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Filosofía desde la trinchera

"¿Huir? ¿Para qué? En cierta medida ¿no es cierto que parte de aquello de lo que se huye en realidad forma parte tuya? ¿No es mejor plantar cara? ¿No es mejor también no hacer nada (simplemente dejar estar hasta que pase, al fin y al cabo todo pasa)?" Miriam Al Adib

En realidad huir no se puede nunca, me refiero al caso de las emociones. Porque sería huir de nosotros mismos. Podemos huir de una situación insoportable y no es cobardía es afirmación de nuestro yo. Es supervivencia y es encomiable, porque a veces no huimos de situaciones por cobardía. En ese caso huir es un acto de valentía. Incluso el suicidio, como huida frente a unas circunstancias invivibles, es encomiable y un acto valeroso. No se puede plantar cara a lo inevitable, la muerte de un ser querido, por ejemplo, se tiene que asumir. Por eso no podemos huir de las emociones. Las tenemos que hacer nuestras y ser sus dueños. Estar por encima de ellas. Y, en cuanto a las circunstancias, mientras que sean condicionantes sólo, es decir, las que nos construyen condicionándonos, pues hay que lidiar con ellas, como decía Ortega y Gasset en su famosa frase, que nunca se cita entera, “Yo soy yo y mis circunstancias, si no las salvo a éstas, no me salvo yo.” En la segunda parte es donde está la miga del asunto. Salvar las circunstancias es lidiar con ellas hacerlas mías, es la tarea de mi vida, es lo que me convierte en un yo y un yo absolutamente particular. En un creador de mi propia existencia. Y esta tarea no debe ser una lucha, y menos contra lo inevitable, como hemos dicho, sino una tarea, nuestro quehacer vital, que decía Ortega. Y así haríamos de nuestra vida una obra de arte.
Ahora bien, también nos queda la actitud del observador. Del que está por encima de las circunstancias. Pero incluso éste actúa. Lo único que sucede es que no está implicado en las emociones. Pero ésta es una actitud superior: es la del místico. Y esto ya es otro tema.

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