No hay partido político, ni acción política, sin dinero. Esto es una premisa absolutamente necesaria en las democracias liberales. Pero el dinero de los partidos, su financiación, se ha convertido en la piedra angular de la posibilidad de gobierno o de expresión en el parlamento, como oposición con poder, de los partidos. Esto nos lleva a pensar que mientras nos deslizamos en la capitalización de los partidos políticos, nos despeñamos en las ideas. Éstas ya no tienen importancia. Es más se sustituyen por las imágenes, forma actual sofisticada de la demagogia, que se dirigen a las emociones de tal forma que el pensamiento queda bloqueado. Si a esto se le sigue llamando democracia es porque, en el fondo, se burlan de nosotros. Y porque, en el fondo también, necesitamos de las creencias. Es nuestra visión mítica del mundo. Y creemos que vivimos en democracias y progresamos, pero estamos instalados en una demagogia fascista.
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