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Filosofía desde la trinchera

El fin.

 

            El hombre sigue empecinado en crecer. No acaba de entender que el crecimiento es limitado. Es más que ha llegado a su fin. Lo que nos resta es adecuarnos al decrecimiento. La opción o es política o es por fuerza. La tierra obrará sin piedad. Se ha roto el equilibrio y, si concebimos la tierra como un sistema, se reorganizará. Así podemos entender el cambio climático que hará inviable la vida tal y como la conocemos, como una respuesta de la ecosfera a la acción humana. Sólo escucho la palabra crecimiento, incluso crecimiento sostenible. Pero no hay sostenibilidad en el crecimiento, solo en el decrecimiento que, por otro lado, ya estamos viviendo. El hombre no acaba de tomar conciencia de ello. Vive como en una nube, en una creencia. La idea del progreso basado en la ciencia y la técnica, aliada al capitalismo ha creado una conciencia que a la inmensa mayoría no le permite ver fuera de sí. Es una conciencia alienada, el hombre es víctima de un autoengaño. Pretendemos parchear la crisis, creyendo solucionarla. Es necesario el cambio revolucionario de sistema, si es que aún es posible, o, lo peor, si es que el hombre es capaz de salir de su estado de alienación. Y éste es el verdadero problema, el único problema filosófico, político y moral, la supervivencia de la humanidad. Todo lo demás es secundario. La crisis no es más que una consecuencia de este problema. consecuencia dramática que nos puede llevar a salir de nuestro estado de letargo y contemplar lo que es importante. Pero mi pesimismo, y mi nihilismo naturalista me impiden verlo. Quizás estemos abocados a un colapso civilizatorio que acaba de comenzar y que irá en aumento y acelerándose progresivamente. Otra cuestión es si merece la pena que la humanidad se salve. Sólo tenemos que echar un vistazo a la historia de la humanidad. Es curioso, el periodo más largo de paz en todo ella ha tenido lugar en Europa durante sesenta años, desde la segunda guerra mundial hasta la guerra de los Balcanes, pero en el resto del mundo había luchas, guerras y genocidios, además de la guerra fría que fue lo que de alguna manera determinó ese periodo de paz. Pero nos armamos hasta los dientes. Lo suficiente como para destruirnos varias veces. Es incomprensible una especie así. Es la especie más depredadora que existe. Confundimos emprender y transformar el medio con depredar. Además, la especie humana es depredadora de sí mismo. Esto explica la guerra entre imperios, la aniquilación de culturas y civilizaciones enteras. Lo bueno que el hombre ha creado no es más que una isla en un océano de maldad, genocidio, crimen y sinsentido.  El hombre es capaz de pelearse por las ideas más sublimes. Qué contradicción, la guerra de religiones. Discurso que predican la paz y la fraternidad y que se convierten en el arma ideológica para la guerra o para el totalitarismo y el exterminio del disidente. ¿Quién puede dar algo por esta especie? Somos primates y nuestra organización es jerárquica, la democracia es imposible y los derechos humanos papel mojado que los países poderosos utilizan para dominar a los débiles que tienen la riqueza que ellos codician. No creo que nadie sensato pueda defender a esta especie. Y, sin embargo, sólo la sonrisa de un niño, nos hace olvidar todo esto. Por eso, quizás si merezca la pena, pero lo que ganaremos será sufrimiento, mucho sufrimiento. A los grandes poderes no les interesan los individuos aislados, esa sonrisa. A los grandes poderes lo que les interesa es el dominio. Representan la hybris, la ambición desmedida y descarriada. Una ambición, que, como vemos, se autodevora. Hemos tenido un inicio y tendremos un final. Un final tras una gran apoteosis. El desarrollo tecnológico ha llegado a su límite porque ha traspasado los límites del crecimiento. Desarrollo tecnológico y capitalismo son los que nos han permitido este crecimiento desorbitante que ahora toca a su fin. Pero, no lo olvidemos, nada homogéneo, crecimiento para unos cuantos, porque el crecimiento mata, Quizás lo que nos quede es contemplar y, mientras tanto, cultivar nuestro jardín.

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