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Filosofía desde la trinchera

Pues es el único acto supremo de libertad cuando no hay una patología detrás. Yo, como los estoicos, y muchos otros, soy un firme defensor de esa opción desde la serenidad y la lucidez; es decir, como acto voluntario y libre cuando las circunstancias que te rodean sobrepasan tu voluntad de vivir. Igual que la eutanasia y el suicidio asistido. Pero te cuento una historia que la he contado mil veces, sobre todo en clase, puesto que esto es un tema filosófico y ético. El máximo defensor que haya habido jamás del suicidio fue un filósofo del siglo XX, Cioran, que murió hace una década con 84 años, padecía demencia senil desde los 80. Bueno, pues el caso es que una vez se presentó en su casa un joven que había leído su obra y le dijo que se iba a suicidar. Pues lo que hizo Cioran es llevárselo a pasear por las calles de Paris y estuvieron 24 horas andando hasta que lo convenció de que no merecía la pena. Ni Cioran, ni el joven se suicidaron, pero sí lo contemplaban existencial y éticamente como una opción legítima, aunque no deseable porque la vida es afirmación es voluntad de vivir por sí misma. La vida es autoafirmación de la propia vida es querer seguir viviendo. Es un imperativo biológico, pero lo malo es que no sólo somos biología, porque somos animales autoconscientes y entonces somos animales biológicos en los que no podemos distinguir lo biológico de lo cultural.

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