El valor de la filosofía.
Algunos hay que confunden la filosofía con la autoayuda. Es normal en estos tiempos de narcisismo y de pensamiento débil. No es éste el cometido del pensamiento y de las ideas y de la filosofía en particular. Aunque se puede distinguir entre una filosofía académica, la que realizan los profesionales de la misma en las universidades y ésta es una filosofía altamente especializada que ha cometido un grave error: separarse del hombre y la cotidianidad en su intento de imitar al saber científico; existe también, y para mí es la importante, una filosofía mundana, que está apegada a lo humano y planea sobre todas las cuestiones que el hombre se hace en tanto que es tal, como son la naturaleza de la belleza, de la verdad, del bien y de la justicia. Pero no así en abstracto, sino en cada momento y circunstancias.
Como digo, la filosofía, el pensamiento en general, no es una actividad que se realice en abstracto, sin ninguna finalidad, tampoco es una actividad que colme nuestro narcisismo, nuestro ego, ni una acción elitista de unos pocos hombres preclaros, sino que es una actividad humana, eminentemente humana y demasiado humana. La cuestión es saber hasta qué punto la humanidad es lo suficientemente humana. La filosofía surge como un intento de esclarecer el mundo que nos rodea. Es una actividad radical y liberadora. Radical por, siguiendo a Ortega, pretende ir a las raíces de las cosas, no quedarse en la mera superficie empantanado en la vulgaridad y trivialidad del mundo de las opiniones particulares. Y esta radicalidad es la que nos libera. Pero hay que tener cuidado con lo que digo. No estoy manteniendo aquí, ni mucho menos, que la filosofía pretende una liberación particular, como los libros y la psicología de autoayuda pretenden engañosamente. La filosofía es una actividad liberadora en tanto que se realiza desde el Logos, es decir, la palabra, el discurso, el lenguaje, la razón. Y la razón, el lenguaje, es lo común al hombre y lo que nos hace hombres. Somos hombres en tanto que utilizamos el Logos como elemento de socialización y civilización. Pero ese Logos, ese lenguaje es instrumento de escrutinio radical de la realidad. Una forma de investigación que nos libera de las falsas explicaciones, del mundo de las apariencias. Y este mundo de las apariencias es el que genera las opiniones, un saber particular, que no requiere del esfuerzo, un saber acomodaticio, que sigue a la mayoría y a la tradición, un saber obediente y sumiso. En definitiva, la opinión ejerce sobre el hombre la tiranía de la ignorancia y lo sume en la esclavitud. Es una ausencia de Logos. Por tanto, el que se sume en su opinión se mantiene alejado de la humanidad, el que no ejerce el poder del pensamiento, del Logos, como vehículo de conocimiento y comunicación de algo nuevo, no mera transmisión de lo trivial y de la hipocresía, se queda aislado y no participa de ese gran proyecto que inició la humanidad en Grecia y que conocemos como filosofía y cuya máxima expresión es el gran proyecto ético. Y cuando hablamos de ética no estamos hablando de la búsqueda de una felicidad placentera, anodina y opiácea, que anula nuestro yo y nuestro ser con. Al contrario. Esto es lo que hoy en día se nos vende desde los libros de autoayuda, los programas del corazón, la telebasura, los medios de manipulación y control de masas, etc. la ética es al dimensión del hombre que tiene que ver con la acción. Y la acción humana, la que llamamos moral, se realiza en sociedad. Pues este gran proyecto se inaugura en Grecia y, más concretamente, en la Atenas de Pericles que conquista la democracia precisamente como forma idónea de realización del pensamiento o la filosofía. Democracia y filosofía van unidas, surgen a la par, porque, en esencia, son las dos caras de la misma moneda. Sin una de ellas, la otra no existe. Por eso el fin del pensamiento o de la filosofía es el fin de la democracia, y la corrupción de la democracia, el fin de la filosofía.
Pues como venía diciendo, igual que los primeros filósofos o físicos, pues se ocupaban de la Phycis, la naturaleza, realizan una actividad radical y liberadora cuando descubren o, mejor, inventan un concepto, una razón (logos, ley) que es la de que todo lo que hay es un cosmos, un orden racional. Que el universo obedece la ley propia del mismo. Que el orden viene de la propia razón del cosmos que es común a la razón humana y no depende de fuerzas sobrenaturales, ni de dioses, ni de la magia. Esto es la cuna de la superstición y esclaviza al hombre. El ignorante desconoce el orden legal del universo y es esclavo de sus opiniones, las creencias. Vive perdido y dominado por un mundo de apariencias, sonámbulo, aislado, sin posibilidad de participar en esa andadura de la humanidad que es la del Logos, que se ejerce por el diálogo. Estos filósofos descubren esa idea, probablemente una de las mayores conquistas de la humanidad, que lo que hay, todo lo que hay es un cosmos, un orden, no un caos que obedece al capricho trivial de los dioses o las fuerzas sobrenaturales. Y este saber radical libera al hombre de la opresión, la ignorancia y la superstición. Por eso el Renacimiento, al recuperar a los clásicos recupera esta idea y todo ello, como actividad conjunta de la humanidad pensante, los que hoy en día llamamos científicos y que entonces se llamaban filósofos de la naturaleza, cuando se dedicaban a la fhysis, pero nunca sólo a ella, da lugar al surgimiento de la ciencia moderna, a la Revolución Cientifica del XVII, y también a la Ilustración. Hay que hacer notar que todo ello es una actividad que se realiza en la comunidad del logos, del lenguaje y que hizo posible un “progreso” con todos los reparos que hay que poner a esta idea, puesto que procede de un mito y cuando la aceptamos sin análisis se convierte en una creencia y un autoengaño.
