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Filosofía desde la trinchera

Juan José Tamayo y Maria José Fariñas. Cultura y religiones en diálogo. Síntesis, Madrid, 2007

 

            Esta obra escrita a la par entre Juan José Tamayo y Maria José Fariñas es una argumentación serena, racional, algo idealista, a mi parecer, en medio de un clima de crispación, de enfrentamiento y de fanatismos. Es un escrito que respira tolerancia, respeto y diálogo. Un trabajo que tiene como meta la mejora de la condición humana y de los pueblos. Mi intención no es hacer una reseña de la misma, animo a todo aquel que pueda a que la lea sosegadamente, sino un comentario y una reflexión a partir de las ideas que aquí se vierten con las cuáles, en sus líneas más generales, me siento absolutamente identificado. Y digo esto por si alguno de mis comentarios no es compartido con los autores. De ambos conozco parte de su obra y a uno de ellos personalmente.

 

            Pues entrando en materia lo que el libro nos transmite es que la solución a lo que se ha llamado el choque de civilizaciones sería el diálogo entre culturas y religiones. Además, desde el principio se desmonta la idea de civilizaciones. Habría que hablar de culturas, y dentro de las culturas está la religión, el derecho, la política, la economía… Por eso el llamado choque de civilizaciones es una farsa. El concepto de civilización es una construcción y tiene su primer representante en el siglo XX en Toymbie. Se hizo famoso con la tesis de Huntington en su artículo, El choque de civilizaciones, que después se convertiría en un libro de éxito y de cabecera del pensamiento neoliberal. El problema de plantear un choque de civilizaciones es que por debajo lo que se nos está colando es el fundamentalismo. Y contra el fundamentalismo es contra lo que se trata de luchar. Éste impide el dialogo y engendra violencia. Pero el fundamentalismo tiene muchas caras, religiosa, política, económica. Es decir, se encuentra en la cultura.

 

            Desde mi perspectiva la lucha contra el fundamentalismo exige de la recuperación de la razón ilustrada como medio de crítica, como forma de desenmascarar y, a partir de ahí, liberar. Y, por eso, a mi parecer, el resurgimiento de los fundamentalismo tienen lugar en nuestra sociedad posmoderna e hiperdesarrollada, por el abandono de la razón crítica, por el triunfo de la opinión sobre el saber fundado. El hombre en la sociedad posmoderna se encuentra con una conciencia vacía deseosa de sentido. En este tipo de conciencia sin capacidad crítica anidan fácilmente los mensajes mesiánicos, fudamentalistas, redentores. El hombre es un ser que busca el sentido, que busca las certezas, que no es capaz de vivir a la intemperie. Por eso busca un sentido y lo encuentra en las verdades absolutas.

 

            Es esto, precisamente, la verdad absoluta, lo que caracteriza al fundamentalismo. La verdad absoluta, o la Verdad, a secas, nos produce la seguridad en nuestro pensar y nuestro hacer. Pero la verdad absoluta impide el diálogo. De ahí que los fundamentalismos eliminen al otro como el hereje. El otro, que tiene otro pensamiento, otra verdad es peligroso. Hay que ir contra él, eliminarlo. Por eso el fundamentalismo engendra la actitud del fanatismo y éste la acción de la violencia. El fundamentalismo ciega, mientras que la razón crítica ilumina en un mundo de sombras y de dudas en el que hay que atreverse a adentrarse, convivir, dialogar, terciar, claudicar, permitir, acompañar, convencer… Mientras que el fundamentalismo es la exclusión del otro, del distinto, la razón crítica, o cordial, que diría Adela Cortina, es apertura al otro, al distinto. El problema de la aparición de fundamentalismos en nuestro mundo procede de que está montado desde la idea de verdad absoluta. No hay verdad absoluta, hay verdades. Y esto es un problema que surge en la unión entre la filosofía y las religiones del libro. La filosofía, de origen platónico fundamentalmente, como ya viese Nietzsche, piensa que hay un mundo de verdades absolutas, de ideas que son el conocimiento verdadero. Lo demás son apariencias, engaño, error… La idea de que existe la verdad absoluta y de que podemos conquistarla es una idea peligrosa. No se puede confundir la verdad en tanto que absoluta con la verdad en tanto que objetiva. Esto segundo fue el gran descubrimiento griego, la posibilidad de algo común para buscar el conocimiento, la virtud y la justicia. El instrumento que nos une, no la verdad absoluta que nos separa. Por su parte, las religiones del libro nacen con el germen del fundamentalismo. El monoteísmo es, por definición, excluyente. Por eso en las tres religiones del libro emergen los fundamentalismos. No decimos que se reduzcan al fundamentalismo, sino que tienen en si el germen del mismo. El monoteísmo es excluyente por naturaleza. Ahora bien, igual que el fundamentalismo emerge en estas tres religiones, también, a partir de su concepto de dignidad son el fundamento ético del respeto al otro. En las religiones del libro asistimos a esta tensión. A más dogmática, más fundamentalismo, a más ética, más tolerancia. De ahí que las religiones tengan que esforzarse por aquello que tienen en común, pero para eso tienen que alejarse de la dogmática y acercarse a su mensaje ético. En las diferentes éticas existen universales que pueden entrar en diálogo y que identifican más a lo humano. Hay que recalcar las semejanzas y profundizar en ellas.

