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Filosofía desde la trinchera

Silencio cómplice y el sacrosanto orden social.

                Vivimos en tiempos de crisis, no sólo de crisis económica, que como ustedes saben, para mí más que crisis es una quiebra del capitalismo global, de nuestro actual sistema de producción. La crisis es más aún, es social, en tanto que tal, es política y ética. El ciudadano se ha quedado mudo ante la crisis. Más aún, el ciudadano ha sido absorbido por el poder como una mercancía más. Su conciencia ha sido absorbida, en eso consiste hoy en día su estado de alienación. Tras la época de consumo compulsivo ha llegado el paro, la miseria y los desahucios. La conciencia del ciudadano se ha quedado paralizada. Y el poder ha aprovechado para instigar el miedo. Al poder le interesa, sea quien sea y venga de donde venga, perpetuarse. Por eso todo poder es reaccionario y derechiza en el sentido de que se hace conservador. Es decir, al poder le interesa más la seguridad y el orden establecido, la normalidad democrática, que de normalidad y de democrática tiene poco, que la libertad. De ahí que intente por todos los medios, por un lado callar a las conciencias críticas, anular los discursos alternativos, y para ello tienen todos los medios de comunicación en su poder y, por otro, instigar el miedo. Porque insisto, aquí coinciden todos, aunque ahora, engañosamente, el partido de la oposición quiera seducirnos con otro discurso. Lo que hemos aprendido hasta ahora es que el oficio fundamental del político ha sido el del engaño, el endiosamiento y la corrupción. Sólo hay que echar un vistazo a la reciente historia. Y no me refiero sólo a la de nuestro país. Por eso es necesaria una refundación de la política y de la democracia. Y por eso estos partidos, los que están en ellos y nuestra constitución, así como la UE, necesitan desaparecer para renacer siendo otra cosa que se parezca algo más a la democracia y en el caso de la UE que se parezca algo más a una unión política que a un mercado. Como digo el discurso del poder, con su base en el miedo del ciudadano, es la defensa de la supuesta seguridad, la normalidad y el orden establecido. El que parezca que todo marcha igual, esa es la normalidad. Y todo ello viene al caso de que en épocas de crisis la ciudadanía se rebela contra, precisamente, ese orden establecido. Y en épocas de crisis profunda se rebela contra las propias estructuras que mantienen ese orden. Y ése es el caso actual. Pero la misión del poder es la del engaño, la de intentar mantener esa supuesta normalidad democrática creando una ficción, el miedo y la confusión en la ciudadanía. Por encima de los derechos fundamentales que son violados por el poder a base de leyes, es decir que se legaliza la desigualdad y la pobreza, se establece para mantener las apariencias de la normalidad, el derecho a ir trabajar. En definitiva, lo que el poder persigue con ello son varias cosas, crear una falsa conciencia en el trabajador, crear el miedo en el que quiere hacer huelga e informar para crear conciencia de explotación y conciencia de fraternidad en el ciudadano y, sobre todo, dividir a los trabajadores. Esa es la estrategia. Y todo en nombre de la sacrosanta normalidad democrática. Pues miren ustedes. Todo es un engaño, una farsa, se tienen que reír de nosotros como bellacos, después de robarnos nuestros derechos y nuestro dinero, conseguidos a lo largo de la historia con sangre, sudor y lágrimas, encima, vamos y los apoyamos. El sector de los funcionarios ha sido ejemplar en esto (después de cornudos, apaleados, es increíble) el engaño surte efecto, el egoísmo, también, como si el puesto de los funcionarios o su sueldo estuviesen garantizados. Pues bien, todos ellos, aquellos que han sido engañados, aquellos que participan en el desmantelamiento del estado de bienestar y privatizan los bienes comunes, todos participan del silencio cómplice, más dañino que la pura acción de los políticos. Porque a los políticos los podemos parar y los paramos movilizándonos. Y no hay cambio sin conflicto. La sociedad, aunque nos pretendan engañar, es una sociedad de clases, éstas no han desaparecido, aunque nos hayan dividido y con la división haya surgido una conciencia distinta en cada sector de los trabajadores. El silencio es cómplice porque deja las manos libres al poder, y el pueblo, cuando el poder se descontrola es el que debe poner en su sitio al mismo poder. No se puede admitir el silencio ante seis millones de parados, no se puede admitir el silencio cómplice ante quinientos mil desahucios más cuatrocientos mil expedientes más abiertos, no se puede admitir el silencio ante el desmantelamiento de la educación pública y la sanidad pública. No se puede mantener el silencio ante el enriquecimiento de los bancos con dinero público, no se puede mantener el silencio ante el pago de la deuda, que procede de pagar con dinero público a los bancos para que no quiebren y ahora desahucian amparados en leyes hechas por los políticos, no se puede mantener el silencio ante la corrupción reiterada de los políticos, no se puede mantener el silencio ante las mentiras de los políticos en sus programas electorales. Si mantenemos el silencio somos cómplices, absolutamente activos, de este mal consentido. Y hemos dejado en manos del poder, allende la democracia, el único resquicio de democracia que nos quedaba, porque la democracia hoy en día es una palabra hueca. Pues bien, fíjense ustedes en la ironía, el sarcasmo y la sinvergonzonería de los políticos, ante esto que no debemos guardar silencio, y una larga lista más, pues a esto es a lo que el poder llama normalidad democrática. La normalidad es el saqueo del sistema económico social por las grandes corporaciones oligárquicas y la banca, y la democracia es que este robo se haga con absoluta normalidad y, además, legalmente, como la ley que regula los créditos hipotecarios y tantas otras leyes más, como la liberación del suelo y demás que favorecen el enriquecimiento de unos pocos y que, en definitiva, han producido la pobreza de muchos y, cada vez más, la miseria de una parte considerable. Por tanto, el deber del ciudadano es la acción. Y la acción requiere el cambio del propio sistema. Esto está agotado. Y no me refiero al uso de la violencia, sino al uso pacífico de la fuerza del pueblo. Es necesario que todo el pueblo esté unido para que la clase política tome conciencia e inicie el cambio de la refundación de la democracia y la propia clase política. Pero mientras que la mitad de la población mantenga este crimen el poder seguirá aplastándonos con su dura bota el grito ahogado de nuestras gargantas.