Pues cuando los filósofos, o los ciudadanos, aplican esta idea del logos a la ciudad surge, nada más y nada menos, que la democracia. Por ello la democracia es una conquista del pensamiento, la filosofía, y es imposible sin ella. Y, por ello, la esencia de la democracia es la radicalidad y la disidencia, no la obediencia. Pero ésta se ejerce desde la comunidad. Expliquemos esto. La conquista de la democracia que procede del pensar filosófico radical y libre consiste en la consideración, nada más y nada menos, de que las leyes o normas que gobiernan la polis (ciudad) proceden del hombre libre, el ciudadano, en su etimología griega, el político, que nada tiene que ver con el político de hoy en día, que es, en principio, otra cosa es que lo sea o no, un representante del pueblo. Es decir, que lo que la filosofía, en su pensamiento radical y liberador y ejercido en comunidad, porque el pensamiento es diálogo (que el Logos es lo común, es decir, lo que sirve de intermediario para entendernos, la razón no pertenece a nadie, nosotros pertenecemos a ella y nos desarrollamos en tanto que ciudadanos-políticos en y desde ella) ha conseguido ha sido, nada más y nada menos, que considerar que los hombres son libres. Y son libres, precisamente por el uso del pensamiento, la filosofía. Es la acción del pensar -porque otra cosa importante, el pensamiento y la acción no están separados…la acción sigue al pensamiento siempre y el pensamiento filosófico, en particular, tiene la intención de transformar el mundo desde el fondo de ese gran proyecto ético de la humanidad en busca de la libertad, la justicia, la igualdad y la fraternidad- la que los constituye en hombres libres. La libertad consistía en la posibilidad de pensar siguiendo al Logos. Y pensar es disentir. Por eso he defendido que la esencia de la democracia es el disentir. Sin el disentir, el pensar de otra manera, que es el sentido originario de la herejía, no hay pensamiento, porque éste es dialogo y sin el último, no hay democracia, porque ésta se desarrolla por medio del diálogo. Y el diálogo sólo es posible desde la igualdad de los hombres libres, no de los obedientes y sumisos, los que siguen consignas y anatemas. Por eso la filosofía ha conquistado, y los primeros filósofos han regalado magnánimamente a la humanidad, el concepto de ciudadano, que en griego se diría, político, hombre libre con capacidad racional de intervenir en la polis. Y no sólo con capacidad, sino con el deber ético de hacerlo. Porque no hay que olvidar que para los griegos, y en el inicio de la democracia, no había distinción entre ética y política. La virtud civil coincide con la virtud privada. Es más, la vida privada, en tanto que no afecta a la polis, carece de importancia. Por eso los griegos denominan idiotes (idiota) al que se dedica sólo a sus asuntos. Hoy en día, con la renuncia al pensamiento, con el ensanchamiento hipertrófico de la vida privado, casi todos caerían del lado del ideotes griego. Porque la categoría antropológica y ética fundamental hoy en día no es, precisamente, la del ciudadano o político que vive en compromiso ético y teórico con la polis, sino el del egocéntrico hedonista. El hiperconsumidor compulsivo cuya conciencia ha quedado nublada por los medios de desinformación de masas y no es capaz de ponerse en el lugar del otro, algo imprescindible para la acción ética, sólo puede pensar en sí mismo y en el presente momentáneo. Su ignorancia le impide pensar el pasado y planificar un futuro en comunidad. Sólo piensa (mejor, siente) por y desde sí mismo. Ha perdido el Logos y la empatía. Por ello es perfectamente manipulable y ha perdido la capacidad de disentir, y sin disentimiento, no hay diálogo y, mucho meno, acción, ni rebelión. La ausencia del pensamiento y la filosofía produce una muerte de la democracia en la que los ciudadanos se convierten en islas autoabastecidas y satisfechas. Por eso la muerte de la filosofía es la muerte de la vida en común. Porque el pensamiento es lo que nos hace común, como ya dijimos, las creencias y las opiniones, nos dispersan, crean fanatismos e intolerancias. Y por eso triunfa hoy en día el relativismo radical, y valga el oximorum, del todo vale. Cada cual se queda con su opinión y su interés particular. En definitiva un mundo de idiotas en el sentido griego. Por eso las democracias se han convertido en otra cosa y el pensamiento se ha transformado en pensamiento único, es decir, pensamiento cero.
