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Filosofía desde la trinchera

                               Redes sociales y control de la ciudadanía.

                Mucho se ha hablado ya del papel que juega internet en nuestras vidas y cómo transforma nuestros hábitos y capacidades. Es famoso, y ya un clásico, el libro de Carr sobre lo que hace internet con nuestras mentes. Pero yo quiero abordar aquí otra dimensión del uso de las redes sociales. Son muchas las utilidades que les damos a éstas y cada uno encuentra su acomodo en las mismas. Pero hay un papel que se les viene asignando que es el que quiero comentar, es el de la protesta social. En primer lugar hay que decir que la tecnociencia se ha convertido en un discurso religioso. Y este discurso lo que nos viene a decir es que la tecnociencia nos salva del sufrimiento y del dolor y que, poco a poco, irá reduciendo los males humanos hasta terminar con ellos. Eso es lo que mantienen los tecnolatras, amantes de la tecnología, los que la defienden sin un ápice de crítica, ya tuvieron sus antecedentes en el cientificismo y el positivismo del padre de todos ellos que fue Comte. Por su parte los tecnófobos forman un grupo reducido y extremista romántico que niegan la tecnología y quisieran renunciar a ella. Esta es una posición autocontradictoria porque el hombre es un ser técnico, en tanto que ser cultural. El caso es que la población cree el discurso tecnófobo sin crítica previa y ello es porque todo él se ha convertido en un gran mito. En primer lugar se ha identificado el progreso tecnocientífico con el progreso ético-político y esto sin base alguna. Más bien lo que se ha hecho es que se ha reducido el segundo al primero. Una sociedad mercantilizada sólo puede reconocer el valor de la tecnociencia, no el de la libertad, la justicia y la fraternidad, esto son meras abstracciones que la ciudadanía no entiende ni ha escuchado nunca, ni le merecen el asombro que provoca la tecnociencia que inunda toda nuestra vida y a la que nos confiamos. Todo este discurso se apoya en el mito del progreso, que no idea, y que a su vez se apoya en la idea de la historia del cristianismo como historia de la salvación del hombre. No hay ninguna garantía de progreso en la historia, la historia es contingente. El progreso depende de nuestra voluntad y la relación entre progreso tecnocientífico y ético-político, igualmente. Es más, el progreso tecnocientífico debe estar guiado por la idea de un progreso ético-político de la humanidad.

                Pues, como decía, las redes sociales se han convertido en formas de reivindicación de justicia social. A mi modo de ver, lo que se nos prometía como una forma de rebeldía, una forma de comunicación que amplificaba la acción, se ha convertido en lo contrario; en una forma de control de las conciencias. Y también debajo de esto subyace el mito religioso. Cada vez más abundan por las redes sociales mensajes a los que adherirse de injusticias que se comenten. Sólo hace falta pulsar el me gusta y punto. Pero esto ya estaba inventado desde la Edad Media. En realidad es un modo de tranquilizar y anestesiar nuestra conciencia frente al mal y la injusticia que existen en el mundo. Cada vez que damos a un me gusta de estos nos sentimos aliviados, pensamos que somos justos y buenos y que hemos hecho lo que hemos podido, nos sentimos redimidos. Es el mismo mecanismo que la confesión inventada por los cristianos del medievo y mantenida por la moral hipócrita del catolicismo. De lo que se trata es de controlar las conciencias. La confesión jugaba dos papeles, igual que las redes sociales en este sentido. En primer lugar el sacerdote conocía tu intimidad, tu conciencia y éste conocimiento le otorgaba el poder sobre ti. En segundo lugar, el sacerdote te mandaba una leve penitencia y ya estabas listo. No había reparación real de la falta, el pecado. No había restitución de la justicia, sólo arrepentimiento y el rezo de la penitencia. El efecto era doble, por un lado se tranquilizaba la conciencia y, por otro, se eliminaba la acción ética que se reducía a la penitencia. Pues lo mismo ocurre en las redes sociales, cada vez que damos a un me gusta tranquilizamos nuestra conciencia y nos evitamos el actuar. Por un lado, saben lo que pensamos según nuestra información en el muro y nuestros me gustas y, por otro, nuestra conciencia se adormila pensado que ha actuado, cuando su actuación es meramente virtual, testimonial. El mecanismo de control es infalible, como lo ha sido el del catolicismo, sólo que ahora más sofisticado y seductor.

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