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Filosofía desde la trinchera

                Conócete a ti mismo, filosofía y felicidad.

Una serie de acontecimientos, azarosos unos, entrelazados causalmente otros, me han hecho volver sobre mis propios inicios filosóficos hace más de tres décadas, sobre el budismo y la meditación y su práctica. La práctica de la meditación, además de una clara mejoría en mi estado de ánimo y mi estado físico, me ha llevado a replantearme mi filosofía, en tanto que visión del mundo y del hombre. Hay que tener en cuenta que yo no tengo una filosofía sistemática, sino una serie de principios filosóficos a partir de los cuales analizo la realidad humana y natural. Es una forma abierta de hacer filosofía que introduce la posibilidad de toda la pluralidad de filosofías, éticas, visiones del mundo, religiones… es un escepticismo en el sentido griego: una búsqueda. Y desde mi situación vital, una búsqueda esperanzada. Si perdemos la esperanza la vida deja de tener sentido es, como diría Cioran, el no suicidio. Por eso lo que caracteriza al suicida es la desesperanza, aunque haya muchas maneras distintas, e, incluso, opuestas, de llegar a ella.

Este replanteamiento de mi actividad filosófica requeriría una larga explicación, que ni siquiera aún tengo, porque no sé cómo seguirá el proceso. Pero sobre algunos pilares fundamentales ya he reflexionado y los he reintegrado en mi filosofía o en mis principios filosóficos y en mi vida. Porque una cosa olvidada y que hay que recuperar es que filosofía y vida son lo mismo. En mi caso así ha sido, pero he olvidado una dimensión que he redescubierto ahora y que creo que es de suma importancia.

El filósofo del que he partido y que ha sido mi guía y maestro es Sócrates. Bien, pues Sócrates se basaba en dos principios para elaborar su filosofía: conócete a ti mismo y sólo sé que no sé nada. Sócrates considera que el objetivo en la vida es alcanzar la virtud y que no existe una vida dichosa o feliz sin la virtud. Pero si uno no conoce la virtud no es virtuoso. Y es necesario el conocimiento de la virtud para su práctica y es esa práctica de la virtud la que nos hará buenos y felices ciudadanos. Pues bien, para llegar a esta situación de felicidad, que viene caracterizada por la paz, la serenidad y la virtud, Sócrates sigue el camino del conócete a ti mismo. Pero si nos conocemos a nosotros mismos llegamos a la conclusión de que no sabemos nada. De ahí su famosa sentencia de sólo sé que no sé nada. Debo advertir previamente algo. Los filósofos en la antigüedad, nada que ver con la Academia de ahora, que simplemente son un grupo de especialistas: doxógrafos e historiadores de la filosofía hiperespecializados, eran considerados hombres sabios. Y un hombre sabio era el que sabía cosas, pero, además, sabia vivir y llevaba un buen vivir. En Roma eran considerados “cura sui” los que se cuidaban (y curaban espiritualmente) de sí mismo y a través de ello cuidaban y curaban a los demás con su diálogo. El diálogo como forma de terapia procede ya de Sócrates y ha sido redescubierto ahora. De modo que la filosofía en Grecia ha sido siempre considerada como una terapia del alma, el espíritu o la psique, como lo queramos llamar. El filósofo es comparado siempre al médico. Decía Platón, “la dialéctica (filosofía) es al alma, como la medicina al cuerpo”. La filosofía nos cura del vicio de la ignorancia, pero no sólo intelectual, sino emocional.

De tal modo que Sócrates siguiendo la máxima intelectual y moral del conócete a ti mismo se encuentra que su mente es un barullo de opiniones, creencias, emociones todos confusos y confundidos. Las creencias y opiniones nos guían y las damos por verdaderas, pero carecen de fundamento, no proceden de nosotros, nos han venido de fuera, no han sido pensadas, razonadas ni elaboradas. Son prejuicios y nos tiranizan. Porque una forma de pensar genera una forma de sentir y ésta una forma de actuar. Igual que a la inversa. Una forma de actuar (nuestra acción cotidiana) genera una forma de sentir y pensar. Por eso el conocimiento de uno mismo tiene que ir dirigido a nuestras acciones, pensamientos y emociones. Pero lo que ha ocurrido es que la filosofía, tras la caída del imperio romano, salvo excepciones brillantes y marcadas por una época, se intelectualizó. Sólo se veía la dimensión intelectual del conocerse a sí mismo. Y en nuestra época se ha profesionalizado. Con ello se ha perdido el aspecto fundamental de la filosofía que es el aspecto práctico. La filosofía apunta hacia la sabiduría en tanto que es una terapia del espíritu y la filosofía antigua está cuajada de textos dirigidos a culminar esta misión hoy olvidada.

Sócrates, cuando llega a la conclusión de que no sabe nada, no sólo busca el conocimiento, sino el ser. Refiriéndome con ello al ser virtuoso. Y para ello cree necesario que hay que conquistar la virtud, lo que en el mundo antiguo fueron las virtudes cardinales: prudencia, valentía, templanza y justicia, de las que procederían todas las demás. Además la práctica de cualquiera de estas cuatro virtudes está entrelazada con las otras tres. No existen por separado. Pero para llegar a la virtud hay que deshacerse de las falsas creencias y opiniones, tener un saber recto y seguro. Y, por otro lado, modificar nuestras acciones en dirección a lo que consideramos virtuoso (nuestros valores en la vida, tanto los particulares como los más altos y elevados de los que antes hemos hablado.) De modo que el cambio progresivo en nuestra vida viene dado por el cambio en nuestras acciones que van dirigidas hacia una forma correcta de pensar, lo cual nos dará sentimientos y emociones positivas, así como la capacidad de asumir y aceptar los sentimientos de tristeza, dolor…porque la conquista de la virtud no es la eliminación de estos sentimientos. Todos los tenemos, pero al hombre virtuoso, al sabio, no le perturban porque los ha aceptado y ha alcanzado la serenidad. Y, de esta manera, podemos entender la desconcertante frase socrática de que “es mejor padecer una injusticia que cometerla”. Si nosotros cometemos una injusticia, nuestra acción nos hace injustos, por tanto sufrimos y nuestra alma se corrompe. Por el contrario, si padecemos una injusticia, nuestra alma, aunque podamos sufrir físicamente, incluso con la muerte, como es el caso de Sócrates, nuestra alma queda incólume y llena de paz y serenidad, tal y como fue Sócrates a la muerte bebiendo la cicuta con toda tranquilidad y dando la última enseñanza a sus discípulos y a la humanidad. Si queremos curarnos de nuestros males debemos recuperar esta sabiduría antigua. Y ésta nos llevará a la paz y la serenidad.

 

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