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Filosofía desde la trinchera

Democracia y educación.

 

Queda claro que en cualquier régimen autoritario o totalitario la educación viene dirigida por el poder. Lo que no está claro es que eso ocurra en las democracias. Lo que yo voy a mostrar aquí es que eso también ocurre en democracia, sobre todo cuando éstas han dejado de ser tales y el logos nos es el centro, sino, en nuestro caso, el mercado.

La democracia surge en Atenas como realización del diálogo. Y éste se realizaba en el ágora. La característica del ágora es que es un lugar vacío, la plaza rodeada de los edificios públicos. Y nos preguntamos quién habita el ágora. El ágora está ocupada por el logos: la razón, el discurso, el lenguaje, la argumentación… Y es esto lo que hace posible la democracia y la educación. Porque el diálogo es asumir que nadie tiene la razón, por tanto, tampoco la verdad, sino que la razón es compartida y, a su vez, instrumento de la conquista de verdades provisionales que habrá que ir perfeccionando con el tiempo. Ahora bien, cuando este espacio ocupado por el logos es desalojado por la fuerza y ocupado por algún poder, religioso, militar, tiránico…entonces se acaba el diálogo y se acaba la democracia y todo lo que ello conlleva. En nuestros días ese espacio lo ocupa el mercado. De ahí que nuestras democracias sean partitocracias oligárquicas, democracias de muy baja intensidad en la sque los ciudadanos son cada vez más vasallos y menos ciudadanos.

Nuestra democracia al ser representativa acaba en partitocracia. El problema es que se gobierna para el partido, el partido busca el poder. La educación se convierte en un arma del poder a través de la cual transmitir el pensamiento único.

Sin embargo el objetivo de la educación debería ser la ciudadanía y la libertad. Es el objetivo con el que nace la educación moderna desde la Ilustración. Pero ya en el siglo siguiente lo vio claro Niestzche y se dio cuenta de que la educación es una forma de adoctrinamiento de masas. Los objetivos de la educación como los contenidos son marcados por el poder y el poder no quiere ni libertad, ni disidencia, sino obediencia y sumisión. En un totalitarismo está claro que la educación es un instrumento del poder. Pero la democracia no escapa a esto. Tanto en su conjunto o estructura, el poder en tanto que tal, trata de perpetuarse, como particularmente, en este caso el partido que gana las elecciones pretende encontrar en la educación un vehículo de transmisión de su ideología.

En cuanto al mito de la democracia dentro de la educación. Pues eso es algo que ha venido con la nueva pedagogía. Y aquí el problema es que hay zonas donde la democracia no existe ni se puede aplicar y una de ellas es precisamente el proceso de aprendizaje. La nueva pedagogía lo que hace precisamente es intentar democratizar este proceso convirtiéndolo en un proceso horizontal (maestro-alumno) De ahí el sofisma de que hay que enseñar a aprender a aprender y de ahí lo de las competencias. El proceso de aprendizaje es vertical y va desde el que no sabe al que sabe. Por supuesto que se puede hacer mediante un diálogo socrático, en muchos casos, que no siempre (el alumno tiene que aprender conceptos y memorizarlos y, a partir de ellos aprender. Desde la nada no se puede aprender), pero en este diálogo el que pregunta ya sabe la respuesta y dirige el aprendizaje, el camino que ha de seguir el que aprende. Le ayuda a reconstruir el conocimiento, pero previamente él tiene ya el conocimiento. Y para que el conocimiento quede fijado el alumno deberá memorizar, fijar conceptos y esto es lo que requiere del esfuerzo. Si seguimos el modelo horizontal la educación se convierte en una mediocracia. Y eso ha sido lo que ha ocurrido con el modelo LOGSE-LOE. Ahora bien, esto procede de un mal entendimiento del concepto de igualdad. La igualdad se refiere a la igualdad de oportunidades, no un igual aprendizaje para todos, ni una igualdad natural u ontológica. Y este falso concepto de la igualdad se une a otro falso concepto que es el de la obligatoriedad. Si la educación es obligatoria, necesariamente es un instrumento del poder. Ahora bien, el que no sea obligatoria no implica que no sea accesible absolutamente a todo el mundo: desde la educación infantil al doctorado. Una educación pública y gratuita desde la infancia al doctorado. Así, concluyendo, el proceso de aprendizaje debe ser vertical porque ésa es su propia naturaleza y no puede ser democrático, porque las diferencias existen y son reales. Y ese proceso vertical basado en el esfuerzo y el respeto a la autoridad intelectual y moral se convierte en una meritocracia. Pero de ésta ya hablaremos en otro momento.

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Vamos a ver la justicia si lleva a la igualdad, siempre que ésta sea de oportunidades. La igualdad es una consecuencia, no es algo de lo que se pueda partir. La justicia viene dada, es algo de lo que se parte, por imperativo legal tras la aprobación de un conjunto de leyes. La libertad es el germen del que puede surgir la justicia, pero sólo la justicia, a su vez, el sistema de leyes, puede garantizar la persistencia de la libertad. Libertad e igualdad son compatibles siempre desde un marco que las limita y las regula que es la justicia. Y, todo ello, sólo es posible desde un marco más general y previo que las pone como praxis política, es decir como algo que hay que conquistar, porque la democracia no es ni será nunca algo hecho y dado de una vez, que es, como digo, la democracia.

