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Filosofía desde la trinchera

El problema es decir: “Si volviera a vivir”. Porque en esa frase va implícita el concepto de tiempo. Del tiempo como transcurrir. Pero el tiempo es una realidad psicológica, es decir, que no es real, sino aparente. El tiempo físico se mide por el segundo principio de la termodinámica. Hablando popularmente, la flecha del tiempo, que viene a decir que todo sistema ordenado tiende al mínimo estado de orden por sí sólo y que, por tanto, para llevarlo a su estado primitivo es necesario introducir energía. Vamos, que el café se enfría sólo y para calentarlo hay que gastar energía. Las cosas se caen y no flotan, las células envejecen. Pero, esto sirve para la física de los grandes objetos, la macrofísica. No es el caso de la microfísica, donde gobierna la mecánica cuántica. Donde una partícula surge de algo muy semejante a la nada que los físicos, por no llamarlo así, lo llaman “Fluctuación cuántica.” Por eso, en un agujero negro pueden ocurrir cosas muy extrañas como la inversión de la flecha del tiempo y tal. Y, en los múltiples universos que existen o pueden existir, no tiene por qué existir la segunda ley de la termodinámica. La física que tenemos es la que produce el universo que tenemos, pero en la infinidad de posibilidades cuánticas, pues existen infinidad de físicas posibles. Vamos, como el gato de Schrödinger, que está vivo y muerto a la vez, mientras no lo observemos, claro. Por paradójico que parezca.

Por eso la vida es el ahora y el resto no existe, es el concepto de vacuidad de los budistas. Cuando digo que no existe es que es una infinidad de probabilidades cuánticas. Los estoicos y Nietzsche, supieron ver esto sin física ni nada. Con el concepto metafísico de eterno retorno. Si todo lo que ocurre ha ocurrido infinidad de veces y tiene que ocurrir infinidad de veces, porque el tiempo es cíclico, entonces no hay tiempo, todo es un eterno presente, un repetirse siempre lo mismo. Por eso decía Nietzsche lo del amor fati. Es decir, querer (voluntad de poder) el destino, un eterno decir sí. Una afirmación incuestionable. Aceptación absoluta o, lo que es lo mismo, conciencia plena.

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Evidentemente que lo de Nietzsche es una fantasía, una licencia literaria para afirmar su idea del superhombre y el amor fati o, de otra manera, la voluntad de poder. Pero en el resto de lo que dices es que no sales del tiempo psicológico y, cultural. Neurofisiológicamente venimos preparados para tener una concepción del tiempo. Pero, la concepción lineal del tiempo, es un producto cultural absolutamente minoritario que se dio en el judaísmo y, a través del judeo cristianismo llegó a Occidente y se convirtió en creencia y en una idea filosófica central con San Agustín que forja la filosofía de la historia a través del tiempo lineal. En el resto del mundo no había culturas con un tiempo lineal. Al globalizarse la cultura occidental a partir del Renacimiento se extiende esta creencia cultural apoyada por el surgimiento de la ciencia y posteriormente con la idea (mito) del progreso, que se reafirmaría con la revolución industrial. El tiempo psicológico y cultural es una forma a priori que el cerebro tiene para organizar lo que acaece. La idea de tiempo lineal se vio reforzada con la física de Newton, que concibió el tiempo como matemático, absoluto, eterno,… pero, en realidad, nuestra imaginación lo que hizo fue, lo que se llama, espacializar el tiempo, y lo concebimos como una línea sucesiva de puntos, en la que los puntos matemáticos equivalían a los instantes del tiempo. Pero, en realidad, en la física clásica el tiempo, al ser absoluto (que no depende de nada, ni siquiera del hombre) y eterno se reduce al instante. Por eso da igual tiempo positivo o tiempo negativo en las ecuaciones, son absolutamente equivalentes. Tendría que llegar la termodinámica en el siglo XIX para introducir, con su segundo principio, la idea de la flecha del tiempo. Es decir, que el tiempo es lineal, absoluto, pero tiene una dirección y sentido. Y es esta idea la que psicológicamente hemos adoptado porque es la que cuadra con nuestra imaginación. Es la que tú formulas. El tiempo sería un absoluto que va de la nada a la nada y del que no podemos escapar. Nos lleva del nacimiento a la muerte según el segundo principio de la termodinámica, de forma inevitable. Pero, resulta que la relatividad y la física cuántica vienen a decir cosas distintas, pero, desgraciadamente inimaginables. Si ya es difícil imaginar un universo en cuatro dimensiones, que es el relativista, imagínate tú, el universo de cuerdas que habla, matemáticamente, claro, de que el universo tiene once dimensiones. Para nosotros son inimaginables, sólo se puede pensar matemáticamente o, por una correcta interpretación de esas fórmulas, pero no lo podemos imaginar. Está más allá de la capacidad de imaginación de nuestro cerebro. Y, jaja, el gato, mientras no se demuestre lo contrario (que la mecánica cuántica es falsa) está vivo y muerto a la vez, mientras que no lo observemos. Como cualquier objeto del universo. Y estos son preliminares de la ciencia contemporánea. Como señalan muchos científicos: mientras más avanzamos en el conocimiento del cosmos más nos acercamos a la mística.

