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Filosofía desde la trinchera

Biocentrismo y educación.

    Volvemos una vez más sobre el sempiterno tema de la educación. Esta vez no para hacer una crítica sesuda de los que yo creo equivocados principios sobre los que se basa la educación. Por el contrario, me voy a referir a los objetivos y, en concreto, al objetivo fundamental que debe perseguir la educación si queremos conservar un futuro.

    Pero antes tenemos que señalar cuáles son los objetivos fundamentales de la educación en la actualidad, tanto en la secundaria como en la superior, Plan Bolonia. Pues bien, he de decir muy a mi pesar que la educación se inscribe dentro del paradigma clásico de la economía neoliberal. La formación de los ciudadanos tiene como objetivo, fundamentalmente, la productividad. Se forma a los ciudadanos –y esto se toma como una inversión- para que en un futuro sean productibles. Es decir, que la economía neoliberal, incardinada en el paradigma ortodoxo y clásico de la economía, considera que lo que importa es el crecimiento económico y, por ello, es necesario que la formación vaya dirigida a la productividad. Cuanto más se produzca pues mucho mejor para el sistema. Por otro lado, se tiende a eliminar la capacidad crítica del alumno, porque en el fondo no se pretende formar a personas, sino a instrumentos intercambiables. Los ciudadanos son considerados como mercancía cuyo valor reside en su capacidad de producción que es medible y cuantificable. Por eso uno de los objetivos fundamentales de la educación superior es la adaptabilidad. El estudiante, futuro ciudadano, tiene que estar preparado para adaptarse a la sociedad que le ha tocado vivir. Esto es muy curioso porque no se le deja que se pueda plantear el nivel de justicia o injusticia que pueda haber en esa sociedad. No, adaptarse y punto. Productividad y adaptación, ese ha sido el proceso de domesticación al que ha sido sometido el ciudadano desde la cuna a la tumba. De tal forma que en un mundo supuestamente libre lo que nos encontramos son zombis ambulantes que repiten eternamente sus rutinas y que, de vez en cuando, tienen un regalo para entretenerse, un caramelo. Y además, todo ello, adobado con la farsa de la democracia. Se nos hace pensar, domesticándonos, que vivimos en democracia, que somos libres, que tenemos libertad de expresión, cuando esto no son más que palabras gastadas que no tienen ningún sentido salvo el de mantener el engaño.

    Mi visión es muy distinta. En primer lugar considero que la educación debe ser el proceso por el cual la humanidad se emancipe del poder, de toda forma de poder. Sé que quizás esto sea un imposible, porque la educación es precisamente uno de los instrumentos que el poder utiliza para domesticar. Lo que habría es que concebir la educación desde otra perspectiva que amplificase la autonomía y la pluralidad y que la garantía del estado en lo referente a la educación sea sólo una garantía y no una domesticación. Pues bien, en este sentido son dos los objetivos fundamentales que debe alcanzar la educación. En primer lugar, uno que ya he repetido muchas veces, pero que siempre será necesario recordar y es el de que la educación debe formar personas. Y una persona es un sujeto autónomo y libre. Alguien con capacidad de elección y de crítica. Una persona capaz de mirar al mundo cara a cara y decir lo que no le gusta y qué es lo que habría que cambiar. Todo lo contrario al animal doméstico que pretende producir el neoliberalismo, en definitiva, una pieza de recambio. Esto en primer lugar. Es decir, que la educación debe producir la ilustración. De ahí que yo considere la Ilustración un proyecto inacabado. Pero hay otro objetivo fundamental de la educación del siglo XXI y del que depende literalmente nuestro futuro. Y este nuevo objetivo se incardina en el cambio hacia un nuevo paradigma que ha de venir, pues el anterior está agotado y, por lo demás, todos podemos caer con él. Sería el colapso definitivo.

    El problema es el siguiente: la economía –y toda nuestra tradición filosófica y religiosa- está anclada en la idea del dominio del hombre sobre la naturaleza. Esto por mandato divino y por la propia capacidad técnica humana. Todo lo cual nos lleva al imperativo tecnológico. Todo lo que se puede inventar se inventa y todo lo que se puede aplicar se aplica. El imperativo tecnológico se puede entender también como una forma de entender la historia en el sentido en el que el movimiento histórico se interpreta como una consecuencia del cambio tecnológico. Es la tecnología la que cambia la historia. Esto es un reduccionismo y, como tal, falso, pero es una de las ideas, que se ha convertido en la religión de la tecnología salvadora, que baraja el neoliberalismo. Por otro lado esta economía no reconoce límites al crecimiento económico. Es más, todas sus medidas económicas están dirigidas al incremento del crecimiento. Y lo que subyace a toda esta idea es el enfrentamiento entre hombre y naturaleza. Y es aquí donde está el error. Esta idea equivocada y que nos ha llevado a la situación de encrucijada en la que nos encontramos es un grave error. Somos animales pertenecientes a una ecosfera. Y nuestra existencia es una existencia en pie de igualdad con el resto de los animales. La biosfera forma un sistema orgánico; es decir, un sistema de equilibrio, si el equilibrio se rompe el sistema tiende a buscar otra forma de equilibrio, a no ser que el daño sea muy elevado y todo el sistema perezca. Pero esa no es la situación actual de nuestra biosfera. Tenemos que ser conscientes de que somos elementos de la biosfera que han tenido una idea equivocada de la relación con ella, que nos hemos considerado dueños y señores de la misma, y eso ha producido un grave daño del que los primeros perjudicados somos nosotros. Y todo ello nos lleva a su explotación, lo cual ha producido un cambio profundo en su equilibrio. Somos los causantes de ese desequilibrio y precisamente por una idea equivocada que todavía se sigue impartiendo en las escuelas y las universidades, que es una idea comúnmente aceptada. Pues bien, yo propongo como reto y como ideal que el objetivo fundamental de la educación es enseñar a los futuros ciudadanos el biocentrismo; esto es, hasta ahora hemos vivido en el antropocentrismo. Si queremos sobrevivir, además de que el biocentrismo es la idea acertada, tenemos que pasar al ecocentrismo. Debemos ser capaces de considerarnos miembros de la ecosfera y ser sus cuidadores. De su cuidado depende el futuro, me refiero al futuro de la raza humana, o, al menos, de nuestra civilización. Si el futuro ciudadano asume el biocentrismo habremos cambiado de paradigma y abandonaremos todo aquello perverso del paradigma anterior que, por lo demás, nos tiene al borde del colapso. De este gran cambio educativo, unido al de la ilustración, que si lo observamos son inseparables, depende la supervivencia y el modo de supervivencia de las futuras generaciones.

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