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Filosofía desde la trinchera

Nuestra civilización en la encrucijada.

 

            Han aparecido recientemente dos libros importantes sobre la situación actual de la humanidad. Dos obras que analizan la situación a la que ha llegado nuestra civilización, el origen de sus males y la posibilidad de superación. Dos obras imprescindibles para entendernos y proyectar un futuro mejor, si éste es posible. La primera es de un autor español, José Vidal Beneyto, recientemente fallecido a los ochenta y dos años, el otro es el historiador de las ideas mundialmente conocido Tony Judt. La primera obra se titula La corrupción de la democracia y la segunda Algo va mal. También coinciden estas dos obras en que son escritos de combate. Están hechos con la intención de sensibilizar y cambiar las conciencias para cambiar el mundo. Tienen una tremenda fuerza moral. Su norte es la justicia. Ambos coinciden en que la situación es poco menos que dramática. Son pesimistas en sus análisis, pero tienen una confianza profunda en la capacidad de superación del ser humano ante las encrucijadas. Y, en la que nos encontramos, puede ser la mayor de la historia de la humanidad. Animo al lector crítico y con esperanzas a que se acerque a estas obras de las que surge la siguiente reflexión.

 

            Todo el mundo podrá coincidir en el hecho de que en la sociedad en la que vivimos algo va mal. Y esto es así porque las cifras hablan por sí solas. La mitad de la humanidad no tiene acceso al agua potable, las energías fósiles se agotan, el calentamiento global es un hecho y sus consecuencias impredecibles exhaustivamente, pero amenazantes para el futuro de la humanidad, una tercera parte de la humanidad pasa hambre, el sistema democrático es dudoso, la corrupción del mismo es un hecho. Probablemente estemos acercándonos al fin de la historia, debido a un colapso civilizatorio, como ha ocurrido en otras civilizaciones, con la salvedad de que en nuestro caso la civilización es global. Pero este fin de la historia no es, como piensan los utópicos neoliberales, amantes del mito del progreso, porque hayamos agotado todas las ideologías o formas de concebir el mundo, quedándonos como única alternativa las democracias liberales, sino por un colapso global debido a que hemos superado los límites de nuestro crecimiento. El mundo en el que vivimos no es el mejor de los mundos posibles. Este pensamiento es alimentado por el mito del progreso que está a la base del pensamiento neoliberal. Desde hace cuarenta años hemos ido perdiendo paulatinamente en calidad de vida y seguridad. Nuestro mundo es más pobre, más inseguro y su equilibrio más delicado. Los que mandan no son los ciudadanos, ni siquiera la clase política, salvo que ésta participe del poder económico, sino los grandes centros de poder y quienes lo ocupan, unos cuantos cientos o miles de personas que se reparten la mayor parte de la riqueza del mundo. Este mito del progreso, junto con la ideología neoliberal, nos lleva a pensar que el mundo en el que vivimos es lo mejor que hemos tenido y que la propia economía del mercado libre eliminará todas las contradicciones. Nos creemos esto como un mito. El poder se ha encargado de producir todo un conjunto de valores e ideologías que hagan posible la transmisión del engaño. Se nos presenta el desierto de lo real, como un gran oasis y de esta manera se anula la capacidad de los ciudadanos para actuar. Toda esta ideología neoliberal no es más que un nuevo mito en el que nos acomodamos y, curiosamente, con un sentimiento de libertad. Porque la libertad se ha confundido con el consumo y el disfrute egoísta de los placeres. Ésta ha sido la mejor forma de domesticar a la ciudadanía. Pero ésta ideología neoliberal es una utopía negativa. Y esto es así porque nos promete el cielo en la tierra, pero el neoliberalismo lo que ha traído ha sido la miseria, la desigualdad, el problema ecosocial y la gran amenaza del cambio climático. El pensamiento utópico se caracteriza por el hecho de que promete el cielo en la tierra pero lo que traen es el infierno: la desigualdad, la exclusión y la muerte. Y esto ha sido lo característico del modelo neoliberal. Pero como mito que es, nos hace pensar que la organización del mundo es así por necesidad, que no hay alternativa al orden neoliberal. Hay que desenmascarar este peligroso engaño. La historia de la humanidad no es la historia del progreso. Es cierto que ha habido grandes progresos, pero también grandes regresiones, como la que actualmente estamos viviendo. El progreso moral y político de la humanidad es contingente. Es necesario estar alerta para mantenerlo. No existen leyes de la historia que determinen el progreso ético-político. Las leyes de la economía no son deterministas; y, por otro lado, la historia no se reduce a la economía. En la historia se dan tendencias. No existen leyes naturales de la misma, como en la naturaleza. Eso no implica que sea irracional, ya hemos dicho que hay tendencias, pero también la influencias de decisiones personales, de accidentes naturales, del azar y la contingencia, y, en última instancia, la historia depende de la libertad de los hombres. El mito del neoliberalismo quiere privarnos de la libertad haciéndonos pensar que la realidad que se nos ofrece, el desierto de lo real, es el mejor de los mundos posibles. Que no se puede cambiar. Esto no es más que el fruto del afán de poder, del ansia del más rico por acaparar toda la riqueza, como decía Adam Smith en La riqueza de las naciones “Lo quieren todo para ellos y nada para los demás”. Y este mito del neoliberalismo es el gran engaño de occidente que mantiene amordazadas a las conciencias, alienadas, impidiéndoles pensar. Perfectamente amaestradas y dóciles.

