Blogia
Filosofía desde la trinchera

El multiculturalismo, que no interculturalismo, el primero implica relativismo, el segundo, objetivismo, es una consecuencia del posmodernismo. Barbarie filosófica donde las haya. ¿Quién dijo que la filosofía no sirve para nada? Pues la mala filosofía, como el posmodernismo, nada más y nada menos, que para justificar la barbarie del relativismo cultural en nombre del multiculturalismo, tras el que se esconde el absolutismo económico. Pero también hay una filosofía benefactora, persistir en el proyecto inacabado de la Ilustración.

                                               ---o---

En torno a la teoría pura de la república de Trtevijano. Pedro, muy buena observación. Yo también había visto esas sombras. El concepto de puro se usa en sentido kantiano, ausencia de ideología, de lo empírico. Y, probablemente esto no sea ni posible, ni deseable. Es cierto que su teoría puede ser utilizada por la derecha. Pero hay que tener en cuenta dos cosas. La primera es que una teoría de la república no tiene ni puede ser de izquierdas y dos, que de la izquierda hay que eliminar todo falso progresismo, así como de la derecha, todo lo que se llama reaccionario no lo es. Por ejemplo. El multiculturalismo es de izquierdas. Pues a mí me parece una barbaridad, una justificación relativista de cualquier cultura, lo cual justifica, en el fondo el poder del más fuerte. En cambio, la derecha lo rechaza, y yo estoy con ellos, pero no por etnocentrismo, sino por la búsqueda de un objetivismo intercultural. Lo mismo con muchas otras cosas. Además, un intelectual trasciende la derecha y la izquierda. Es como decía Ramón Paniker, "Retroprogre". Otra cosa es que los políticos se aprovechen, pero es que estos no dan para más.

                                               ---o---

                               El mundo al revés.

                Estoy pensando en lo que queda de verano releer a mi querido Ciorán. Me propuse leer a los estoicos y ya lo hice, y me propuse volver a Ciorán después de treinta años de su primera lectura y estoy en ello. Ayer echaba un vistazo a su obra y cogí en mis manos En la cima de la desesperación y me encontré con una sentencia subrayada, ya digo, hace treinta años, que venía a decir, más o menos, lo siguiente. Es sabido que el hombre es un ser que está determinado a desaparecer, a extinguirse, eso es un hecho, pero añade, lo que ahora estoy pensando es que debe desaparecer. Ciorán es un escéptico, pero lleno de vida. Un escéptico vital, que digo yo o esperanzado. Un defensor del suicidio como consecuencia directa del sinsentido de la existencia e incluso del sinsentido de preguntarse por el sentido. Pero un defensor del suicidio que se lleva más de veinticuatro horas paseándose por las calles de Paris con un joven que lo ha leído y que está determinado a suicidarse, para intentar convencerlo de que no lo haga, y lo consigue.

                Efectivamente, el mundo no tiene sentido, salvo el de las leyes de la propia naturaleza. El ser humano, tampoco. El sentido de la historia es el que el hombre va construyendo poco a poco. Es un sentido accidental. De ahí que inventemos las religiones, la política mesiánica y así… Vivimos, como decía el Quijote, inventándonos pasiones. Por otro lado, la esperanza es connatural al hombre. Cuando el hombre pierde toda esperanza siente el sinsentido de la existencia, esa mordedura letal. Cae en la desesperación, la indiferencia o el cinismo.

                Pero, como escéptico esperanzado que soy, por imperativo biológico, que no histórico, considero que el hombre intenta mejorar, tiene un ansia de justicia objetiva y universal. Pero el problema es que la historia no pertenece a la inmensa mayoría de las personas, sino a los que ocupan el poder, unos pocos, no elegidos, sino que han llegado allí a partir de la explotación del más débil. Y estos que ocupan el poder son los que crean el gran engaño de la humanidad. Son los que nos dicen que existe un sentido en la historia, ya sea religioso, político o tecnocientífico. El caso es que de lo que se trata es de seguir sus mandatos, de obedecer sus consignas y seremos redimidos. Ése es su mensaje. Por eso la historia es la de los vencedores. Los oprimidos, la inmensa mayoría del pueblo, son anónimos intercambiables, en la actualidad, mera mercancía. Pero es que el poder, además de crear el engaño del sentido, de la justicia, de la verdad, la bondad y la felicidad, pues son unos cínicos. Y se lo pueden permitir porque son los fuertes. Ellos definen el bien y el mal porque están por encima del bien y del mal, por encima de la ley. Y por eso ellos son los que dictan la sentencia de quien es el culpable de los males. Por supuesto que ellos son inmaculados. Y, por eso crean, además del engaño, el mundo al revés. Porque, precisamente, aquellos que a lo largo de toda la historia han sido considerados los culpables por parte del poder, han sido torturados, encarcelados, asesinados, exterminados, pues eran aquellos que defendían esos ideales de justicia, bondad y verdad, por muy convencionales que fuesen dichos ideales. Y por defenderlos el poder los reprime. O simplemente por cumplir con su deber profesional, como vemos ahora. La culpa no la tienen las leyes, y las consecuencias de ellas, que hacen los poderosos, ni el sistema en el que se apoya, la culpa la tiene el profesor, el médico, el juez, el albañil o el arquitecto, el maquinista…el de abajo, siempre el de abajo.

                Y el de abajo ha asumido a través de los siglos, con resignación y mansedumbre, su papel de esclavo y servidor. No se rebela, no quiere ser ni libre. La libertad es enfrentarse al vacío del sinsentido. Mientras los poderosos aprovechan el miedo. Miedo inoculado durante siglos a través de mitos, de grandes mentiras que nos hacían sentirnos bien, ocupar un lugar en el mundo, un lugar confortable. De ahí la imposibilidad de salir de esta situación. Y, por eso, toda revolución es el intercambio de unos poderosos por otros. Si nos fijamos en el daño que nos hemos hecho a nosotros mismos, la historia está plagada de cadáveres en las cunetas en nombre de no sé qué progreso, y el daño que le hemos infligido a nuestra casa, nuestra madre, el planeta Tierra, pues me temo que Ciorán, quizás, por eso del escepticismo, tenga razón.

                                               ---o---

La clave es el "escepticismo esperanzado". Nada tiene sentido pero podemos dar un sentido provisional. Aceptar el sinsentido es aceptar nuestra limitación y mortalidad. Evita delirios de grandeza y vanidades. Esos vicios son comunes el género humano, pero en el poder son tremendamente peligrosos. Somos una configuración de átomos procedente de las estrellas y que, tras la muerte, poco a poco, volverá al universo. Dentro de cien años nadie nos recordará. Quizás, y es mucho, sólo seamos un nombre en una lápida.

0 comentarios