                Y no puedo olvidar aquí mi denuncia moral contra la iglesia preocupada de la dogmática y olvidada de los pobres. Es increíble, cómo pueden ser creíbles. Mi denuncia a la iglesia, connivente con los crímenes del franquismo, de acuerdo con el gobierno actual que, por supuesto, no le ha practicado ningún recorte; y hay que recordar aquí que este gobierno no ha reconocido la verdad histórica del golpe de estado del 36 que genero una guerra civil con cerca de un millón de muertos de ambos bandos, pero que el ejército vencedor inició un programa de exterminio y genocidio, históricamente probado, consentido por la iglesia. Es bochornosa esta alianza con el partido del gobierno por ganar unas prebendas económicas y un status social. Bochornoso. Es la peor iglesia, la más corrupta, la más hipócrita, la iglesia criminal de la contrarreforma y la inquisición, del genocidio de América. ¿Es ésta iglesia la que quiere enseñarnos moral? Es una desfachatez. Igual que denuncio moralmente a esta iglesia y hago apostasía de ella, alabo la misión de organizaciones eclesiásticas, como Cáritas, que con la voluntad de creyentes de base, inspirados en el principio moral evangélico de la caridad, están haciendo, junto con otros no creyentes un esfuerzo ímprobo contra la pobreza. Es digno de admiración y de alabanza. Aquí se recoge el principio moral básico, el de la caridad. Una gran enseñanza del cristianismo para la humanidad.

Esta caridad se transforma en la Ilustración en el valor moral básico de la fraternidad. La fraternidad es la gran olvidada de la Ilustración. Procede del cristianismo pero visto desde el laicismo y viene a significar que todos somos hermanos lo cual conlleva dos cosas, la igualdad entre todos y, la segunda, la preocupación constante por el otro precisamente porque es mi hermano. Una preocupación real, no una mera solidaridad, que es en lo que se ha transformado en el discurso progresista de la izquierda. La solidaridad es una fraternidad vacía de contenido ético, es un lavado de conciencia. La fraternidad exige la preocupación por el otro, en tanto que el otro es otro yo y sólo me puedo salvar (no me refiero religiosamente, para el creyente, sí) a partir del otro. Es decir, que yo sólo puedo ser un yo a partir de mi relación con el otro; el otro que puede ser un perfecto desconocido, pero es mi hermano. Por eso es necesario recuperar, además de la libertad y la igualdad, la fraternidad. Si la recuperamos no podríamos consentir el mal, no aceptaríamos la barbarie política en la que estamos cayendo, porque, permítanme ustedes que les diga, hemos perdido el norte moral, hemos perdido el sentido de nuestra existencia, nos limitamos a sobrevivir. Cuando se plantea que si una persona compra una casa de más de 160.000 euros se le otorgaría el permiso de residencia hemos caído en la mayor de las alienaciones del hombre. Es decir, que lo que estamos diciendo, además, de abrir las puertas a la mafia y al blanqueo de dinero negro procedente de negocios ilegales, es que uno es persona si tiene 160.000 euros, sino es un ilegal, un sin papeles, un indocumentado que hay que deportar y que no tiene derecho ni a la sanidad. Pues no, la fraternidad nos enseña todo lo contrario. No existen personas ilegales, es una contradicción. Pero el sistema que el poder nos impone, eso que llaman la normalidad democrática, considera que las personas son mercancía y, por eso, un sistema sanitario y una educación privatizados cuadran perfectamente con la visión mercantil de la persona, con la anulación de ésta. Esto es la miseria de la democracia, porque el silencio es cómplice. Y no se puede consentir tampoco que el presidente de la patronal, ante la reforma de la ley hipotecaria, salga diciendo que lo que hace falta es construir más viviendas y aumentar el crédito hipotecario. En verdad, están locos, deliran. Es como el cuento del rey Midas, la ambición y la avaricia los ciegan. Resulta que pone como remedio el mismo mal, cuando en España hay cerca de tres millones de viviendas vacías y muchos, no sé la cifra, disculpen, sin techo. Y a esa es a la normalidad democrática a la que se refieren nuestros gobernantes y el poder cuando nos dicen que el ciudadano tiene derecho a la huelga, pero también a trabajar y que, por tanto, las jornadas de huelgas deben transcurrir con toda normalidad. Es la gran mentira del poder, la mentira del gran engaño del neolenguaje que modula el pensamiento y esclaviza la acción. La normalidad es un crimen organizado. Un crimen que arraiga en dos polos: el primero se encuentra en las raíces mismas del capitalismo y el segundo, en la servidumbre humana voluntaria, en la cobardía. Disculpen, pero cuando callen, no olviden de que todo silencio es cómplice. Y no olviden de lo que es cómplice. Y ya no vale tirar balones fuera, que si los políticos, que si los sindicatos. No. Ahora le toca hablar al pueblo.

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