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Filosofía desde la trinchera

Determinismo libertad y felicidad.

“Uno ha de ejercitarse sobre todo en este aspecto. Desde el alba, acercándote a quien veas, a quien oigas, examínale, responde como si te preguntasen: ¿Qué has visto? ¿Un hermoso o una hermosa? Aplícale la regla. ¿Ajeno al albedrío o sujeto al albedrío? Ajeno al albedrío, échalo fuera. ¿Qué has visto? ¿A uno de luto por su hijo? Aplícale la regla. La muerte es ajena al albedrío: apártalo de en medio. ¿Te has encontrado con un cónsul? Aplícale la regla ¿Cómo es el consulado? ¿Ajeno al albedrío o sujeto al albedrío? Ajeno al Albedrío; aparta también eso, no es aceptable; échalo fuera, no tiene nada que ver contigo.

                ¿Qué es el llorar y el gemir? Una opinión ¿Qué es la desdicha? Una opinión. ¿Qué son la rivalidad, la disensión, el reproche, la acusación, la impiedad, la charlatanería? Todo eso son opiniones y nada más, y opiniones sobre cosas ajenas al albedrío como si se tratara de bienes y males. Que alguien lleve esa actitud a lo que depende del albedrío y yo le doy la palabra de que se mantendrá en calma, sea como sea lo que le rodee.” Epícteto. Disertaciones. III, III.

Epícteto, como todos los estoicos y epicúreos trabaja con las emociones y los sentimientos y, con lo que podemos llamar, el modo de ser o la personalidad. Esto último lo hemos ido labrando durante toda nuestra vida. Y es lo que nos produce nuestra felicidad o nuestra desgracia. Generalmente las terapias se han basado en la búsqueda de las causas de los traumas. Me refiero a las terapias introspectivas. Pues bien, el conocimiento de estos traumas, que causaron un dolor y han configurado nuestra personalidad y, por ende, nos hace infelices es lo que hay que curar. No le falta razón, desde luego. Lo que ocurre es que la psicología ha dejado fuera a la voluntad y a la libertad (el albedrío) por no ser ponderables. Esto es una herencia del cientificismo. Y, por eso, vienen a decir que la personalidad, una vez establecida, nuestro modo de ser, ya establecido y madurado, no puede cambiar. Pues bien, esto es lo que es falso y lo que los estoicos consideraban que sí podía cambiar. Y eso que eran deterministas. Es decir, que pensaban que existían leyes necesarias de la naturaleza. Pero, a pesar de ello, pensaban que existía la libertad o la voluntad, como lo queramos llamar y que esto hace posible cambiar la personalidad o nuestro modo de ser. Independientemente de las causas que produzcan nuestro malestar. Incluidas las más alejadas como la falta de afecto e incluso el abandono o los malos tratos en la crianza. Cuando se piensa que el pasado psicológico, sociológico, cultural, determina nuestra personalidad caemos en el determinismo. Es decir, eliminamos la libertad. Pero, Epícteto, por no generalizar, no lo considera así. Para empezar considera que lo que nosotros tenemos del mundo y de los demás son representaciones nuestras. Por tanto, no tenemos un saber cierto sobre el otro, sino meras opiniones. Y no debemos basar nuestra acción en opiniones. En segundo lugar, divide aquello que está sometido a lo inevitable y sobre lo que yo no puedo intervenir y aquello sobre lo que yo sí puedo intervenir. Es decir, lo que está determinado por ley, que no debe importarme, porque sería un loco si intentase cambiarlo. Esto es, me produciría sufrimiento y lo que sí está sujeto a cambio por medio de mi acción. Pues bien, sólo debo preocuparme de esto. Hay un conjunto de circunstancias que me envuelven y que son particulares para cada cual, que me condicionan, no me determinan, a menos que yo lo permita, pero sobre las que puedo interactuar. Estas condiciones, incluido mi genoma han construido mi modo de ser, mi personalidad. Pues bien, ésta puede ser cambiada por el acto de la libertad. La libertad no crea nada de la nada, sino que juega con las circunstancias haciéndolas positivas. Un maltrato infantil produce un trauma, ahora bien, yo tengo diversas formas de ver el trauma. Para empezar, tengo que ver lo inevitable como inevitable. El trauma ocurrió y es inevitable, ahora bien, la visión que de él pueda yo tener y el cómo me pueda afectar depende de cómo yo me lo represente. Si yo me lo represento emocionalmente de forma negativa, me estaré infringiendo sufrimiento, si yo soy capaz de tener una emoción o sentimiento positivo o neutro (puesto que es inevitable) del acontecimiento, entonces cambio mi forma de sentir. Es decir, cambio mi modo de ser, mi personalidad. Y eso es ser dueño de uno mismo. Y eso requiere de la práctica. (No tiene nada que ver con la psicología positiva que nos crea un mundo color de rosas. Esto requiere de un diálogo interior, de una transformación paulatina, de un conócete a ti mismo socrático. Ni tampoco tiene que ver con los coaghing, que son meros “entrenadores” para que tú puedas conseguir los fines prácticos que te propones en tu vida. Nada tiene que ver esto con el autoconocimiento, la libertad y la felicidad) Todo sentimiento negativo, en el fondo, procede del miedo, hay que acabar con él para crear un nuevo modo de ser. Esto está muy en la línea de Ortega que decía aquello de “Yo soy yo y mis circunstancia, sino salvo a ésta no me salvo yo.” Por eso podemos concluir con Epícteto de nuevo:

“¿Se puede sacar provecho entonces de esto? De todo. ¿Y también del que insulta? Sí. ¿Cuánto aprovecha el entrenador al atleta? Muchísimo. Pues el que me insulta se vuelve entrenador mío; entrena mi capacidad de aguante, mi docilidad, mi mansedumbre…Si alguien me entrena en la docilidad, ¿no me aprovecha?...

¿Un mal vecino? Para sí mismo, pero para mí bueno. Entrena mis buenos sentimientos, mi ecuanimidad. ¿Un mal padre? Para sí, pero para mí bueno. Esto es la varita de Hermes: “Toca lo que quieres y se convertirá en oro” No, sino: <Venga lo que quieras y yo lo convertiré en un bien>” Epicteto. Disertaciones.

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