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Filosofía desde la trinchera

La sombra y la integración del mal

La sombra y la integración del mal

 

“Si después de mucho tiempo no puedes cambiar un defecto personal o una circunstancia, considéralo un mensaje de Dios.” Paco Grande.

 

Podría tener muchas lecturas, pero ya que andamos con la sombra y son aforismos de la individuación pues debe estar relacionado con ella. Mensaje de Dios es lo enigmático. Dios puede ser tomado por la sombra o, más en concreto, por la sombra o el inconsciente colectivo. Los arquetipos de la humanidad. Y, curiosamente es algo de lo que quería hablar hoy.

 

“La sombra.—Hace mucho tiempo que no te oigo hablar; quiero ofrecerte la oportunidad de que lo hagas.

El caminante.—¿Quién es? ¿Dónde hablan? Me parece que me oigo hablar, aunque con una voz más débil que la mía.

La sombra.—(Tras una pausa) ¿No te agrada tener la oportunidad de hablar?

El caminante.—¡Por Dios y por el resto de cosas en las que no creo! ¡Es mi sombra la que habla!: la estoy oyendo, pero no me lo creo.

La sombra.—Supongamos que así es. No pienses más en eso. Dentro de una hora habrá acabado todo.

El caminante.—En eso precisamente estaba yo pensando, cuando en un bosque de los alrededores de Pisa vi unos camellos, primero dos y luego cinco.

La sombra.—Bueno será que tanto tú como yo seamos igualmente pacientes con nosotros mismos, una vez que nuestra razón guarda silencio; de este modo, no usaremos palabras agrias en nuestra conversación, ni nos pondremos reticentes el uno con el otro si no nos entendemos. Si no se sabe dar una respuesta completa, basta con decir algo; es la condición que pongo para charlar con alguien. En toda conversación un tanto larga, el más sabio dice por lo menos una locura y tres estupideces.

El caminante.—Lo poco que exiges no es muy halagador para el que te escucha.

La sombra.—¿Es que tengo que adularte?

El caminante.—Yo creía que la sombra del hombre era su vanidad y que, en tal caso, no preguntaría si había de adular.

La sombra.—Por lo que yo sé, la vanidad del hombre no pregunta, como he hecho yo dos veces, si puede hablar: habla siempre.

El caminante.—Observo que he sido muy descortés contigo, querida sombra, aún no te he dicho cuánto «me agrada» oírte, y no sólo verte. Tú ya sabes que me gusta la sombra tanto, como la luz. Para que un rostro sea bello, una palabra clara y un carácter bondadoso y firme, se necesita tanto la sombra como la luz. No sólo no son enemigas, sino que se dan amistosamente la mano, y cuando desaparece la luz, la sombra se marcha detrás de ella.

La sombra.—Pues yo aborrezco la noche tanto como tú; me gustan los hombres porque son discípulos de la luz, y me alegra la claridad que ilumina sus ojos cuando esos incansables conocedores y descubridores conocen y descubren. Yo soy la sombra que proyectan los objetos cuando incide en ellos el rayo solar de la ciencia.” Nietzsche “El viajero y su sombra”

"Hoy, como en cualquier época, es importante que el hombre no pase por alto el peligro del mal que acecha en él. Por desgracia, es un peligro demasiado real, y por lo tanto la psicología debe insistir en la realidad del mal y rechazar toda definición que quiera concebirlo como insignificante o incluso inexistente. (...) »No es fácil llamar a lo que en nuestros días (siglo XX) ha sucedido y sucede en los campos de concentración de los estados dictatoriales, una "falta accidental de perfección"; sonaría como un escarnio[6]." Jung.

 

 

La sombra, como arquetipo junguiano representa todo aquello que hemos reprimido, sea bueno o malo para nosotros y los que nos rodean, con el fin único y último de adaptarse a las circunstancias que en determinado momento de la infancia nos tocó vivir. Por tanto, la sombra es una construcción para nuestra supervivencia. El problema es que, al ser la sombra, no la conocemos, es lo inconsciente. El trabajo con la sombra es sacar a la luz lo que en ella se encuentra. Y a esto se le llama el proceso de individuación. Porque no se trata de sacar mecánicamente algo a la luz, sino de integrar aquello que nos va a doler cuando lo reconozcamos. El primer paso es el de reconocer la existencia de la sombra como tal. Eso es ya un gran choque. Descubrir que hay algo, muy grande que está determinando el conjunto de nuestras creencias, la base de ellas totalmente, nuestras emociones, la forma de sentir al otro y al mundo (en definitiva, nuestra incapacidad de acceder al otro, porque a la base está el miedo a que el otro pueda tocar nuestra herida originaria) y nuestra forma de actuar.

