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Filosofía desde la trinchera

El universo, su origen y el tiempo.

                Cada vez los físicos y cosmólogos saben más sobre el origen del universo y su posible estructura. Así como qué es aquello que hace que el universo, al menos el nuestro, sea como es. Toda investigación sobre el origen del universo es una investigación en la que se retrocede en el tiempo. No podemos observar el universo en su estado actual. Esta es una de las limitaciones de la teoría de Einstein. El límite de la velocidad de la luz. El universo que observamos es el que fue en determinado tiempo, concretamente, el tiempo que tarda la luz en recorrer la distancia a la que está el objeto. En éste sentido no es que el tiempo sea relativo, sino que es una variable ligada al espacio, la velocidad y la masa. Lo que Einstein pone en relación es precisamente, en su primera teoría es el espacio y el tiempo con la velocidad encontrando un absolut que, a su vez, actúa como límite, la velocidad de la luz. Y en su teoría general de la relatividad, lo que pone en relación es el espacio y el tiempo con la masa. Le queda como anhelo la gran teoría unificada, que hoy llaman teoría del todo que es el intento de la unificación entre el mundo microfísico y sus fuerzas y el megafísico con su fuerza universal que es la gravedad.

                De ahí que el tiempo, como dijera Agustín de Hipona sea tan complejo. Decía, “si nadie me lo pregunta sé qué es, si me lo preguntan no lo sé.” La cuestión es que, de alguna manera podemos dilucidar, en términos generales la naturaleza física del tiempo, y esto es lo que hace la teoría de la relatividad y como resultado de ello se nos ofrece un cosmos peculiar y extraño. En ese cosmos el tiempo no es una constante absoluta, como en el universo newtoniano, sino que está sometida a la constante absoluta de la velocidad de la luz, de la masa y de la velocidad. Los objetos se dilatan o se aprietan temporalmente dependiendo de su velocidad y su masa. Y el tiempo no es eterno, sino que es una variable, una realidad ontológica que surge junto con el universo, una propiedad emergente del mismo, es inseparable de él y desaparecerá con él. Lo que ocurre es que no pensamos en términos relativistas, nuestra imaginación es newtoniana y euclidea. Por eso pensamos en un tiempo lineal y en una evolución lineal y direccional del universo. Pensamos que el universo tiene un tiempo con una dirección y sentido. Es lo de la flecha del tiempo que indica el segundo principio de la termodinámica. La entropía. Pero nadie nos puede asegurar que no existan múltiples universos en los que las leyes de la física sean absolutamente distintas. Es más, cada día se acepta más la hipótesis de los múltiples mundos. Además la teoría direccional del tiempo, además de estar contaminada por una visión newtoniana y euclídea, da pábulo a la idea de un universo con sentido. Es decir, a una idea teológica que está muy de moda que es la del diseño inteligente o argumento antrópico. Esta teoría escapa a la ciencia y la filosofía y la esgrimen los creyentes para intentar mostrar que la ciencia no contradice la existencia de dios, sino que la exige. En definitiva, no es más que una versión actualizada de la quinta vía tomista. Si hay un orden, habrá un ordenador. Pues bien, el orden que existe en el universo es meramente casual, podría existir otro. Esto es lo que nos dice la mecánica cuántica. Y lo que también nos dice, según algunos microfísicos, es que todas las posibilidades no se quedan en posibilidades matemáticas, sino en realidades físicas. Es la teoría de los muchos mundos de Everett y sus sucesores y de los universos paralelos.

                En otro orden de cosas, que no tienen que ver con la física, sino con la neurociencia, está la cuestión de la percepción del tiempo. El tiempo es una construcción de nuestro cerebro, un a priori, una condición de posibilidad que se moldea desde la infancia con la experiencia. El cerebro construye nuestra realidad, que no coincide con la realidad física o química. La realidad que construye el cerebro es una realidad adaptativa. Es, en última instancia, la que nos ha permitido sobrevivir. El cerebro es un gran fabulador de la realidad. Existe un a priori filogenético que es de naturaleza evolutiva. Este a priori con el que nacemos interactúa con el medio y configura nuestra visión del mundo: temporal, espacial, visual, auditiva… En definitiva, que el mundo que creemos real es una apariencia, una fabulación del cerebro. Pero una fabulación evolutivamente exitosa, si no no estaríamos aquí. Por eso tienen razón los budistas, la realidad es velo de Maya, apariencia, engaño, en realidad es Nirvana: nada. Y el yo es otra construcción del cerebro, aquella que da consistencia a la totalidad de nuestra percepción. Por eso el budismo insiste en que para anular todo deseo y traspasar el velo de Maya, es necesario anular la apariencia del yo.

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