La filosofía, en Grecia, al expresarse como forma de vida en democracia conquistó, como decíamos el concepto y la realidad existencial de ciudadano. Una dimensión de éste, como hemos expuesto es el del ejercicio del pensamiento libremente. Otra acepción es la de la igualdad. Si la ley no es de origen divino, ni impuesta por un tirano, el más fuerte, sino que procede del pensamiento común, el diálogo sobre el interés común, entonces las leyes igualan a todos los hombres libres. La ley impera sobre todos de la misma manera y eso es lo que garantiza, por un lado, la igualdad, porque la ley se hace igual para todos y, por otro, la libertad. Porque la ley, al proceder del propio ciudadano, lo libera de la fuerza del tirano y de la opresión de la superstición.
Por eso podemos decir con todo esto que el nacimiento de la filosofía es el nacimiento de la libertad y la igualdad. Y por eso podemos asegurar que la filosofía no es una actividad narcisista ni busca la liberación personal de forma hedonista, esto, como digo, lo dejamos para el pensamiento débil y la autoayuda que casan perfectamente con la actualidad posmoderna ausente de pensamiento y filosofía, es decir, la falsa filosofía que proclama la muerte de la filosofía y el pensamiento o la reduce a mera conversación…
El segundo gran impulso transformador y revolucionario de la filosofía tiene lugar en la Ilustración. Aquí vuelven a recuperarse los conceptos de igualdad y libertad y renace de nuevo la democracia, esta vez en su versión representativa. Y de este proyecto ilustrado, proyecto ético donde los haya, surge la primera declaración de los derechos del hombre y del ciudadano fruto del esfuerzo de los filósofos y los pensadores en busca de un mundo mejor, de un progreso ético-político de la humanidad que depende de la voluntad humana y de todos los ciudadanos y que es siempre provisional y contingente. Esta construcción ética de la Ilustración es una de las mayores de la humanidad. Una gran conquista ética…pero que, como ocurre hoy en día, y ya ocurrió en el pasado, en ausencia del pensamiento libre y el diálogo, del cultivo de la filosofía en el sentido más amplio y en su versión como saber transformador y revolucionario, puede, cuando no lo está ya, desaparecer. El impulso filosófico fundamental es el impulso ético. Y aquí deberíamos estar todos juntos. La ética, como he sugerido muchas veces, no tiene como meta la felicidad, y menos en estos tiempos que corren, sino la libertad y la virtud. Y libertad y virtud se ejercen en la comunidad, son compromisos de vida. Por eso la democracia, no es sólo una cuestión teórica, ni cuestión de instituciones que velen por ella, ambas cosas son necesarias. La democracia es una forma de vida, una forma de estar en el mundo. Es decir, la democracia es la posibilidad que se nos ofrece de ser ciudadanos, pero, atención, no por el hecho de serlo de derecho, y esto es cuestionable, porque hay innumerables desigualdades en los regímenes democráticos, sino de hecho. Y por eso apuesto por la filosofía mundana. Porque es una actividad del pensamiento que intenta volver a todo hombre ciudadano, volverlo hacia los demás, haciéndoles ver el vacío de si mismos cuando no viven en la polis. Y haciéndoles ver que si no son ciudadanos son simples esclavos. Y enseñarles el pasado para que entiendan que todas las conquistas sociales (políticas y de derechos, así como artísticas, también) y tecnológicas-científicas depende del esfuerzo comunitario del hombre libre que se alía a través del Logos para liberarse del poder, venga éste de donde venga. Por todo ello, la filosofía, el pensamiento, es el ideal de la vida en común. Lo contrario es el totalitarismo: amos y vasallos y ausencia del pensamiento. Hay, pues, en última instancia una identificación entre filósofo y ciudadano, la de ser hombres libres que viven en la polis para mejorarlas inmersos en ese gran proyecto ético de la humanidad. El filósofo de formación, pero mundano, se diferencia en que conoce esta historia y es su deber ético y su contribución a la polis contarla. Así como ejercer de vigilante nocturno porque el pensamiento, la autonomía y la libertad, requieren esfuerzo y fácilmente caemos en el engaño, las creencias y las apariencias…y las distintas formas del poder están siempre acechando. Por eso el filósofo mundano se debe a la sociedad, porque todos le debemos a ella nuestro ser, porque nuestro ser es ser social, en tanto que luchador contra el poder. Ésta es su idesincrasia.