 

            Pero no es cierto, como digo, ha habido grandes progreso y grandes regresos. Salimos de la crisis del veintinueve, tras el desencadenamiento de la segunda guerra mundial, introduciendo una nueva economía en la que ésta estaba supeditada a la política. El estado regulaba la economía, sin eliminar la libertad. Esto dió lugar a un crecimiento sostenido y a una mayor redistribución de la riqueza. Era un  modelo capitalista, con todos los errores que conlleva, que no consideraba los límites del crecimiento debido al problema ecológico, pero que, en su momento fue eficaz y produjo justicia. Pero desde hace cuatro décadas domina la ideología del mercado que ha reducido casi a su inexistencia al poder político. Las consecuencias son el mundo en el que vivimos y lo que nos espera y los datos los puede encontrar el lector en las obras que me sirven de reflexión. Pero uno de los mensajes que se traslucen en estas obras es que si salimos de esa crisis y produjimos un gran avance social, podemos salir de la actual. Hay aquí una doble enseñanza, por un lado, que la historia no es lineal ni progresiva y, por otro, que por nuestra voluntad podemos mejorar, incluso cuando nos encontramos en la peor de las encrucijadas, como fue la segunda guerra mundial.

 

            Una de las estrategias del neoliberalismo ha sido la corrupción de la democracia. Las democracias liberales en las que vivimos no son ni lo uno ni lo otro. No son democracias porque no gobierna el pueblo, el ciudadano está desaparecido, ha sido convertido en siervo. Y no son liberales porque la libertad es apariencia, se reduce al consumo, del que puede, claro. El problema es que la corrupción de la democracia no es la corrupción de la vida política, que también, sino la corrupción del propio sistema. Por eso podemos hablar de que nuestro sistema no es una democracia. Que la democracia se ha corrompido en manos del neoliberalismo. Si manda el mercado, ¿cómo podemos hablar de democracia? Y, encima, el mercado no es un ente abstracto, como se nos quiere hacer pensar, sino unos pocos con nombres y apellidos detrás de instituciones financieras y multinacionales. La corrupción del sistema reside en que el poder está más allá del pueblo. Vivimos en una plutocracia regentada por partidos políticos que hacen de mediación entre el pueblo y el poder real. Los partidos políticos sólo se representan a sí mismos, no a sus electores y, menos, al conjunto de los ciudadanos. El neoliberalismo, al anteponer la economía a la política ha vaciado de contenido a la última. De ahí que hayan desaparecido las ideas políticas y que lo público sea casi una entelequia, algo llamado, en todo caso, a desaparecer. La corrupción de la democracia como sistema es el instrumento que el poder económico ha utilizado para verse libre de cualquier forma de control y de limitar su poder. Por eso la única salida que nos queda es refundar la democracia desde el poder de los ciudadanos. El hecho de que vivimos en sociedades formalmente democráticas nos ofrece mecanismos de actuación a los ciudadanos. Lo primero es tomar conciencia del gran engaño, después actuar, empezando por el voto. El poder político está entre las cuerdas, pero no derrotado. El sistema democrático se ha corrompido, pero mientras que existan ciudadanos libres cabe la esperanza de recuperar la soberanía de los ciudadanos, en la medida que esto es posible, claro, y la primacía de la política sobre la economía. Y esto significa la primacía del interés general de la humanidad sobre el del enriquecimiento de unos pocos.

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