El filósofo italiano Sartori hace un excepcional análisis en su ya clásica obra “Homo videns” la televisión sustituye el pensamiento, la memoria y la imaginación por la imagen. Por eso pasamos de homo sapiens a homo videns.

 

            Pero la última transformación es la de Internet, que integra el sonido, la imagen y la lectura-escritura. Se suele decir que con la llegada de Internet se lee más. No estoy seguro, lo que sí sé es que la lectura ha sufrido una nueva transformación. Y aquí es donde entra en juego la palabra lineal a la que hice alusión. La lectura siempre ha sido lineal de largo alcance y de largo recorrido. Exigiendo una atención y una memoria al sujeto importantes. Los argumentos, las pruebas requieren su tiempo. Las narraciones requieren un ritmo que van desde su inicio, su nudo y su desenlace. La lectura requiere de la pausa, la interiorización del diálogo con el autor, la soledad… pero Internet es fragmentario. La lectura aquí no es lineal, es fragmentaria y en red. No se sigue ningún argumento en profundidad. Se picotea de titular en titular. Se leen las primeras líneas y poco más. Rápidamente se pasa a otro tema. La consciencia no descansa sobre ninguno. La lectura en Internet es vertiginosa, como la vida posmoderna. Nos falta el tiempo, la soledad, el reposo, el silencio, la memoria, la facultad de argumentación. Para las generaciones que se están educando en esta forma de acceso a la lectura y la información se producirá un cambio en sus estructuras cognitivas que condicionarán, como hemos probado en los otros cambios, el entendimiento de la realidad. El individuo que emerge de estas tecnologías tendrá una identidad fragmentaria, una capacidad increíblemente reducida de argumentación, una reducción de la atención y una anulación de la memoria: todo está en la red. Pero no olvidemos que sin memoria, mal que les pese a los psicopedagogos y políticos progres, no hay inteligencia. Esperemos que pueda mantenerse una coexistencia entre Internet, la lectura tradicional y el diálogo racional de la tradición oral.

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