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Filosofía desde la trinchera

Estimada Ana María, sólo intentaba entablar una conversación con nuestro común amigo Fernando. Una conversación que se derivaba de su comentario. Me gustaría hacerte algunas matizaciones si me lo permites. Primero, la política es para el hombre imprescindible, como lo es la ley. Somos animales políticos o sociales, como lo quieras entender y va en nuestra naturaleza biológica que culturalmente se plenifica. Dos, no se puede estar por encima de las diferencias políticas y religiosas como si se fuese un dios y, además, sugerir que lo único que se puede hacer es tal o cual cosa. No hay un único camino. En tercer lugar, el uso público de la razón es absolutamente necesario, liberalizador y garantizador de eso que se llama dignidad de la persona y que no es nada antiguo, como sugieres, sino que es un proyecto ético no realizado. Hablar de una revolución de la conciencia y en los términos que lo haces me da miedo. Todo eso acaba en lo de la necesidad de un hombre nuevo. Teoría que está a la base de toda forma totalitaria de poder, política y religiosa, por supuesto. No ha habido nunca, ni habrá nunca, un hombre nuevo. Tenemos lo que tenemos y es con lo que hay que trabajar. Lo demás son utopías que se convierten en formas totalitarias de pensamiento único. Y, por último, hablar del sistema en general es no decir nada. Si no se concreta el mal en cada parte del sistema, algo que en realidad no sé que es, no hay nada que combatir. Anunciar la corrupción del sistema y quedarse tan pancho es no decir absolutamente nada. Es una forma utópica de idealismo que prepara el camino para el totalitarismo del que antes te hablaba. Un saludo y disculpa mi discurso magistral o, mejor, profesoral, pero soy profesor y, como tal, de ello ejerzo haciendo un uso público de la razón en cualquier ágora, a lo Sócrates. Ése es mi modo, no el único, principal de acción. Remover, desenmascarar y vaciar de prejuicios las conciencias de mis alumnos.

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