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Filosofía desde la trinchera

J.J. Rousseau. Cartas a Sofía. Correspondencia filosófica y sentimental. Alianza editorial, Madrid, 1999.

“Heme, pues, en el mundo sin más prójima, hermano, amigo ni compañía, que yo mismo.” Rousseau Meditaciones de un paseante solitario.

“Lo que constituye la miseria humana es la contradicción que se encuentra entre nuestro estado y nuestros deseos, entre nuestros deberes y nuestras inclinaciones, entre la naturaleza y las instituciones sociales, entre el hombre y el ciudadano; convertid al hombre en uno y lo haréis feliz tanto como lo pueda ser. Dadlo por completo al estado o dejadlo por completo a él mismo, pero si compartís su corazón lo destrozáis”. Rousseau. La felicidad pública.

“Nada es más triste que la suerte de los hombres en general; sin embargo encuentran en ellos mismos un deseo devorador de un futuro feliz, que les hace sentir en todo momento que han nacido para serlo”. Rousseau.

                Nos encontramos con un excelente texto del ilustrado Rousseau. Un escrito en el que podemos rastrear el origen de su pensamiento moral, así como la vinculación con un amor no correspondido que llega sólo a ser amistad, pero llena de guiños y seducción, un amor pasión convertido a base del género epistolar en un amor cortés, y que al final, incluso ésta, por diferentes vicisitudes, se disuelve.

                La obra se compone de diferentes partes. La primera es un estudio general de la moral de Rousseau y su evolución. Haciendo alusión al papel que ocupan las cartas morales en la construcción de esta moral. Una segunda parte muy importante que es la contextualización vital de Roussaeu, de Sofía, su marido el duque, su amante, su protectora. En fin todos los personajes que configuran la trama en la que se desarrolla la realidad biográfica del filósofo y que de una manera u otra están dentro de la trama de su enamoramiento y son testigos activos y pasivos de ella. Aquí podemos ver desde el inicio de esta amistad, que se transforma en amor, después en amistad y que al final se disuelve. También se nos habla de un Rousseau anterior y de sus respectivas relaciones con las mujeres. Ya digo que esta parte es importantísima para entender la personalidad de Rousseau, su extrañeza, su carácter solitario, su búsqueda de la virtud, su infelicidad permanente, a pesar de considerar que el único objetivo de la vida es la felicidad, como declara en las cartas morales. La filosofía de un filósofo refleja lo que es. Y lo que se es, es una perspectiva para ver el mundo. Y esto no le quita objetividad, o lo convierte en subjetivo. Sino que encarna el pensamiento en una biografía y una historia. Lo peculiar y lo genial del filósofo es que desde su particularidad biográfica e histórica trasciende hacia lo universal. De ahí el ansia por encontrar la virtud universal, algo que habite en el corazón humano y sea común a todos los hombres. Y de ahí también que Rousseau, a medida que va desarrollando su filosofía, se va creando enemigos entre sus propios amigos ilustrados. Está condenado a la soledad, por lo demás, algo muy propio (yo diría que común) del filósofo.

                Luego vienen lo que se han dado en llamar las cartas morales. Estas cartas surgen después de la ruptura con Sofía. Su amistad queda en el aire, ya no pueden verse, demasiadas sospechas y suspicacias. Y creo que demasiada presión sobre Sofía, que tiene un marido y un amante y esto es una forma de estar atada y aunque reconoce la superioridad moral de Rousseau sobre el común de los mortales y llega a apuntar en los márgenes de sus cartas que será de los pocos que pasará a la historia, y no se equivoca. Había mucho charlatán en la Ilustración, demasiada filosofía de salón, demasiada pose. Y Rousseau arremete contra todo esto. Busca la virtud y para ello necesita del retiro, de la soledad, la sociedad es un foco de perversión. Pues estas seis cartas son escritas a Sofía con la intención de mantener la llama de la amistad, que en el fondo es la del amor no correspondido, y con la intención de enseñar. Además de su contenido sensual, son cartas estrictamente filosóficas, morales, en las que el filósofo intenta guiar a Sofía por el camino de la virtud. Y, en el fondo, independientemente de los sentimientos del filósofo, lo que hace a estas cartas extremadamente hermosas, son un tratado de moral. Hay que tener en cuenta que en la época, gran parte de la filosofía se transmite de forma epistolar. Haciendo un paréntesis. Doscientos cincuenta años después aún las conservamos, pero en nuestra era digital, autoproclamada de la comunicación y el conocimiento, nuestros pensamientos y sentimientos no duran ni un día. Qué quedará de nosotros, si en realidad somos pensamientos y sentimientos. Por eso el soporte de papel es indispensable. Una cosa que es necesario tener en cuenta es que mientras Rousseau escribe las cartas morales está escribiendo Julia o la nueva Eloísa. Una novela romántica en la que Julia es dirigida por un preceptor que le enseña a encontrar su virtud siguiendo al corazón, a la voz interior. Es una defensa de los sentimientos auténticos, el amor en este caso, frente a los convencionalismos sociales. Rousseau arremete contra estos en esta novela.

                La última parte son las cartas sentimentales e íntimas entre Sofía y Rousseau. Aquí nos encontramos los sentimientos al desnudo. Una correspondencia sentimental más en la que vemos a un Rousseau abrasarse en las llamas del amor y en lucha con la virtud para no traicionar a sus amigos. A la par vemos a una Sofía que sólo puede ceder su amistad. Pero que no está dispuesta a perder esta amistad y que hace malabares para conservarla a pesar de no corresponder al solitario Rousseau. En fin, cuestión de leer.

