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Filosofía desde la trinchera

La ciencia en sus orígenes estaba íntimamente ligada con la vida teórica. Esto quiere decir que la intención, en principio, era la de conocer por el hecho de conocer. El hombre se queda maravillado ante el mundo y esto le produce perplejidad. No sabe en qué consiste. Es el reconocimiento de su ignorancia. El afán de explicarse el mundo le lleva a la búsqueda de un orden. Por eso, la gran conquista intelectual de la humanidad, es concebir todo lo que hay como un cosmos: orden que obedece a una ley interna. Pero la ciencia es, también, transformación. Y ésta es nuestra herencia del renacimiento. Saber para prever, prever para dominar. La ciencia actual es una unión de ambas partas. Una nos lleva a la contemplación y, la otra, a la dominación. Pero esta última dominación nos hace, de alguna manera, esclavos. Toda la cultura es una forma de adaptación. La técnica es una de las formas culturales más exitosas en este aspecto. Pero toda forma de adaptación es una forma de esclavitud. Nuestra supervivencia depende de ella. La ciencia, pues, es un camino de libertad y de servidumbre. No hay más que echar un vistazo a la historia del hombre.

 

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            La vida humana es un producto de la evolución. Ello significa que obedece al azar y la necesidad. La especie humana, igual que es,  podría no haber sido o ser de otra manera, esa es nuestra contingencia, como la del resto de los seres vivos. De la misma manera, pensar que el hombre está sólo en el universo no es más que egolatría procedente de nuestro espíritu mítico-religioso. Otra cosa es encontrar formas de vida en el universo, y saber cuál es su estructura. La vida, como las diversas formas de organización que existen en el universo, debe ser algo normal, al menos, en este universo. Pensar lo contrario no es más que teología antropocéntrica.

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