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Filosofía desde la trinchera

Cuando a la descripción de la realidad se le llama desde el poder demagogia, entonces la razón ha muerto. Estamos en manos de la irracionalidad, el sinsentido, la superstición y el poder de la fuerza.

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El voto no es la única arma. Ese es el puñetero engaño de esta falsa democracia. Tenemos las concentraciones, manifestaciones, huelgas, protestas de todo tipo, incluso, la desobediencia civil. El voto lo utilizan los partidos y los políticos para justificar su asiento y su corrupción. De eso nada. Las urnas es uno de los instrumentos de la democracia. Lo que hace falta es un vivir público, una república. Es decir, que el ciudadano, en todo momento, esté pendiente de la cosa pública y participe en el ámbito de lo público. Reducir la democracia a las urnas es una barbarie autoritaria y se llama partitocracia. Y, en nuestro caso, partitocracia oligárquica. Y, encima, lo han convertido en religión, creencia, algo sacrosanto. Y una mierda. Las urnas no justifican nada, solo la gobernabilidad, no la verdad, ni la razón, ni la sensatez. Nada. Justifican la corrupción, la obediencia de voto, la superstición de estar fuera del sistema si no se vota y ser un mal ciudadano. Todo, mentiras para justificar lo que llevan haciendo treinta años: engañar y esclavizar al pueblo. No me hables de urnas cuando utilizan éstas para eliminar las verdaderas formas de lucha democrática, la nueva ley de orden público.

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Yo no busco una guerra. Hay multitud de procesos constituyentes pacíficos. Eso lo primero y, lo segundo es que la guerra la están haciendo ellos. Una guerra silenciosa que mata a millones de personas en todo el mundo. El núcleo del capitalismo es el crecimiento y el crecimiento, mata. Cada vez que se alarga una lista de espera, que se baja una pensión, que se retrasa la jubilación, que se cierran centros de discapacitados, que se aumenta la jornada laboral, que se eliminan las bajas por enfermedad y así sucesivamente…se está provocando muerte. Es más, podemos decir que es un programa eugenésico.

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No se debe utilizar la historia como instrumento de la política, eso es ideología, creencia y superstición.

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La ley no puede estar basada en creencia religiosa alguna. En tal caso es excluyente. La ley debe ser abierta, un lugar en el que quepa todo el mundo. La ley no puede obligar desde la creencia religiosa particular al que no es partidario de esa creencia, al contrario debe dar cabida a su pensamiento. Eso es intolerancia y fanatismo. El estado de derecho debe garantizar la libertad de todos los ciudadanos. Cuando una ley se apoya en una creencia particular se excluye a una parte de la ciudadanía en tal caso se acaba con el estado de derecho.

 

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