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Filosofía desde la trinchera

EL RELATIVISDMO COMO JUSTIFICACIÓN DEL MÁS FUERTE.

 

En este mundo traidor,
nada es verdad, ni mentira,
Todo es según el color
del cristal con que se mira.

Campoamor.

 

¿Qué es la Ilustración? Es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. Kant.

 

El sabio puede cambiar de opinión. El necio, nunca. Kant.

 

            Llevo gran parte de mi vida luchando contra el discurso relativista. El relativismo se ha instalado en nuestras vidas y en nuestra sociedad para justificar la ignorancia, el miedo y el poder. No  es que yo defienda el absolutismo, con el mismo ahínco lo he combatido. El conocimiento humano es conjetural, hipotética, se reduce a suposiciones. Pero ello no implica que sea universal y objetivo. En democracia es necesario un sano relativismo que se refleja en la pluralidad y diferencia de ideas. Pero ese abanico de ideas hace posible el diálogo. Porque, a pesar del relativismo, hay un fondo común, el de la razón. Todos discutimos desde la razón en el ágora. Las opiniones particulares han de ser trascendidas. Y hay que tener en cuenta que el relativismo radical es fuente de fanatismo. Lo que está detrás del relativismo radical es el poder. Me explico. Si todas las opiniones son equivalentes la predominante es la del más fuerte. Y esto es un peligro porque entonces las opiniones del poderoso son nuestras tiranas sin posibilidad de réplica. Por otro lado, el relativismo radical es una actitud cómoda, perezosa y cobarde. Cuando nos recluimos en nuestras opiniones particulares lo que sucede es que no nos atrevemos a pensar. Y no lo hacemos por pereza, es más fácil que otro piense por mí. Es más fácil seguir y defender al líder. Además somos cobardes porque no nos atrevemos a ejercer la crítica frente al grupo con el que nos identificamos por miedo a la soledad, al ostracismo y el escarnio. Las opiniones, las creencias y las ideologías son mecanismos de control del poder. Mecanismos que incluso se ejercen desde la democracia haciéndonos pensar que somos libres, cuando, en realidad, somos marionetas en manos del poder. De ahí que al poder le interese mucho el fomento del respeto a las opiniones. Pues digo bien alto y por enésima vez, que las opiniones no son respetables, que lo respetable son las personas. Que las opiniones están para ser debatidas y que ése es el único camino de la libertad. Las opiniones particulares cuando se resisten al debate, cuando se nos espeta: “es que es mi opinión y es respetable” entonces se convierten en nuestras tiranas. La comodidad y la cobardía nos convierten en vasallos. Cuando nuestras opiniones obedecen a unas siglas somos robot, replicantes, heterónomos, esclavos del poder.

            Y al poder le interesa enormemente esta situación de sumisión, de esta manera tiene las manos libres para criticar lo que se le antoje, para difamar o para organizar una guerra. Desde las instituciones democráticas precisamente lo que se debe hacer es todo lo contrario. Fomentar el debate para encontrar lo común, que es más de lo que nos separa. Porque, como decía Terencio, “Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno”. Fomentar lo común y discutir desde la razón la diferencia, ésa es la esencia de la democracia, no la verdad absoluta, ni la ausencia de verdades objetivas, que las hay y son sobre las que hay que debatir. En cambio, cuando el poder relativiza el saber, además de esclavizar al pueblo, deslegitima la democracia como diálogo racional en pro de verdades universales y objetivas que favorezcan la convivencia. Por el contrario, de esta forma el poder lo que busca es el enfrentamiento, la deslegitimación de las instituciones democráticas. Es más, basándose en el relativismo radical el poder se permite el lujo del insulto al ciudadano, de faltar al honor a las instituciones del estado, como el poder judicial, mintiendo, por ejemplo, sobre una sentencia. Se insulta al pueblo y se falta al honor de los ciudadanos porque no se admite la verdad jurídica, que es la única verdad conjetural con la que contamos. Se crea la división ciudadana porque el pensamiento está cautivo del poder. Cuando el poder utiliza el relativismo radical actúa maquiavélicamente manipulando los sentimientos de las personas. En fin, de esta manera, el poder político pierde la poca legitimidad ética que le queda.

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