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Filosofía desde la trinchera

Crónica de un fracaso anunciado.

Estoy leyendo el libro de Riechmann “Autoconstruirnos. La transformación cultural que necesitamos”. Libros de la Catarata, Madrid, 2015. Hace dos años o más que no leo sobre ecología y no ha cambiado nada, salvo los datos. Todo se acelera. Parece ser que, según los datos, hemos pasado el punto de no retorno, lo cual implica que hemos fracasado, que es el fin. Sólo nos queda algo por hacer, fracasar bien. Es decir, es como si pudiésemos ir hacia atrás en el viaje del Titanic y el hundimiento es ya inevitable, lo que nos queda por hacer es organizar bien la evacuación. Pero el Titanic se ha hundido. Ése, por lo visto, es el mejor escenario. Todo lo previsto se ha adelantado tres o cuatro décadas. El siglo XXI será invivible antes del 2050. El ecocidio que hemos cometido producirá un genocidio (hambre, muerte, exterminios, miseria, enfermedad, condiciones imposible de supervivencia, probable guerra nuclear,…) Mientras, el movimiento ecologista y ecosocialista fracasaron en las últimas décadas del siglo XX.

Y, para salvar al hombre, no la civilización, se tiene que producir una lucha que reside en nuestra “doble” naturaleza: somos agresivos y somos solidarios. Eso, desde el punto de vista cultural y político, implica que hay muchas personas que piensan que el mundo tiene que ser una jungla en la que vence el más fuerte. El mundo se divide entre amos y esclavos, no somos iguales, no hay escrúpulos ante la violencia. El mundo es el infierno, pero si se es el fuerte, no importa que sea el infierno. La violencia está perfectamente justificada para el fuerte. Sobrevivirán los más fuertes. La otra opción política y cultural es la de la igualdad, colaboración y compasión. Si hay un número suficiente de personas, de momento son minoritarias, que tengan estos valores serán más fuertes y ganarán la batalla (que es inevitable, salvo un milagro de un repentino cambio de consciencia), de tal forma que, no nos libraremos del naufragio, pero salvaremos a la especie humana. Otra cosa es si merece la pena.

No hace falta que vean ustedes las noticias, ni que se entretengan con las mandangas de los políticos, ni de los famosos, ni del futbol. Lo necesario es tomar conciencia de sí mismo. Estamos ante una ética de urgencia. Lo de Europa, lo de Grecia, la crisis, todo es lo mismo. El problema no es el cambio climático, ni el problema ecosocial. Esto no son más que síntomas. El problema es el capitalismo que es una megamáquina devoradora que no puede existir sin crecimiento. Y ya hemos sobrepasado los límites del crecimiento. O damos el salto ético junto con esos valores: igualdad, colaboración y compasión o nos hundimos con el Titanic. Olvídense de todo lo demás. Ver las noticias no es más que ver la crónica de una muerte anunciada. Tenemos que tomar partido por una ética de urgencia en la que los valores son la igualdad, la colaboración y la compasión. No escuchen cantos de sirena, no hay tiempo. Hay que salir a la calle y decirles que ¡no! a los poderosos. Una desobediencia civil generalizada. Porque ya está bien de autoengaño, la libertad en la que creemos vivir es el cuento de los poderosos para dominarnos. En todos los colapsos civilizatorios que ha habido han perecido entre el 90 o 95% de los habitantes. La diferencia con el que ya ha empezado es que éste es global. No soy agorero, ni catastrofista, ni apocalíptico, me ciño a los datos y a la lectura de los expertos, no a las lecturas interesadas. Los catastrofistas son ellos, que son los que llevan el planeta al derrumbe. Bueno, ellos y nosotros que lo consentimos. Pero estamos a tiempo de tener un buen fracaso y crear las bases sólidas de una ética que, por lo demás, ya se nos había dado. La igualdad procede del cristianismo y de la filosofía helenística, la compasión del budismo, el hinduismo y el taoísmo y, también del cristianismo. Y tiene una versión en Sócrates. La colaboración la encontramos en la compasión y en el ideal cosmopolita. La teoría la tenemos y, durante 25 siglos, la hemos ido afinando. Tápense los oídos cuando escuchen la palabra crecimiento (es una anestesia muy potente) pero, en realidad, significa: ecocidio más genocidio.

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