                Nos vamos a ceñir brevemente, porque la obra, por su intensidad emocional y filosófica, es más para ser leída que para ser contada porque hay una imbricación, como dije, entre vida y teoría que es inefable. Todo intento de comprender es una falsificación o, al menos, un reduccionismo. No podemos adentrarnos en las razones del corazón de cada uno de los participantes: y menos en los de Rousseau y Sofía. Pues bien, la cuestión moral. En los primeros escritos de Rousseau, que son los dos discursos: el del origen de las ciencias y las artes y el del origen de la desigualdad entre los hombres, mantiene la bondad originaria del hombre. Éste es uno de los principios fundamentales de nuestro filósofo ilustrado que en ello se enfrenta a Hobbes: el hombre es un lobo para el hombre. Para Rousseau el hombre es bueno por naturaleza y es la sociedad la que lo corrompe. La sociedad es el origen de los vicios. El hombre en su estado de naturaleza posee una bondad originaria que se caracteriza por la igualdad entre todos, la libertad y la fraternidad. Pero, precisamente, el origen de la sociedad es el que ha creado la desigualdad entre los hombres. Es decir, que moralmente no hemos progresado, sino que nos hemos pervertido. La sociedad es el origen de la desigualdad, de la esclavitud y de la guerra. Los tres mayores vicios a los que habría que añadir todos los demás. Por eso el progreso, para nuestro filósofo, consista en una vuelta a la naturaleza. Pero, cuidado, hay que evitar la ingenuidad. Y el primero que lo hace es el propio Rousseau. No se puede volver al estado natural, probablemente éste ni existió. Sino que de lo que se trata es de recuperar la bondad primitiva y ello ha de tener lugar en los tres niveles de la sociedad: la educación (escribe Emilio o de la educación), la familia (escribe, La nueva Eloísa) y el estado y escribe su obra fundamental, El contrato social. Las cartas morales están en este trayecto. Es más, el pensamiento de Rousseau se va construyendo dialécticamente, en diálogo con su propia vida, marcada por la soledad, a pesar de las ocasionales compañías, y con los demás.

                Nos encontramos aquí con un problema, del que Rousseau es culpable, pero más lo son las falsas interpretaciones. Es el mito del buen salvaje. Es decir, la teoría roussoniana de que el hombre es bueno por naturaleza o de la bondad originaria. Es cierto que no hay tal bondad, la etología nos lo demuestra, pero tampoco hay una maldad absoluta, una guerra de todos contra todos, como decía Hobbes. No hay evolución sin cooperación y, en los animales sociales, como el caso de los homínidos, no hay evolución sin sociabilidad y ésta es imposible sin la empatía que es la capacidad de ponerse en el lugar del otro, sentir el dolor ajeno. De modo que la bondad originaria la podemos considerar un mito, pero también tiene un fundamento biológico, como acabamos de decir, por mucha agresividad intraespecie y extraespecie que exista en los homínido. Ahora bien, tenemos que mirar la intención filosófica de Rousseau; y, su intención es recuperar la bondad primitiva que consiste en lo que el corazón nos dicta, no la razón, no los libros de los filósofos, que cada cual dice una cosa y nos confunden, además de ser vanidosos y petulantes. Hay que escuchar la voz interior ese es el consejo de las cartas morales, como lo es el del preceptor de Emilio en su proceso de educación. Y para escuchar esa voz interior hay que alejarse de la fuente del vicio que no es ni más ni menos que la sociedad. No se trata del abandono de la sociedad, de un retiro monacal, sino de un retiro parcial e intermitente para reunirse consigo mismo. Para ir a nuestras raíces. Para contemplar que en nuestro estado de naturaleza todos somos iguales, libres y fraternos. Y con estos mimbres se podrá construir una sociedad republicana o democrática.

                Pero hay otro principio, y esto es muy importante porque se les ha olvidado a los nuevos pedagogos, a los pedagogos que dirigen ahora la educación con los trasnochados eslóganes de un 68 fracasado (aunque hubo mucho positivo, pero no esto, precisamente). La bondad originara del hombre se expresa por medio del instinto natural. Ahora bien, este instinto natural, si bien es el universal ético, y creo que de aquí surge el imperativo categórico de Kant, por sí solo es ciego, debe ser educado. Y, ¿cómo?, pues aquí reside el olvido de la progresía y mira que Rousseau insiste tanto en Emilio, como en La nueva Eloisa, como en Las cartas morales. El cómo es la virtud. Hay que educar (dirigir la pasión natural, de por sí buena, para que no se disipe en la nada y la pereza), en y desde la virtud. Y virtud en el sentido clásico y latino del término. Virtud es valor, fortaleza, entereza, valentía. Para enfrentarse al vicio y alcanzar las virtudes es necesaria la virtud y ello requiere esfuerzo y disciplina. Y no olvidemos que la disciplina es simplemente guiar. Que no nos confundan estos progres, con el aprender a aprender, aprender jugando y el dejar al niño hacer su santa “voluntad” (es decir, capricho) no vayamos a coartar su creatividad y cosas así. Sin el esfuerzo, la disciplina, no conquistamos nuestra autonomía y caemos en manos de los vicios de la sociedad, no somos libres sin leyes autoimpuestas. La mala lectura del Emilio y de Rousseau en general ha dado lugar a un enredo pedagógico, ideológico e interesado, como pasa con las nuevas lecturas que se están haciendo desde el marxismo y el ecologismo. Rousseau es mucho más complejo y ambiguo y eso nos muestran sus cartas morales. Como su propia vida.

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