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Filosofía desde la trinchera

La libertad frente al estado intervencionista.

Mucho se ha defendido y se defiende la socialdemocracia y el estado del bienestar. Y yo no seré el que ataque a los derechos del ciudadano que tanto han costado conquistar, tanto ética, como políticamente. Pero soy un defensor de la libertad y creo que justicia, entendida como equidad, y libertad deben coexistir. Me explico, a mi manera de ver, y a la de muchos teóricos, el estado del bienestar se ha transformado en un estado benefactor, protector y, en la máquina de vigilancia del individuo. Dicho de otra manera, la socialdemocracia aparece como una forma alternativa de desarrollo de la democracia al liberalismo o las llamadas democracias liberales. Y nace como una forma de control del capitalismo en la que la riqueza ha de repartirse, el objetivo es la justicia social. Esto está muy bien. Pero aquí, lo que ha pasado es que el triunfo se lo ha llevado el neoliberalismo. Y la cosa está bien clara. La socialdemocracia y su estado de bienestar asociado no ha sido más que otra forma que ha tenido el capital para transmutarse y seguir existiendo y desarrollándose. De tal manera que, a partir de los años setenta, se empieza a fundir con el capitalismo y la democracia liberal. Pero, claro, lo que ha ocurrido es que como la socialdemocracia tenía acceso a los individuos, de forma política. Y, la política ha ido deviniendo en una unión con el capital. Pues el capital, a través de la mano política se ha introducido en nuestras vidas para controlarnos. El sistema que nos salvaba de los desmadres del capital nos hace sus esclavos y sin darnos ni cuenta. No hay lucha, aceptamos lo que el estado nos ofrece/obliga y le estamos muy agradecidos. Y, de paso, el estado se convierte en el gran hermano (Big Brooder) que nos vigila. Es decir, se nos ha robado nuestra libertad sin ser consciente de ello porque nos sentimos absolutamente libres y que se preservan nuestros derechos. Éste es el gran engaño que impide la resistencia, porque estamos satisfechos, nos creemos libres, estamos anestesiados por el opio del consumo y hemos perdido la capacidad de la fraternidad, de ponernos en el lugar del otro y en nuestro propio lugar. Porque cuando se habla de emprendimiento de lo que se está hablando es de autoesclavizarte. Es decir, que sufres una doble alienación, la propia del trabajo y la explotación que tú a ti mismo te impones. Pero lo haces alegre y contento. Esto es lo que subyace al discurso del emprendimiento, la doble explotación del capital, que ya no tiene nada que perder. Se convierte en el amo absoluto del ciudadano que deja de ser tal, para ser cosa: una mercancía al servicio del capital y autoexplotada, es decir, doblemente alienada.

            Pero voy más lejos. Se utilizan los derechos humanos como ideología para la alienación y absorber tanto nuestra libertad empírica, como nuestra libertad política. El estado del bienestar, en nombre de la justicia, debe garantizar el acceso de la ciudadanía a los derechos básicos. Y aquí, también hay una cosa importante. Tus derechos son tus deberes. Lo que ha sucedido es que las sociedades del bienestar, al ser paternalistas, han anulado la conciencia del deber en los ciudadanos y los han convertido en “señoritos satisfechos” que, no respetan lo público y sólo son conscientes de que tienen derechos. Cuando, en realidad, ontológicamente hablando, nadie tiene derechos. Éstos se los da el hombre a sí mismo. Pero no quiero extenderme en esto, sólo señalarlo porque es un grave problema ético, puesto que a cada derecho corresponde un deber y a cada deber una responsabilidad. Pero si se rompe la cadena con lo que nos encontramos es con individuos irresponsables. Es decir, desde el punto de vista ético: sinvergüenzas. Aquellos que no sienten vergüenza de no cumplir con su deber y, por ello, se convierten en inmorales y corruptos.

            Pero vamos más allá todavía. El estado del bienestar, convertido en estado benefactor y, tutelado por el capital, decía, nos roba nuestra libertad. Pongo un ejemplo que es esencial y, además el fuste de una sociedad y que de él depende el tipo de sociedad que tengamos. Todos tenemos el derecho a la educación. Perfecto. El estado debe garantizar este derecho. Pero esto no es lo que pasa. El estado interfiere en nuestras vidas de una forma perversa y descarada robándonos absolutamente nuestra libertad. En primer lugar, el estado declara la educación (que tendríamos que distinguir también, porque la confusión ha sido interesada por la neolengua del poder, entre enseñanza y educación, la primera es la transmisión del saber de la humanidad, unido a los valores implícitos en el propio saber, como son: el amor al saber, el respeto por el saber y por quien lo transmite, la capacidad del diálogo para avanzar en el saber, lo que implica la tolerancia y la diversidad de ideas que se pueden discutir teniendo en común la razón, el valor del esfuerzo, la autodisciplina, el orden… mientras que la educación es algo que depende de los padres) como obligatoria. Si la educación es obligatoria se me está privando de mi libertad. Hoy en día el estado, por boca del capital, nos habla de la formación permanente, como si hubiesen descubierto algo nuevo. Cualquiera que sienta pasión por una disciplina sabe que le dedicará toda su vida al estudio, como han hecho sus predecesores. Pero no, ahora la formación permanente es una forma de enriquecimiento de la industria educativa privada en connivencia con las empresas. Son los famosos masters que comenzaron a aparecer hace unas décadas, cuando antes eran cursos o cursillos, si eran menores. Pero, en fin, el caso es que esa formación permanente es la manera de tener esclavizado, de por vida, al supuesto ciudadano, porque es un esclavo y autoesclavo, a la cadena de montaje del sistema de producción capitalista que ha absorbido a la enseñanza. Pero hay más. La educación no sólo es que sea obligatoria. Es que tú vas a estudiar el curriculum que al estado le dé la gana, perdón, al capital (no se vea éste como algo abstracto, está personificado en gente de carne y hueso, los superricos que son los dueños de la banca y las multinacionales, un puñado, en definitiva). Es decir, que con la sopa boba del derecho a la educación te están explotando desde la cuna hasta la tumba. Y no sólo explotando, sino vaciando tu cerebro de la capacidad de pensar, que es en lo que consiste la libertad, y adoctrinándote en una serie de valores y quehaceres, con lo cual te están robando tu libertad empírica, es decir, lo que tú querrías ser en tu vida. Tú serás lo que el sistema haga de ti, no lo que tú quieras ser, que ni si quiera tendrás la posibilidad de pensarlo. Pero sin sentimiento de obligación ni de trauma, sino alegre, contento, satisfecho y agradecido. Un vasallo ejemplar.

            Y el poder y su adoctrinamiento se extienden por las redes sociales, Internet, que se nos prometía, como el refugio de la libertad. Las redes sociales son formas sibilinas de adoctrinamiento y de control y vigilancia del individuo. Cada vez que le damos al botón me gusta, comulgamos con el sistema, además de ser observados por el Gran Hermano. Las redes sociales son las catedrales de la nueva religión. ¿Es posible la resistencia? Me pregunto y os pregunto.

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