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Filosofía desde la trinchera

La felicidad y la amistad. 

“Debemos buscar a alguien con quien comer y beber antes de buscar algo que comer y beber, pues comer solo es llevar la vida de un león o un lobo.” Epicuro.

Un escéptico sin esperanza acaba convirtiéndose en un nihilista. Aunque parezca contradictorio el escéptico mantiene la esperanza porque su actitud no es la negación, como popularmente se le atribuye, sino la búsqueda. Lo que ocurre es que el escéptico, desde la razón, duda y desconfía, pero desde el corazón mantiene la esperanza, aunque desde la provisionalidad. Y esto viene a cuento de que hoy voy a hablarles de la felicidad y la amistad. Desde muchos años acá, como saben, estoy convencido que lo importante en la vida es la libertad y la dignidad. Que la felicidad tiene que pasar a segundo plano e, incluso, que ésta, en el mundo posmoderno e individualista en el que vivimos no es más que una forma de control sobre el pueblo para convertirlos en súbditos divertidos. Pero todo ello no quiere decir que la felicidad, en su sentido más profundo, no sea una dimensión fundamental, yo diría que connatural, del  hombre. Todo hombre, como nos decía Aristóteles, busca el bien supremo y a esto es a lo que llamamos felicidad. Y ésta consiste en la conquista de la virtud moral y la virtud intelectual. Y la conquista de ambas requiere esfuerzo y ejercicio. La virtud moral es elegir el justo medio entre dos vicios. No es la eliminación, sino la mesura. Por eso es la prudencia la que nos hace elegir el justo medio y la fortaleza la que nos mantiene en el ejercicio de la virtud hasta que ésta, se convierte en hábito. Y es curioso que este ejercicio de la virtud nos hace libres, porque el vicio moral, como el físico, nos hace esclavos, la virtud nos hace libres. Y por aquí hay una unión entre felicidad y virtud. Las virtudes intelectuales son el cultivo de las ciencias, el arte, la filosofía, todo aquello que es la contemplación intelectual. Y como nuestra propia naturaleza es la racionalidad, pues nuestro fin propio es el cultivo de ella y de ese cultivo, más el ejercicio de las virtudes morales surge la felicidad, el bien supremo, que, en definitiva, es un placer. Y aquí se nos une el pensamiento aristotélico con Epicuro y el hedonismo. La felicidad reside en el placer. No se concibe una vida feliz sin placer. Pero el placer está en la mesura. Toda desmesura es proteica, como ha ocurrido con la civilización occidental, y autodestructiva. Infelicidad y desgracia.

Pero resulta que tanto Aristóteles, como los hedonistas no se conforman con decir que la felicidad está en la virtud, sino que hablan de los bienes, que son aquellas cosas que podemos poseer y que nos hacen la felicidad más accesible. Y ambos coinciden que el mayor bien es la amistad. Sin amistad no hay posibilidad de felicidad. El hombre es un ser social y necesita de compañía, amigos y comunicación. Pero la amistad auténtica está sólo al alcance de los que han alcanzado la virtud. Generalmente la amistad está regida por el interés propio, el egoísmo. Es necesaria, pero es una amistad inferior. La amistad superior es la que se tienen dos hombres que hablan desde la contemplación, desde el mundo de la inteligencia, la razón y la sensibilidad. Es el complemento de la sabiduría, porque el conocimiento sin comunicación es un conocimiento que no acaba de realizarse. Y esta amistad es desinteresada, porque tiene un interés común, el mundo del espíritu o de la cultura o de la inteligencia. Esta amistad lo que produce es una comunión de los espíritus de ahí la sensación de habitar en un mismo pensamiento, una misma conciencia, de identificación plena con el otro, aunque haya desacuerdos en la conversación, un sentimiento de complicidad. Esta amistad no está sometida a las leyes del tiempo. Al no haber interés de por medio la separación sólo puede producir nostalgia, nunca rencor y menos odio, como ocurre en las amistades regidas por el interés propio, aunque sea el mero interés de no estar solos. La amistad de los hombres nobles salta por encima del mundo físico y se instala en el mundo de la conciencia. De ahí esa sensación, pasado el tiempo, de complicidad, intimidad, simultaneidad, cuando se vuelve a hablar con el amigo. En fin, que la virtud más la amistad del hombre noble es una garantía de auténtica felicidad. El hombre noble también puede alimentarse con la amistad de los hombres del pasado o del presente a través de la lectura porque ésta es la conversación de la humanidad. Pero aquí hay ya una mediación y una falta de la presencia física que es fundamental.

Hay un tema muy interesante que es el del amor y la amistad. En primer lugar el enamoramiento, que nos hace felices y pletóricos, en realidad es un estado transitorio, una distorsión de la conciencia, que decía Ortega, o una idealización cristalizada, que diría Stendhal. Éste no supera la prueba del tiempo. Más bien es un mecanismo biológico dirigido a la procreación. De ahí su duración, de uno a tres años, después la idealización se convierte en rutina y tiempo que todo lo destruye. Pero como somos animales culturales pues resulta que tras el enamoramiento, pues puede surgir el amor, que sería la amistad que queda tras los rescoldos del enamoramiento una vez destruido por el tiempo. Pero esta amistad también está sometida al interés y por eso decía Ortega que el enamoramiento es algo que a uno le pasa, pero que el amor es tarea. Por ello, quizás es muy difícil que la amistad que surja de este amor sea la amistad del hombre noble, no digo que no pueda ser, que en muchos casos lo es. Además en la amistad a través del amor intervienen otros factores, como es la convivencia, un proyecto de vida en común, en fin, múltiples factores, que lo mismo que unen indisolublemente, pueden separar irremediablemente.

¿Y la amistad entre hombre y mujer es posible sin mediación sexual, o está sometida a éste interés particular? Difícil y apasionante tema del que cada cual tendrá su experiencia y que dejamos para otra ocasión.

 

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