 

Estoy poniendo un esquema y no la forma de trabajo; es decir, qué herramientas se pueden utilizar. En segundo lugar, una vez identificada nuestra sombra toca comenzar a trabajar con ella; así, hay que integrarla, de lo contrario nos hayamos en una situación muy delicada; porque cuando no reconocíamos la sombra, éramos totalmente inconsciente de ella, pues nos poníamos nuestra máscara y representábamos los papeles que nos hayan tocado interpretar; esto es, los que nosotros mismos nos fuimos fabricando para sobrevivir y proteger nuestra herida. Pero, en esa situación de inconsciencia, en la que se haya la inmensa mayoría, ni hay consciencia de la sombra, ni de la máscara. Es decir, que no se sabe que se interpreta un personaje y que es a través de la máscara como nos relacionamos con nosotros mismos (nos identificamos con él), con los demás y con el mundo.

 

Cuando tomamos consciencia de la sombra hay que vérselas con los contenidos de ella, en segundo lugar. Todo el proceso está guiado por la valentía y por la necesidad, el ímpetu de conocerse a sí mismo. Lo que decía Jung llegar del personaje al Sí mismo. Y esa es la individuación. Uno no se disuelve en el Sí mismo, hay una individuación, una singularidad dentro del Sí mismo, sin que deje de ser el Sí mismo. Cuando la identificación es total, entonces lo que hay es un escapismo, una huida de nosotros mismos, de los contenidos de nuestra sombra y un refugiarse en una ilusión que es la del “sentimiento oceánico” de la que hablaba Freud. Nos fundimos con la totalidad y nos olvidamos de nuestro yo, o nuestra individualidad. En otras palabras, nos negamos a atravesar la “noche oscura del alma”, que es el proceso de individuación. De ahí la necesidad de valentía y de un afán incansable de conocerse a sí mismo, de seguir hasta el final de nuestros días, el mandato de Delfos: “Conócete a ti mismos y conocerás a los demás y a los dioses”. Cuando empezamos a vérnosla con los contenidos de la sombra empezamos a ver todo lo reprimido. Es decir, que no sólo vemos e identificamos la sombra, sino, nuestra sombra individual e irrepetible. Cada cual tiene su sombra, aunque haya arquetipos comunes, pero el contenido de esos arquetipos variará. Nos llevaremos grandes sorpresas, unas procedentes de todo aquello negativo que escondimos en la sombra y otras de aquello positivo que, desgraciadamente o, por necesidad, tuvimos que reprimir; pero que ahora afloran con fuerza y vigor y nos permitirán una autorealización mayor, más auténtica. En cualquier caso, el reconocimiento de la sombra y el trabajo con sus contenidos nos transforma y nos va llevando por el proceso de individuación hacia nuestro Sí Mismo (anima o animus), nuestro Ser auténtico. Y, por primera vez, durante este proceso, experimentaremos una apertura al mundo. Una relación con éste, con nosotros mismos y con los demás desde nuestro propio Sí Mismo, no desde la máscara. De ahí que nuestra vida deje de ser un sepulcro blanqueado, deje de ser hipocresía inconsciente o ignorancia y se convierta en algo auténtico. Este proceso de individuación no termina nunca, al menos en la mayoría de los que lo inician, pero sus frutos, aunque surjan del dolor, de las crisis sucesivas que la vida por sí misma nos da, más la individuación, nos traen y son cada vez más abundantes y jugosos.

