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Filosofía desde la trinchera

Esta mañana me he quedado perplejo y me he dado cuenta de que, en verdad, esta sociedad está enferma. N sé si los psiquiatras, psicólogos y analistas de la “mente”, harán mucho o poco negocio. Pero, lo cierto es que esta sociedad está tremendamente enferma. Pero la enfermedad, no es somática (todas son somáticas, esto es, físicas, no hay un alma, pero entiéndaseme), sino moral. Lo que me ha ocurrido es lo siguiente. Voy a unos grandes almacenes y por casualidad veo la sección de librería y como el mes de agosto ha retrasado mis pedidos de libros, pues me dirijo a sus anaqueles, pasando de largo por la sección de best sellers, novela histórica y demás. Y, esperanzado, me dirijo a la sección de ensayo. La primera sorpresa que me llevo es lo escuálida de la misma, en comparación con las citadas. Pero mi sorpresa se hace mayúscula cuando me doy cuenta de que todos los títulos que apareen en ensayo son de libros de autoayuda, así llamados. Yo pienso que a los únicos que ayudan es a los que los escriben y a las editoriales, pero, en fin. Como hemos dicho más de una vez, la lectura es la conversación de la humanidad. Pero la lectura hoy en día, además de la fragmentación que ha sufrido por las nuevas tecnologías de la comunicación, no es más que una forma de pasar el rato, de llenar nuestro vacío con misterios novelados sobre el origen y los milagros de nuestros religiones y, en último termino, para encontrar nuestro equilibrio. Todo ello muestra que estamos moralmente enfermos. Y, por ello, supongo que las consultas de psicólogos y psiquiatras están repletas. Estos profesionales pueden ayudar, y en algunos casos, mucho, pero yo confío más en la bioquímica. Y cuando el problema es de origen moral, en la filosofía y la sabiduría milenaria. Pero, como ya sabemos, debido a la razón instrumental, la moral se ha medicalizado a través de psicólogos y pedagogos. Y los síntomas que he mostrado son estrictamente morales.

 

            El hombre actual vive en el vacío. Es lo que hemos llamado el nihilismo. La muerte de las religiones han desencantado el mundo, como dijera Weber. Las religiones que las han sustituido anulan la magia, el misterio y al individuo. Al contrario, lo quieren racionalizar todo. Pretenden una solución racional y definitiva para todos los problemas. La nueva religión es la tecnociencia que se extiende a todos los ámbitos del saber. Pero el hombre, como animal de creencias que es, convierte a la ciencia en religión y cree en el mito del progreso. Pero esta nueva religión no alimenta su espíritu y por eso acude a las novelas de misterio en las que se relacionan la historia, la religión, el misterio, lo mágico y lo policíaco. Ésta es una perfecta mezcla para cautivar al individuo, mientras dura la lectura. La necesidad de mitos y de historias se suple momentáneamente y nuestro vacío espiritual también. De paso, se entretienen. Pero, como el mal tiene un origen todavía más profundo, se necesita al psicólogo y a los libros de autoayuda. La sociedad ha transformado a las personas en individuos aislados. Somos animales que vivimos en y desde la comunicación. Pero la sociedad nos aísla, poniéndonos en el centro de las preocupaciones. El ciudadano occidental de hoy en día está absolutamente preocupado por sí mismo. Los únicos valores que lo rigen son los egocéntricos: su salud, su bienestar, su auto, su vivienda, la moda, y así. La cuestión pública, que es su dimensión social en la que se debe realizar, la justicia y la igualdad, careen de importancia. El nihilismo occidental en el que han caído los ciudadanos los convierte en individuos intercambiables, islas hipercomunicadas, pero sin contenido (sólo hay que echar un vistazo a las redes sociales y ver qué tipo de mensajes predominan.)  Estos individuos carecen de la capacidad de la empatía, de ver más allá de su propio “mal”, más bien malestar creado por la sociedad de consumo que los ha vuelto sobre sí mismos para dar marcha a la dinámica del deseo. Por eso la enfermedad, mejor, el mal, es moral. No hay enfermedad. Hay un mal, porque esto es una cuestión ético-filosófica, no médica. A menos que la medicina se conciba en un sentido más antiguo en el que se cohesionaban, la ética, la técnica, la ciencia y el arte. Pero en la sociedad en la que vivimos, esto, de momento, no es posible. En definitiva, este individuo egoísta e insatisfecho -lo exige la propia dinámica del deseo, que lo devora, a la vez que alimenta el motor de la sociedad, que es el consumo- está poseído por un mal moral: la insolidaridad. El no ser capaz de ponerse en el lugar del otro. Sólo quiere su propio bienestar. Pero, precisamente, el mal está en lo de lo propio. Todos estos libros de autoayuda lo que hacen es reafirmar el yo, el origen del mal. De lo que se trata es de salir de este yo por las diferentes vías que tenemos: el conocimiento, el arte, la solidaridad, la comunicación con amigos y familiares, el compromiso público por la justicia… Todo ello esparce nuestro yo en la comunidad y nos hace participe de ella. Pero el mirar sólo nuestra salud, nuestras posesiones y todo lo demás, nos lleva a un grado de insatisfacción y frustración permanente; a un, paradójico, empequeñecimiento del yo. El individuo egocéntrico tiene un yo reducido, porque nuestro yo se engrandece por la comunicación con los demás por muchos y variados medios. Esta comunicación nos sacia, porque está constituida los placeres intelectuales: conocimiento, arte, amistad, compromiso, y nos produce serenidad, a la par que un olvido de nuestra condición contingente.

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