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Filosofía desde la trinchera

El estado y los funcionarios.

 

            Hay una guerra, antes solapada, ahora abierta para terminar con el estado. Para que su tamaño quepa en una bañera, como decía aquel neoliberal. La cosa es de extrema gravedad. Por una parte, los que defienden la minimalización del estado defienden, paradójicamente, el aumento del ejército y de la seguridad exterior. Es decir un aumento hipertrofiado del estado. Y, por otro lado, defienden que el estado debe garantizar la seguridad de sus riquezas que se desarrollan en multinacionales y que escapan al control de los estados. Y estas multinacionales lo que reclaman es más estado que ponga límites a los productos de los países menos desarrollados. Es decir, otra distorsión patológica del estado. En definitiva, los neoliberales económicos lo que mantienen no es una disminución del estado, sino un estado hipertrofiado en lo militar y en ciertas cuestiones de la regulación económica y del comercio. Por consiguiente, mienten. Y lo hacen a sabiendas. Quieren la protección del estado mientras no se puedan hacer con todo el poder, que sería uno de los escenarios posibles. Y uno de los caballos de batalla de esta ideología que afecta a todo el bienestar del estado es el ataque a los trabajadores públicos, a los llamados funcionarios.

Este ataque me parece ruin, hecho con nocturnidad y alevosía y, si triunfa, marca el fin de una época, la del estado y la de la democracia, para pasar a la tiranía de las grandes corporaciones económicas. Y no exagero, la historia es impredecible y toda conquista histórica es contingente, puede desaparecer. Cuando se desacredita a los funcionarios públicos, lo que se está haciendo es desacreditar al propio estado. Todo estado se sostiene por los funcionarios públicos, podemos pedir mayor y mejor eficacia, eso es otro cantar, pero lo que sí digo es que entre los funcionarios poca corrupción habrá en comparación con el mundo privado de las finanzas y de los puestos de confianza, otro cáncer de las democracias y del estado. Los funcionarios son los representantes del estado en su lugar de trabajo. Son la personificación de la ley, la expresión material de la ley. Los últimos ejecutores de la misma. Pero como los funcionarios velan por el estado mediante su trabajo, aunque sea inconscientemente y lo hagan por un sueldo, la mayor de las veces miserable: barrenderos, policías, municipales, bomberos, profesores altamente cualificados, médicos altamente formados… están velando por la voluntad del pueblo y por cada uno de nosotros. Su rendimiento no está dentro del mercado, es su responsabilidad y su deber público el que los lleva a cumplir con su trabajo y a excederse en él, aún sin ningún tipo de recompensa económica. Y, mientras más alta sea la cualificación de un funcionario, más ocurrirá esto. La formación de un médico, de un profesor, de un juez, no le aporta mayor remuneración, le aporta conocimientos que para él son agradables, pero que siempre están vertidos al público. Público al que, en última instancia, se debe. Si atacamos a los funcionarios, atacamos la columna vertebral del estado. Y si atacamos a los médicos, profesores y a la justicia estamos  quebrando esta columna vertebral. No digo que no existan casos de corrupción, ni de vagancia, pero eso es achacable a la torcida condición humana y no a lo accidental de ser funcionario. La salud y la educación son bienes públicos. Tanto el médico como el profesor trabajan para el público y vierten su saber de decenas de años por la mayor calidad de la vida de los ciudadanos. No se puede permitir un ataque a los funcionarios a menos que se quiera desmantelar el estado, no digo ya el estado del bienestar. Profesores y médicos son grandes emprendedores que han llenado su vida con la idea de aumentar sus conocimientos por el bien público. Hoy en día, en el que el único valor es el económico se ha confundido a los emprendedores con los emprendedores económicos, personas absolutamente necesarias para el desarrollo económico de la sociedad, pero no se puede caer en ese reduccionismo.

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