 

Pero aquí no se acaba la sombra. Algunos, por ser más sensibles, no por méritos propios, sino porque las circunstancias y su sombra, que procede de ésta, más la carga genética, los han hecho así; se las tienen que ver, nada más y nada menos, que, con la sombra colectiva, el inconsciente colectivo. Y esto son palabras mayores. Han de ser capaces de integrar el Mal, con mayúsculas. Es decir, reconocer, sentir, vivenciar, el Mal como algo connatural a nuestra individualidad. Al Ser que Somos. También, igual que en la sombra individual, están las virtudes humanas, por supuesto, además, lo mismo que en el trabajo con la sombra individual, nos van a servir para transmutar (como en Spinoza) nuestros demonios en ángeles, los vicios en virtudes. Pero, en el caso de la sombra colectiva se trata de hacerse cargo del mal de otro, de la humanidad en su totalidad, pasada, presente y futura: del hambre, la pobreza, los genocidios, la corrupción, los maltratos, la envidia, los celos, el odio, el sistema capitalista (u otros) que ahonda las desigualdades y las injusticias, el deterioro del planeta hasta el límite, no sólo de acabar con millones de especies, que, en sí, todas tienen el mismo valor, sino con nuestra propia especie, que es igual a las demás pero tiene consciencia de sí misma y de las demás. Nuestra especie, siendo evolutivamente igual que las demás, tiene la singularidad de la autoconsciencia; esto la convierte en una especie a través de la cual se manifiesta, no solo la consciencia; sino el ser de la Consciencia Universal, porque lo primero ocurre en cualquier ser: mineral, vegetal o animal, pero la autoconsciencia de la Consciencia Universal es lo característico del homo sapiens. Esto no quiere decir que sea superior. Esto último es una confusión del propio hombre y procede, precisamente, de su sombra.

 

"En este sentido, la escritora Connie Zweig y el terapeuta junguiano Jeremiah Abrams (1998, p. 21) afirman que: "La sombra colectiva -la maldad humana- reclama por doquier nuestra atención: vocifera desde los titulares de los quioscos; deambula desamparada por nuestras calles dormitando en los zaguanes; se agazapa detrás de los neones que salpican de color los rincones más sórdidos de nuestras ciudades; juega con nuestro dinero desde las entidades financieras; alimenta la sed de poder de los políticos y corrompe nuestro sistema judicial; conduce ejércitos invasores hasta lo más profundo de la jungla y les obliga a atravesar las arenas del desierto; trafica vendiendo armas a enloquecidos líderes y entrega los beneficios a insurrectos reaccionarios; contamina ríos y océanos y envenena los alimentos con pesticidas invisibles." José González.  "Cómo integrar tu sombra." P. 81

 

Así, vérselas con la sombra colectiva es tener que integrar el Mal radical que se nos presentará en forma de arquetipos, pero esto ahora no viene al caso, tan solo el del Héroe que es el Arquetipo de los arquetipos en este nivel. La cuestión es que la integración del Mal colectivo es saber, comprehender, que el mal que hace el otro lo hace, de alguna manera, por mi participación (por acción u omisión) Pero, claro, esto nos lleva más lejos. El mal que hace el otro, por muy Mal radical que sea (genocidio, maltrato, violaciones masivas, desigualdad social y económica…) habita dentro de mí. Yo no soy yo sin ese mal. Negarse a admitir esta realidad, como negarse a admitir nuestra propia sombra, que es en realidad lo que hacemos, nos pone en una situación peligrosa psicológicamente, porque ya no estamos en la ignorancia, sino en el saber que se niega a sí mismo, o bien que se acepta con todas las consecuencias. Si nos negamos caemos en una disociación que nos hace cínicos o narcisistas, rencorosos, resentidos, odiamos a la humanidad y a nosotros mismos, en el fondo. Y, en el peor de los casos, la imposibilidad de integrar la sombra nos lleva a la psicosis y la esquizofrenia. (No intento reducir las enfermedades mentales a una mala integración de la sombra; sino que es un modelo más que nos ayuda a entenderlas y, sobre todo, a la psicoterapia. Por supuesto, en combinación con otra, o con medicación añadida, si así lo considera el especialista)

 

