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Filosofía desde la trinchera

Yo me he educado y curtido en el escepticismo y, por eso, lo de la razón, o tener la razón, me resulta extraño, vanidoso, y presuntuosos. El arte de tener la razón es la buena retórica, ésa que practican los buenos abogados y que inventaron los sofistas. Pero mi camino es el socrático, frente a la retórica, el diálogo, y aquí la razón es común, no pertenece a nadie. Es un instrumento para la búsqueda del conocimiento. Pero disculpa mi discurso filosófico (precisamente estoy con estos temas ahora en clase), una cosa es la pretensión teórica y otra el carácter. Por eso digo que me he curtido en el escepticismo, no es mi forma natural de ser. Considero que no hay criterios de verdad que nos permitan dilucidar la verdad, pero sí la verosimilitud y la objetividad. Y, por otro lado, considero que todos, unos más y otros menos, pretendemos llevar la razón. Pero esto no tiene que ver con la razón, sino con el poder. El que tiene la razón tiene el poder, o a la inversa y eso ha sido una buena estrategia de supervivencia evolutiva, por eso está marcada a fuego en nuestros genes. Y por eso no se puede confundir verdad con razón. El querer imponer la razón es el querer imponer el poder. El que tiene el poder, de por sí, no tiene que utilizar la fuerza para imponer la razón, la utiliza para amedrentar. De ahí el gran salto griego, el surgimiento de la ciencia y de la filosofía. Consideraron que la razón no pertenecía a nadie. Que la razón habitaba en el ágora, la plaza vacía, de la cual todos los hombres libres, desde la isonomía e isegoría, podían participar. Esto constituyó una revolución intelectual y ética, primero la idea de cosmos y después la de democracia, de la cual hoy en día somos herederos y constituyen los pilares de la civilización occidental. Civilización que se va al carajo, no por la desaparición del euro, sino porque lo que se pretende es acabar con la vieja Europa y esos valores que he comentado.

 

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