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Filosofía desde la trinchera

Frente a la globalización, el cosmopolitismo.

Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno. Terencio.

Está claro que vivimos en un mundo de globalización. Otros no tendrán tan claro que esa globalización comenzó en el Renaimiento, pero eso no importa. Ahí está el comienzo hasta que hemos llegado a la situación actual. Situación absolutamente de locura, irracional y que acarrea la miseria masiva. También la globalización que se inicia en el Renacimiento trajo el colonialismo y con él el exterminio y el genocidio. Es la condición humana que no sabemos si seremos capaces algún día de trascender. Pero hoy la globalización, desde los años ochenta y noventa para acá, se ha hecho demoníaca. Y digo esto porque en realidad no hay globalización. Alguno se llevará las manos a la cabeza. Pues sí, pienso que no hay globalización, sólo una parte de lo que podemos llamar globalización; y es la del mercado financiero. No hay globalización ni de personas, ni de mercancías. Los ideales ultraliberales que nos dicen machaconamente que hay que dejar libres al mercado pues resulta que son ellos los primeros que lo incumplen. El mercado regula y exige a los gobiernos la regulación de las mercancías que les pueden perjudicar. ¿Dónde está la libertad del mercado? Es la libertad del más fuerte, es la visión falseada y esteriotipada del darwinismo social: triunfo del más fuerte. Olvidan estos neoliberales, que utilizan al poder político para sobrevivir y crecer, que el darwinismo defiende la cooperación y la simbiosis como mecanismo de supervivencia. Lo único que fluye libremente es el capital. Y se empeñan en seguir que así sea. Y también se empeñan en crear una ideología homogénea que todo el mundo asuma en la que la globalización es un hecho. Todo falso. No hay globalización, hay un imperialismo del capital y de la ideología que sustenta a éste que, como siempre, es un pensamiento único.

            Frente a la globalización yo propongo el cosmopolitismo, viejo ideal griego que viene ha decir que el hombre es ciudadano del mundo. Que las naciones son provisionales, que la ley de la naturaleza es universal. Pero me gusta el sentido de cosmopolitismo que ofrece Terencio, Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno. Esto implica un reconocimiento ético de la humanidad en el otro. No se trata de la globalización de la riqueza financiera, sino de la universalización de la condición humana. Todo hombre, por el hecho de serlo, es un sujeto de dignidad, un fin y no un medio. Los poderes actualmente nos tratan como mercancía, como ganado que consume su propio producto. Sería necesario echar mano de este cosmopolitismo para recuperar los ideales éticos de la humanidad. Aquellos ideales que nos hacen sentirnos orgullosos y no asqueados. Como he dicho en muchas ocasiones la historia carece de sentido. El sentido es provisional. Por eso tampoco hay un progreso, en el que ciegamente creen los neoliberales, sino un progreso contingente que depende de nuestro quehacer. Pues bien, la globalización es un engaño; y, además, se nos suele decir que es lo que hay, lo único que tenemos. (Cuando escucho esto veo que estoy ante un vencido y que está todo por hacer); pues no señor, la humanidad es capaz de trascenderse a sí mismo. Y creo que el ideal del cosmopolitismo, con la base ética que hemos mencionado es de importancia. No se puede permitir más, sin pensar en el suicidio o el nihilismo, que los inmigrantes mueran en el mar o en los desiertos, que los pobres mueran de sed…mientras el tránsito de capitales está absolutamente globalizado. Algo falla. Falla nuestra percepción ética. El cosmopolitismo es la base política y ética para luchar contra esta locura criminal organizada que es la globalización cuyas consecuencias todo el mundo asume y acepta. Hemos de recuperar el principio de responsabilidad de H. Jonas. Somos responsables de aquel que no conocemos y del no nacido. Su mal depende de nuestra acción, por tanto, somos absolutamente responsables. Es necesario pensar otro mundo, y es necesario pensarlo desde la ética y la política.

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