Pero la tarea es la de integrar esa sombra. Y éste es el viaje a los infiernos. Es el viaje del héroe que dura toda su existencia y que no sabe si morirá en cualquier momento, porque el camino está lleno de peligros. Como la salida de la Caverna de Platón y su vuelta. Es el viaje de la salida de sí para volver al Sí Mismo Universal, como Consciencia, no sólo de uno mismo, sino de la humanidad y el mundo. Ya lo decía la sentencia del templo de Delfos, todo esto es muy antiguo y recorre el trasfondo de toda la historia, pero no la historia de los vencedores, sino la que se ha ido ocultando, reprimiendo. También se toma consciencia de esto y se integra. Uno ni forma parte de los vencidos, ni de los vencedores, sino de los dos. Integrar es armonizar, nunca polarizar y, menos aún, negar o ignorar alguno de los polos. Integrar es vivir el Bien y el Mal dentro de sí. Viéndose con la capacidad de cometer las mayores atrocidades que uno pueda imaginar. No se trata de un cuento de niños para asustar, sino de una realidad que asumir o integrar, como se dice en la jerga. Todos hemos hecho cosas que ya habíamos pensado que eso nunca lo podríamos hacer, y un día, sin saber por qué, lo haces. Pero no es sólo el hacer, que no es más que la punta del iceberg, todos tenemos deseos y pensamientos inconfesables. Algunos tan inconfesables que hasta nos los hemos ocultado a nosotros mismos. Es decir, que hemos negado nuestra propia naturaleza y vivimos en la fragmentación de nuestro yo, en la desintegración. Dar luz a esas tinieblas, bajar al infierno de nuestra naturaleza humana es el primer paso de la individuación de la sombra colectiva, de la integración del Mal radical. Y salir con vida de ese infierno, parte del viaje del héroe, es nuestra gran liberación y, de alguna manera la liberación de todo lo demás. De ahí que el Budha dijera: “He alcanzado la iluminación y conmigo todos los seres del universo.” Esto es, sería como una especie de redención. De ahí que Jesús, o Dionisos y muchos otros dioses mistéricos…, tengan que bajar a los infiernos y sufrir toda clase de tentaciones (el Mal) para redimir a sus semejantes. Pero esta redención no es la que se entiende por parte de los vencedores de la historia, que no han integrado el mal, lo viven cínicamente (ésa ha sido su salida, no es que no lo conozcan, sino que les ha faltado valor y han sucumbido a las tentaciones. Pero esto también es comprensible en la medida que forma parte de nuestra naturaleza), sino que consiste en mostrar que todos podemos redimirnos, utilizando el lenguaje psicológico junguiano, que todos podemos integrar la sombra del Mal universal. Y esa es nuestra autorealización. La armonización, en el Sí Mismo del Yin y el Yang. Entonces es cuando podemos hablar de fluir, porque en realidad somos Uno, pero diferenciado, individualizado, con la naturaleza, con los otros y con el universo. Pero, insisto, todo el que se haya tropezado con la sombra de la humanidad, además de sanar-integrar su sombra, ha de hacer lo mismo con la sombra colectiva y ello consiste en la integración del mal; lo cual supone un viaje al inframundo (como anunciaba Parménides y se nos habla en las religiones mistéricas del Mediterráneo, entre ellos, los famosos misterios Eleusinos.) Éste viaje es el del héroe. Arquetipo fundamental y que hay que reinterpretar. El héroe no es el que se nos ha hecho ver por la cultura de masas. El que representa al bien y lucha con el mal, sin matices ninguno. En este sentido es interesante ver el cine clásico del western, cuando este llega a lo que se ha llamado, la fase crepuscular del western en el que el héroe lleva una gran lucha interior que lo va transformando hasta llevarlo a su renacimiento tras la muerte del viejo yo. Un ejemplo clásico y obra maestra del cine universal es “Centauros del desierto”. Sino el que lleva una intensa lucha en su interior entre el bien y el mal, el que vive en los infiernos, agónicamente. De ahí lo del proverbio budista que dice: “Cada vez que te cruces con un hombre no olvides que lleva el infierno dentro”. Son los dos lobos que llevamos en nuestro corazón, que dice la mitología india: el de la ira y el odio, o el del amor y la alegría. Los dos luchan entre sí por el alimento. Hemos de alimentarlos de forma armoniosa, sin que haya conflicto, transmutando la ira en amor, la avaricia en generosidad, la envidia en compasión… Pero todo sigue existiendo, dinámicamente, en perpetuo cambio impermanente…de ahí que siempre haya de ser vigilado y requiera de nuestra consciencia. Nuestra autorealización, o liberación, que así me gusta llamarla, no es un final, sino un punto de llegada, de amplitud de consciencia que llega a la no dualidad, pero en el que hay que seguir vigilantes…

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