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“Recuerda antes que nada que no ofenden el que insulta o el que golpea, sino el opinar sobre ellos que son ofensivos. Cuando alguien te irrite sábete que es tu juicio el que te irrita. Por tanto, intenta, antes que nada, no ser arrebatado por la representación.” Epícteto.

Vemos en este texto de la filosofía occidental, de los estoicos, concretamente, dos cosas muy importantes. La primera es que pertenece a la línea sapiencial. Es decir, la filosofía que aquí se nos está proponiendo es una praxis para ser feliz. es una teoría que coincide con el ser. Es una forma de vida. La filosofía no es ajena al vivir. Eso es algo que ha ocurrido posteriormente.

Y, en segundo lugar, se da una teoría que pertenece a la época axial. El mundo es nuestra representación de él. Por tanto no nos daña el mundo, sino los juicios que sobre él hacemos. No nos dañan los demás, nos dañamos nosotros mismos. Podemos decir con Sartre, que el infierno son los otros, pero por los juicios que nosotros hacemos sobre lo que los otros piensan de nosotros. El problema, por tanto es el juzgar. Juzgar es una proyección de nuestro ser en el ser del otro.

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“La salvación está dentro de ti”. Salvación es sanación, felicidad, paz, luz, serenidad, que, a su vez, se transmite a los demás. Sólo de uno depende salvarse, igual que la culpabilidad: la infelicidad, la desgracia, sólo están en ti (el duelo, saberlo llevar o no saberlo llevar. No se puede luchar contra lo inevitable, es una necedad, una locura. Tampoco se puede proyectar, porque creas más mal en ti mismo.) Pues si la salvación está en ti mismo y es la felicidad, ser feliz, sentir la felicidad, la paz, la serenidad, elimina la culpabilidad y el miedo. Porque en el fondo el miedo y la culpabilidad no son más que ilusiones.

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La pérdida de la visión global, del conocimiento en sustitución de la información parcelada, empaquetada y enlatada está terminando con la conciencia humana. Hoy, más que nunca la función del filósofo, como del artista está en la calle en el ágora, tanto material como virtual. Antes de que acaben de privatizar y controlar tanto la una como la otra. Desaparecen las humanidades, desaparece la filosofía de los planes de estudio. Las reformas educativas, por llamarlas de algún modo, como las llama el enemigo, nos expulsan de su ideal mercantilista y fragmentario del saber. Pues hay que tomar la calle. Podemos hacer una filosofía práctica y aplicada, tanto en los institutos (pasando de temarios orientados a la productividad y creando conciencia de globalidad y de resistencia pacífica, los que aún nos quedamos dentro del sistema) y los que estén fuera haciendo valer la filosofía como fue antaño. Es absurdo agarrarse a un barco que se hunde y que no tiene nada que ver con lo que fue. Los institutos son una preparación para el mercado, las universidades son ya el mercado. Mejor es aceptar lo inevitable y saber jugar las bazas de las circunstancias en las que nos encontramos. Vuelta a la filosofía sapiencial. La ciudadanía está perdida y la tradición filosófica tiene los instrumentos teóricos y prácticos para darle un sentido a su existencia. Nuestro lugar, hace tiempo, que no está en las aulas. En las aulas estamos buscando nuestra manutención, no la transmisión de la sabiduría.

 

 

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