 

            La tesis de Huntington lo que ha pretendido es defender un fundamentalismo de una supuesta civilización occidental, cristiana, demócrata y liberal que es superior. En esta tesis, o mejor, ideología de la historia, lo que subyace es un fundamentalismo religioso, político y económico. Pero, curiosamente esta ideología se ha convertido, ayudada de la tesis de Fukuyama de El fin de la Historia y la muerte de las ideologías, en un pensamiento único que ha radicalizado el pensamiento occidental y justificado el crimen y la barbarie económica, política y militarmente. Ya hemos hablado del fundamentalismo religioso, vamos a ver ahora el político y económico. La verdad es que en nuestra cultura están íntimamente ligados y no se pueden separar. Además crecen dentro de un mismo caldo de cultivo que es, como dijimos al principio, la conciencia nihilista (egocéntrica-hedonista) de la posmodernidad. Desde la política se ha intentado justificar la intervención en el resto del mundo con la idea de la superioridad absoluta de la democracia liberal occidental. Aquí hay varios errores. Cuando consideramos que la democracia es la verdad absoluta estamos cayendo en una contradicción. La democracia impide la verdad absoluta, además no es exportable por la fuerza. Debe germinar dentro de cada cultura por sus medios y formas concretas. No hay un modelo único de democracia. La democracia ha sido utilizada como ideología para intervenir militarmente en donde nos conviene y ahí entra el fundamentalismo económico. Podríamos decir que el ideal democrático ha sido la ideología que el poder ha utilizado, cayendo por ello en un fundamentalismo, para realizar su plan económico. Es decir, que lo que nos encontramos de fondo es un fundamentalismo económico. El neoliberalismo se ha convertido en un fundamentalismo en tanto que ha caído en una ideología o, casi, como señala Stiglitz, en una religión con su catecismo y todo (conjunto de medidas que hay que tomar necesariamente y que vienen dictadas por el FMI y el BM, así como por los mercados financieros.) El neoliberalismo reduce la historia y la sociedad a las supuestas leyes absolutamente determinadas del mercado. Esto es un reduccionismo histórico, además de un error científico. Se podría decir más, es una pseudociencia, como bien señala Bunge. Pensar que la historia está determinada por el libre mercado y que para eso hay que acabar con el estado y eliminar al sujeto es el peor de los fundamentalismos actuales porque es el más general. Es el fundamentalismo de la globalización. Y pensar que el curso de las cosas es el que está ocurriendo de forma inexorable y que ello exige el fin de la política y la eliminación de cualquier alternativa económica, así como la reducción del individuo a mera mercancía es un fundamentalismo. Pero como este fundamentalismo se ha globalizado, porque su vehículo precisamente era la globalización, pues es la causa de un gran malestar, por decirlo de forma suave. Con más claridad, el fundamentalismo económico crea muerte y miseria.

