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FilosofĂ­a desde la trinchera

David Loy

              David Loy. El nuevo sendero budista.

              Es bien sabido que las corrientes de pensamiento oriental, de una manera o de otra, están de moda. La cuestión es plantearse qué podemos aprovechar de estas religiones o filosofías del lejano oriente, qué es necesario desechar y qué es mera mitología y new age.

              Lo que está claro es que Occidente tiene un largo recorrido de pensamiento, que su pensamiento, para bien y para mal, se ha globalizado y domina el mundo y este dominio lo está llevando, no a su cuidado, sino a su exterminio. Y el hecho de que Occidente tenga un pensamiento sólido, haya alcanzado la racionalidad y una serie de valores humanos universales, así como una forma de gobierno, que es la democracia aliada al laicismo, sin la que no se puede entender, pues nos pone en la avanzadilla mundial del pensamiento. Pero no todo el monte es orégano, como ocurre con las tradiciones orientales de moda, que tomadas tal y como son pues están, por un lado, descontextualizadas y, por otro, están aún en su fase mítica, cosa que occidente, por medio del esfuerzo del logos, pues ya superó. No olvidemos que la superstición es una forma de esclavitud y está aliada al poder para dominar al pueblo. Otras formas de esclavitud tenemos en Occidente debido a la perversión de la razón ilustrada, pero esto es otro de los problemas que las tradiciones filosóficas, espirituales y religiosas de oriente pueden ayudar a solucionar.

Nos fijaremos, más que nada, en el budismo, aunque no expondremos aquí su doctrina, salvo algunos conceptos que son los que podemos utilizar para una creación de un nuevo sendero budista que unifique los dos mundos, rompa la dualidad y unifique los opuestos. No sabemos realmente cómo nació el budismo, si como una filosofía, un modo de vida, una praxis,… el caso es que poco después de la muerte de Buda se convierte en una religión y, a partir de ahí comienzan las diferentes interpretaciones, las disputas, los cismas, las diversas corrientes, como en toda religión. Aun así, como ocurre en el cristianismo, hay una base común que se conserva y que estaría dentro de la filosofía perenne. Esos son los conceptos que a nosotros nos interesan. El autor del libro no entra en la discusión técnica del budismo, ya lo hace en otra obra llamada “No-dualidad”, en la que analiza el Budismo, el Vedanta Advaita y el Taoísmo. El caso es que la recepción del budismo en occidente tiene que asentarse sobre las bases de las conquistas occidentales y corregir los errores sistémicos y personales a los que se ha llegado. Aportar una esperanza a la situación de colapso civilizatorio en el que nos encontramos.

Occidente conquista el logos en la época griega, cuna de la civilización occidental. Esto es la razón, el discurso y, con él, la concepción de que lo que hay está sometido a la ley. Curiosamente esto puede tener sus similitudes con el concepto de Dharma en el budismo o Tao en el Taoísmo y otras tradiciones orientales. Esta ley hace que lo que hay sea un Cosmos, es decir, un orden, no un caos, todo está íntimamente relacionado, o, como decía Heráclito, cada cosa está en armonía con su opuesto. Esa armonía de los opuestos, el yin y el yang en el taoísmo, es el Logos. Y el logos hace posible el diálogo; es decir, la posibilidad de hablar teniendo la razón como intermediario. La razón es la guía de la palabra, El Logos es común a todos y no pertenece a nadie, todos pertenecemos al Logos. Esta es la idea griega, como digo similar a la idea de Dharma, que es la ley universal que es ineludible y que es necesario seguir para alcanzar el Despertar, el conocimiento supremo. Y esta concepción del Logos hizo posible la aparición de la democracia. En la sociedad la ley está por encima de todos, todos somos iguales ante la ley. Y la ley procede de todos, emana del diálogo. En la Ilustración se rompe con la superstición de la iglesia, con el antiguo régimen (las monarquías absolutas y la alianza del trono con el altar) y surge la república o democracia. El poder emana del pueblo y se basa en la razón. Esta misma razón elimina las creencias religiosas basadas en la superstición y alimenta el espíritu de conocimiento del mundo y todo ello se anima con la idea de progreso. Pero todo este proceso se pervierte, hablando de manera muy telegráfica y llegamos a la situación actual. El mundo ha quedado reducido a una razón mercantil, el valor dominante y único es el de la utilidad para el mercado, ni si quiera una utilidad más general. Sólo tiene valor lo intercambiable en el mercado. Las democracias se han transformado en oligarquías partitocráticas. La población mundial se ha disparado, aumentando la diferencia entre ricos y pobres. La desigualdad se hace ya insalvable. El llamado problema ecológico, ya no es tal, sino que es el único problema real del que derivan todos los demás. Es un problema ecosocial, que si no se resuelve dará al traste con la humanidad tal y como la conocemos y con la ecosfera tal y como es ahora mismo. Este problema tiene su punta de lanza en el llamado calentamiento global o cambio climático, más correctamente. Y el meollo del problema está en la estructura de producción, el neocapitalismo. Pero la estructura de producción crea una consciencia y por ello el ciudadano, no es tal, sino que es vasallo porque su pensamiento es un pensamiento alienado por el poder; es decir, un pensamiento que replica las estructuras de poder y que impide una toma de consciencia para poder cambiar el paradigma. Y es aquí donde interviene el budismo o cualquier forma de espiritualidad.

