El feminismo está en una encrucijada. Sólo se han alcanzado derechos laborales y reconocimiento de la igualdad de oportunidades. Y en ambos casos hay un gran déficit. El problema y el gran engaño es que el feminismo ha aceptado los presupuestos de la sociedad capitalista y de la opresión. Es decir, que las mujeres se han unido, creyendo liberarse, a la dialéctica de clases: opresores y oprimidos. Además de ser el fundamento de la carga familiar. Una buena jugada del capitalismo que las convierte en “independientes” consumidoras. Pero, además, como el mercado lo que hace es objetualizar pues las convierte en objeto de consumo para el hombre. Les quita su identidad, su subjetividad y las mercantiliza. Y crea toda una industria de la moda basado en un ideal de belleza arbitrario que, por otro lado, el hombre, también alienado y convertido en objeto, acepta acríticamente.
Y esta es la encrucijada del feminismo. Por eso hay que dar un paso para cambiar la sociedad. A la transformación económica, política y ecológica hay que añadir lo que podría aportar una concepción matriarcal de la sociedad. Cuidado, no confundir el matriarcado con que las mujeres manden. La señora Merkel es un espécimen ultra representativo de los valores patriarcales.
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