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Filosofía desde la trinchera

Contra la moda de la inteligencia emocional.

Igual que ha habido un predominio de la razón calculadora desde el Renacimiento, ahora se pretende dar rienda suelta a las emociones y los sentimientos, por encima, incluso, de la mesura y la prudencia. Esto es un problema que, por lo demás, tiene graves consecuencias en la educación. Porque elimina: la disciplina, el hábito, la costumbre, el esfuerzo y la autoridad. Confundiendo el dar rienda suelta a los sentimientos y emociones con la creatividad. Lo primero no es más que anarquía y capricho. Y este último no es más que una forma de esclavitud. Frente a la virtud que es el dominio de las pasiones por medio del ejercicio, la disciplina y la autoridad. Y esto no es, de ningún modo, extirpar las pasiones, ni emociones, ni sentimientos. Es canalizar. Tampoco es domesticar, porque no somos todos iguales ni tenemos la misma intensidad en nuestras emociones y sentimientos, como tampoco en nuestra capacidad de dominio sobre ellos. Razón, emociones y sentimientos van absolutamente unidos. Y no se ha descubierto ningún Mediterráneo al hablar de razón emocional. Lo que sí es cierto es que las neurociencias están aportando un contenido empírico a lo ya sabido. No hay más que leer a Spinoza o, mejor aún, Dostoiesvki. El primero hace el mayor estudio que sobre las pasiones se haya hecho jamás, de cómo nos afectan, de cómo dirigirlas y de cómo a través de ellas (los afectos) conquistar la libertad. El segundo nos ofrece una descripción de las profundidades del alma humana. Por eso no es raro que los grandes neurocientíficos (Antonio Damassio escribe un libro siguiendo el hilo de la Ética de Spinoza y otro en la senda de descartes, lo mismo podemos decir de francisco Rubia…) acudan a estos autores en busca de inspiración. Otra cosa es su trabajo empírico. Ciencia, filosofía y literatura son formas distintas de conocimiento.

Los sentimientos son sentimientos, no actos morales. De los actos morales sí podemos hablar de buenos y malos, aunque no nos pongamos de acuerdo en cuáles sean buenos o malos. Yo he hablo de canalizar los sentimientos, no de negarlos ni reprimirlos. Sin ira no hay valentía, ni indignación, por ejemplo. Sin concupiscencia no hay placer, y sin placer no hay felicidad. Cuando yo hablo de vicios me refiero a los sentimientos no canalizados que te esclavizan. Otra cosa importante es que hay que dar rienda suelta a los sentimientos. Absolutamente cierto. Y la cultura, por medio de sus rituales, se ha encargado de ello. La tragedia, por ejemplo, que nace en Grecia, precisamente es eso lo que hace. Pero la catarsis de los sentimientos, que es lo que se pretende, es precisamente una forma de educación de los mismos y de socialización. Los sentimientos, por sí mismos nos esclavizan, cuando se convierten en mero vicio, no en una explosión catártica que lo que hace es “limpiar” de alguna manera la psique. La virtud, que es la mesura, la medida de los sentimientos, nos hace libres. El valiente es libre, no es que no tenga miedo, sino que está por encima de él. El cobarde es esclavo del miedo, éste le domina. Razón y sentimientos, éticamente hablando ( es decir, lo que ocupa la mayor parte de nuestra vida) son indistinguibles, por eso podríamos hablar, junto con la catedrática de ética y filosofía política, Adela Cortina, de razón cordial (cordial viene de corazón en latín, símbolo de la sede de los sentimientos), o, junto con el filósofo José Antonio Marina, razón ética o inteligencia ética. El problema es que cuando hablamos de razón siempre la reducimos a la razón lógico matemática, pero ésta es sólo una clase de razón, y, precisamente, no tiene nada que ver con la vida. Y el problema viene precisamente por el triunfo de la ciencia moderna al utilizar esta modalidad de razón o inteligencia que ha reducido la inteligencia y la razón a esta modalidad. La recuperación de los conceptos de inteligencia emocional hasta cordial y ética (que sería la inteligencia superior en el sentido de que engloba a las demás) ha sido un gran logro. A la par que recupera la sabiduría del pasado, tanto de la filosofía, como del arte y la religión lo fundamenta con los nuevos estudios empíricos de las neurociencias.

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