La situación en la que vivimos hace que el hombre se convierta en una isla, el trabajo precario y la ideología del poder de la competitividad lo convierte en un depredador del semejante, que se adapta al sistema y que produce para él, cada vez a menor coste para el sistema, pero mayor para él: en dinero, salud, relaciones sociales…Una isla, ya digo, egoica y competitiva que sólo se relaciona con los demás por las redes sociales. Que ha perdido el contacto humano. De esta manera los ciudadanos, no sólo son vasallos, sino cosas, mercancía intercambiable y, además, en todas sus dimensiones. Por eso, aviso, hay que tener cuidado de una falsa espiritualidad que ha caído en las garras del mercado.

En esta situación hay muchos desesperados y desesperanzados porque son conscientes de su carencia. Aún recuerdan que son humanos, que no todo se reducen al valor mercantil. Y son estos los buscadores espirituales, los científicos puros, los filósofos que pretenden explicar el status quo y recordar la libertad y la virtud… aquí es donde tenemos que situar el nuevo sendero del budismo.

Pues bien, no se trata de encerrarse en un monasterio, o irse al Himalaya, o encerrarse a meditar, que también se puede hacer, sino que de lo que se trata es de aprender aquellos valores que se han desarrollado en el budismo y que no lo han hecho en occidente y sintetizarlos con los grandes logros occidentales. Hemos de aprender, para empezar el valor intrínseco que tiene la vida, toda forma de vida, por el simple hecho de ser. Porque todo ser alberga consciencia y, por ende, capacidad de sufrimiento. Hemos de recordar que la vida es Dukka (sufrimiento), que es la primera noble verdad del budismo, pero, la tercera noble verdad nos dice que ese sufrimiento puede ser eliminado. Esto es importante porque se podría utilizar el hecho de que la vida sea sufrimiento como ideología para dominar al pueblo. Así lo hizo el cristianismo y creó dos conceptos que hicieron mucho daño y que, en su momento, han favorecido a la explotación del capital y son el de la resignación y la culpabilidad. En el budismo, el dolor es intrínseco a la propia vida, por ser tal y más a la vida humana porque el hombre es autoconsciente. El origen teológico de ese sufrimiento no nos interesa, solo al creyente del budismo. Es el karma, las acciones en otras vidas. Ahora bien, podemos transformar la creencia en la reencarnación en la ley kármica del principio de la acción y reacción en la propia vida. Todo lo que hacemos tiene su efecto, porque todo está ligado por el Logos, nada escapa a la razón, es nuestro destino: el orden racional de las cosas. De modo que el origen del sufrimiento está en nosotros y como está en nosotros, somos los únicos que lo podemos evitar (lo mismo que sostiene Jonas con su principio de responsabilidad), no los dioses, ni dios, ni un gobernante, ni el dinero, ni la fama, ni el poder; al contrario, todo esto aumentaría nuestro sufrimiento. Hay que señalar también que el sufrimiento no es sólo el nuestro, sino que nuestras acciones y las acciones de la comunidad, las tomadas por los gobiernos y el poder económico repercuten en los demás y en todos los seres vivos produciendo, como vemos, un horror, un estado generalizado de sufrimiento.