 

            Frente a todos estos fundamentalismos lo que es necesario es fomentar la idea de pluralidad cultural, la idea de que las culturas no son islas, que el hombre ha sido siempre un inmigrante, que la evolución ha sido el producto del intercambio cultural. Que el encuentro con el otro no es sólo un choque, o no siempre ha sido un choque, sino que ha sido, en muchos casos de la historia, enriquecedor. Frente a la herejía hay que fomentar el diálogo. El pensamiento se ejerce siempre desde la pluralidad. Cuando no hay pluralidad no hay pensamiento, hay creencia. Pensar, dialogar, es difícil, pero es necesario. Hemos asistido a una globalización, pero ha sido eminentemente económica, también cultural, por supuesto, pero no suficientemente. Es necesario recobrar el diálogo entre culturas (política, derecho, religión, economía, filosofía) que permitan alcanzar un mayor grado de universalidad, de fraternidad, el ideal ético más olvidado de la ilustración. Quiero señalar una cosa que creo necesaria. Me refiero al engaño del multiculturalismo. Lo que los autores de esta obra defienden es la pluralidad. El multiculturalismo es otra forma de fundamentalismo y cierra la posibilidad de diálogo. Si decimos que todas las culturas son iguales, que son equivalentes y, sobre todo, que son inconmensurables, pues el diálogo es imposible. Las culturas se convierten en islas que temen al otro, su contaminación. Lo que defienden los autores, y yo con ellos, es la pluralidad. La pluralidad da lugar al diálogo desde unos presupuestos mínimos, en todos los ámbitos de la cultura. Por eso, en lugar de multiculturalismo, algo a mi modo de ver, muy posmoderno, habría que defender el interculturalismo. En primer lugar porque el la interculturalita parte del supuesto, epistemológico y ontológico de que hay algo común en las culturas. Ese algo común es lo humano. Y si hay algo en común es posible el diálogo desde el desacuerdo para buscar la máxima universalidad dentro de la pluralidad. Por otro lado, el interculturalismo supone la idea de que las formaciones culturales no han salido de la nada, no surgen aisladas, sino del contacto y el intercambio de otras culturas. Es necesario reconducir el inevitable proceso de la globalización, que comenzó ya en el neolítico, por otra forma de globalización en la que lo plural sea un punto de unión y de encuentro. Los problemas del hombre en particular y de la humanidad en su conjunto son los mismos, son comunes. Hay distintas formas de abordarlos. El asunto es que esas formas no deben ser excluyentes. El derecho debe fundarse sobre la pluralidad, no debe ser monista. Esto último es una herencia de la filosofía y la religión. La política debe ser plural. Y la mejor forma de ejercer la pluralidad es desde la democracia. Pero, en primer lugar, hay muchas formas de democracia; y, además, ésta está siempre en construcción. La religión debe ser privada, no puede estar por encima de la política. El discurso religioso está en pie de igualdad en el ámbito público, pero la creencia y la práctica deben ser privadas. La ética debe ser laica y plural y dirigida a defender la dignidad del hombre. Por otro lado, el diálogo sólo será posible desde la actitud ilustrada de la tolerancia y eso exige el uso crítico de la razón y el abandono de la pasión y el interés privado. Todo ello se enmarcaría dentro de un ideal kantiano de un cosmopolitismo como asociación de repúblicas libres. Este ideal kantiano seria una idea regulativa de la acción ético-política. Pero para poner en marcha este plan de diálogo, tolerancia, cosmopolitismo y pluralismo es necesario desenmacarar los fundamentalismos. El primero de ellos es el fundamentalismo económico y el segundo, que sólo hemos señalado y que va aliado y surge del primero, es el vacío de la conciencia posmoderna. La posmodernidad ha producido en las sociedades desarrolladas una actitud narcisista que les impide salir de sí mismo al encuentro con el otro. Será el dolor y la miseria el que al final nos permita reconocernos en el otro. Esperemos que no sea demasiado tarde y que algo de cordura nos asista a todos: gobernantes, poderosos y ciudadanía.

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