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Pero es que en la antropología impera un mito que es el del relativismo en todas sus versiones y esto, desde los tiempos de Sócrates y ahora, en la actualidad, queda demostrado que es un error sin caer ni en absolutismos, ni en etnocentrismos. El relativismo en la actualidad es defendido por el posmodernismo y éste como ideología solapada del poder nos está haciendo un tremendo daño. Es la cuartada para el gobierno del más fuerte y para, en el fondo, defender un discurso fuerte, nada relativista, al contrario, absolutista y de carácter religioso, que es el neoliberal. Y, por último, hay más antropología que la oficial u ortodoxa, como ocurre igual con la economía. El relativismo es un peligro y nos lleva a la degeneración moral y política.

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Sobre la nueva enseñanza que pretende una innovación total. Contra el prejuicio y el tópico de las clases magistrales para desacreditar la educación como proceso que va del que sabe al que no sabe y quiere aprender.

¿Qué es una clase magistral? A mí me han dado pocas, pero cuando lo han hecho mi cerebro se ha conmovido y mi ser entero. Por otro lado esa innovación no es tal, es algo ya sabido desde siglos, como la educación emocional, ya Aristóteles lo decía en la “Ética a Nicómaco”, y Platón lo decía con su teoría del alma al decir que el alma racional debe guiar a las pasiones o emociones o sentimientos y que en ello ha de basarse la educación. Sócrates inaugura el diálogo, la mayeútica, ahora lo llaman, con un sofisma y una tautología, aprender a aprender porque lo han vaciado de contenido. El problema es que la psicopedagogía cree descubrir cosas ya descubiertas, eso por un lado y, por otro, su cientificismo la ha hecho caer en un empirismo ramplón que se ha dejado muchas cosas en el tintero a la hora de tratar la educación por el hecho de no ser observables en el sentido neopositivista, como es el caso de la voluntad, la disciplina, la autoridad, el hábito, la costumbre. Por mi parte no me resisto al cambio, precisamente en este momento estoy leyendo tres libros a la vez de pedagogía (recogidos en J.A. Marina, Talento, motivación e inteligencia. Las claves de una buena educación. Ed. Ariel) en el que se mezcla lo tradicional con los nuevos descubrimientos de la psicología y la pedagogía que vienen a confirmar mucho de lo tradicional. Y cuidado con lo nuevo muchas veces no son más que espejismos, en el caso mejor, y en el peor, intereses económicos, como en el caso de las nuevas tecnologías, otro mito, para vender cacharrería. Y con ello no quiero decir que no sean interesantísimas las posibilidades de las nuevas tecnologías en la educación.

Y sigue:

Como siempre, Paco, te vas por los cerros de Úbeda, personalizar no está dentro de la argumentación. Pero te responderé con algo que ya escribí en un diario filosófico “Pensamientos contra el poder”, decía: “me temo que cada vez soy peor profesor y quizás mejor filósofo” y ahora añado que, para los mejores, quizás en algunos momentos haya sido un maestro. Lo que sí te digo es que el fin del conocimiento es la comunicación, hacer partícipe al otro, provocar la inquietud, la admiración y el reconocimiento de su propia ignorancia. Esto abre las puertas de la motivación. ¿Puede hacerse esto con todos los alumnos y en todos los niveles? Pues no. Ese es el fallo de la ley, la obligatoriedad. Ni el sermón de la montaña conmovería a gran parte de nuestro alumnado. Ah, por cierto, se me acaba de ocurrir, magistralmente enseñaba Jesús de Nazaret, como todos los sabios que en el mundo han sido.

Hay un tremendo prejuicio en torno a la clase magistral. Ésta no tiene nada que ver con el dictar viejos apuntes, o seguir un libro de texto, que es lo que hacen la mayoría. La clase magistral es creadora, inquietante, inquisidora ante el saber de los alumnos, deslumbrante, conmovedora para el que es capaz de participar y se une en la comunidad de diálogo que ha creado el maestro. Y, por su puesto, son irrepetibles. Cuando uno empieza a no ser capaz de dar dos clases iguales está empezando a dar clases magistrales. La repetición es lo contrario de una clase magistral. El prejuicio contra las clases magistrales es el experimento progre de que el profesor tiene que estar en la misma altura que el alumno. Vamos, la democratización del proceso de aprendizaje, algo muy progre, pero que es una aberración, además de una mentira. No todo es democratizable, ni debe serlo, porque crea problemas, como ha sido el caso de nuestro sistema educativo.

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Lo que le digo a mis alumnas. No hay independencia ni libertad real para las mujeres sino es por la independencia económica, por el trabajo. Lo importante es encontrar un trabajo que te realice, claro. Pero, a la vez, esto plantea dos problemas, uno es que el trabajo es el arma a través del cual el capitalismo nos esclaviza. Hoy en día incluso el trabajo está dejando de existir y se está transformando en precariado. Y, en segundo lugar, como decía alguien al que leí hace poco, la mujer ha salido de casa, pero el hombre no ha entrado, con todo lo que ello conlleva.

 

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