En la actualidad nos encontramos en el máximo estado de sufrimiento, la pobreza es máxima, desigualdad, el planeta cambia y se hace inhabitable para el hombre en las condiciones en las que vivimos. Entonces, ante esta situación es menester preguntarse, ¿cuál es el origen del sufrimiento? Y el origen del sufrimiento es el deseo, la codicia egoísta. El deseo y la codicia son los vicios que nos han llevado en nuestra vida personal al sufrimiento y en la historia de la humanidad a la situación insostenible en la que vivimos. Pero, ¿cómo salimos de ese estado de codicia, egoísmo, agresividad y deseo? Pues, ciertamente, tenemos que cambiar de estado de consciencia. Nuestra consciencia ha ido evolucionando a lo largo de la historia, pero ya, en lo que llamó Jaspers, la época axial, encontramos el mensaje para salir de este estado de consciencia y nos encontramos a los hombres que lo consiguieron y que nos legaron su mensaje, como Buda, Sócrates, todo el inicio de la filosofía, Lao Tze, el vedanta advaita… En esta época encontramos la sabiduría para trascender nuestra consciencia. Por su parte, occidente había hecho las conquistas que he mencionado más arriba que sólo se podrán desarrollar plenamente si hay un cambio de consciencia global. Los principios y las instituciones ya están creados, ahora tienen que cambiar las consciencias de los hombres que las ocupan. Se trata de trascender nuestra consciencia mítica y egoísta. Y pasar a una consciencia racional y pluralista-altruista. Y, para ello, el budismo nos enseña que hay que practicar el desapego y la aceptación, y nos enseña una vía que es a través de la meditación. Lógicamente, ni la meditación, ni el budismo, son la única manera de trascender a un estado de consciencia universal, pero estamos aquí hablando de budismo y su nuevo sendero en la posmodernidad. El apego es el origen del egoísmo, la codicia, la envidia y todos los vicios que, en el fondo se unen en el egoísmo y éste, en el miedo, como bien señala también Spinoza. El budismo nos enseña a salir del apego por medio de sus conceptos básicos de impermanencia y vacuidad. Todo lo que hay no es ser, sino, relación impermanente e interser. Nada es por si mismo, sino por la relación que mantiene con todo lo demás. Y esta relación está continuamente cambiando. Es necesario darse cuenta de esta impermanencia para captar nuestro no yo, no somos un yo, nada permanece en nosotros y nada nos podemos quedar. Bien reflejado queda esto también en las coplas de Jorge Manrique y en numerosas reflexiones sobre la muerte que se han hecho en occidente. La impermanencia de lo que creemos que son objetos y nuestra propia impermanencia nos sirve para no apegarnos a las cosas y aceptarnos (que es agradecimiento y alegría de vivir, no resignación, ni resentimiento, como en el cristianismo), a nosotros mismos, tomar consciencia de nosotros como seres en relación con todo lo demás, incluida la naturaleza, en pie de igualdad con los demás seres, salvo por la peculiaridad de nuestra autoconsciencia. Un privilegio, porque la autoconsciencia es la que hace que el universo del que venimos tome consciencia de sí mismo. No es ya que seamos capaces de dar el salto a una consciencia universal humana, sino una consciencia universal cósmica. Somos uno con el cosmos y la ecosfera. Pero tenemos consciencia de esa unidad, o podemos tenerla. Cuando no la tenemos estamos escindidos y en lucha con el resto de los hombres y del mundo, es el caso actual en el que domina la consciencia egoica, pero podemos salir de esa consciencia y sentirnos pertenecientes a la humanidad, al planeta y al cosmos (éste es el sentido de la fraternidad), porque así es, y no es esto un principio religioso, sino una evidencia científica. Nadie ha surgido de la nada. Somos polvo de estrellas y el universo, y en particular, la tierra es nuestra casa y la humanidad toda, nuestros hermanos, luego ni son necesarias fronteras, ni es necesario enfrentarse con la naturaleza, sino vivir en ella y cuidarla. El desapego nos eleva a una consciencia más universal, nos damos cuenta de la permanencia y de la vacuidad, no hay nada en tanto que cosa o ser, solo relación. Y, si vamos más allá, llegamos al Nirvana, pero esto lo dejamos para otro estado de la consciencia, otra ampliación de la mirada.

El desapego nos arranca del egoísmo y del miedo al otro, a nosotros mismos y a la naturaleza. Y aquí aparece algo muy importante que es la compasión, o el amor al prójimo en el cristianismo. Si compartimos la mismidad con los otros seres, la fraternidad universal, entonces es cuando aparece el amor incondicional, esto es, la compasión. El hombre espiritual no se preocupa solo por su desarrollo personal, eso es una perversión que se está produciendo en el mercado de la espiritualidad y en la new age, un subproducto del posmodernismo y el pensamiento débil, sino por el sufrimiento del otro. Nunca puedo estar en paz si el otro sufre. Y el otro sufre porque la consciencia de la humanidad es mítica y egoísta. Por ello me veo “obligado” a ejercer la compasión, pero siempre ejerzo la compasión si siento que soy el otro, que el otro es otro como yo, pero no sólo comprendido a nivel intelectual, como el alumno que va a hacer un examen, sino comprendido éticamente, en la praxis. El cultivo de mi desapego sirve como detonante para despertar la conciencia de los demás. También puedo ir directamente a donde reside el sufrimiento, aunque este está a nuestro lado, y las opiniones que lo alimentan, también. Pero cuando se intenta evitar el sufrimiento hay que hacerlo, también, desde el desapego. El wu wei, que dice el Taoísmo: la acción sin intención. Es decir, la acción con el fin en sí mismo, que diría Kant.

Sólo resolveremos los problemas últimos a los que se enfrenta la humanidad si nace una nueva consciencia global, que sea universal, basada en la compasión y en los ideales Ilustrados y teniendo como fin político la idea kantiana de la libre unión de repúblicas de hombres libres.