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Filosofía desde la trinchera

Filosofía y espiritualidad

Libertad frente a miedo e hipocresía.

“¿Por qué la gente da dinero a los mendigos y a los filósofos no? (Le preguntaron a Diógenes) Porque piensan que algún día pueden llegar a ser mendigos pero, filósofos, jamás.” Diógenes el cínico.

Hay que contextualizar un poco esta frase. En primer lugar, Diógenes vivía en la absoluta indigencia, no tenía posesiones, salvo su bastón y su escudilla, ésta última la tiró viendo que un niño comía con las manos y dijo: “un niño me ha superado en sencillez”. Ésta era la vida de Diógenes, un filósofo admirado, tanto que, incluso el emperador Alejandro Magno fue a visitarlo para aprender de su filosofía a cambio de todas las riquezas; a lo que el filósofo respondió, lo único que quiero es que te apartes para que pueda darme el sol. Diógenes vive desapegado de toda riqueza, por un lado, nos muestra esto y que éste es el camino de la sabiduría y la libertad y, por otro, nos muestra su valor y coraje, frente al hombre más poderoso del mundo, no es que se amedrante, o le rinda pleitesía; sino que, muy seguro de sí mismo, le dice que se aparte para poder seguir tomando el sol. Alejandro Magno y todo lo que simboliza (que, entre otras cosas es lo que ha triunfado en Occidente) son prescindibles para el filósofo, porque éste, al prescindir de todo, al no necesitar de nada, al carecer de deseos, es LIBRE. La liberación es el no deseo, la ausencia de apegos. Encontramos aquí toda una línea común a toda la sabiduría perenne. Vemos que esta enseñanza, ya en Sócrates y Pitágoras, es la base y el centro del Budismo, así como del Taoísmo, el Hinduismo advaíta y la mística: Cristiana y Musulmana.

Por otro lado, en aquel tiempo, los filósofos eran personas de prestigio, muy valoradas (filósofo era el que sabía y vivía conforme a su saber, no había diferencia de especialidades, ni de teoría y práctica) que vivían muy bien bajo el amparo y la protección de los más ricos que demandaban su enseñanza. Diógenes, como muchos otros, pues elige, para alcanzar la sabiduría, el camino de la vida sencilla, sin mortificaciones, vivir con lo necesario y lo natural, lo más cercano a la naturaleza, como un perro, de ahí lo de cínico. Pues bien, en su frase, Diógenes muestra algo muy importante para la vida del filósofo, y muy difícil, por lo cual casi nadie puede llegar a serlo, pero por nuestra consustancial falta de coraje, miedo e hipocresía. Lo que nos muestra es el desapego de todo. La gente da limosna a los mendigos y no a los filósofos, ¿por qué?, pues porque cuando se da limosna no se es caritativo, ni se ejerce la fraternidad, (en términos generales, claro) sino que se actúa bajo otra emoción o sentimiento más inconfesable y éste es: el egoísmo. ¿Por qué? Pues porque se da limosna, se hacen campañas solidarias y demás, no por resolver los problemas, sino por el miedo que tenemos a vernos en esa situación. Tenemos miedo de caer en la indigencia y, por eso hacemos con el otro lo que un día el otro queremos que haga con nosotros. (Damos limosna, cuidamos a los enfermos, a los ancianos, a nuestros progenitores y familiares, generalmente renegando, o porque es lo que hay que hacer, lo que está establecido y lo que espero que hagan conmigo un día) Actuamos por egoísmo, no por desprendimiento o por amor incondicional. Y, de ahí, que el filósofo, en este caso representado por Diógenes, que vive en la más absoluta indigencia, no se le de limosna, porque, en el fondo, al filósofo se le teme. Porque el filósofo es indigente porque quiere; es decir, es libre y, sobre todo, no tiene miedo. Y, al no tener miedo está totalmente al margen y es el espejo de nuestro propio egoísmo, esclavitud, ignorancia e hipocresía. El filósofo, si ha conseguido el desapego, vivir conforme a la naturaleza, en la sencillez de satisfacer lo que la naturaleza nos demanda y ya está, más allá del poder, sin necesidad de pedir, entonces es libre y virtuoso. Y, en la libertad (individual y política) reside su felicidad. Y esto es lo realmente difícil, conquistar la libertad y, su libertad, que todos tememos, es su posición privilegiada y que le permite ser a la vez el Testigo y el espejo de la humanidad. Lástima que la humanidad no siguió el ejemplo vital de los primeros filósofos, sino el de los guerreros, los ricos y los políticos y ello nos ha llevado a una historia de degeneración, no de progreso. Pero aún siguen estos filósofos y los grandes sabios y místicos de la historia alumbrando como lumbreras perennes el camino de la libertad y sabiduría. Camino que es necesario recuperar en esta encrucijada civilizatoria final en la que nos encontramos todos.

“El insulto deshonra a quien lo infiere, no a quien lo recibe” Diógenes el perro.

Nuestra actitud es generalmente la de estar a la defensiva y la de sentirnos las víctimas. Por ello, al estar a la defensiva juzgamos negativamente a los demás, no estamos abiertos a la totalidad de lo que puedan ser, sino a lo que a nosotros aparentemente nos parecen ser, por eso juzgamos por medio del insulto y así descargamos nuestro sentimiento de culpabilidad. Es decir, que proyectamos la culpa (inseguridad, falta de amor propio) en el otro. De esta manera nos situamos en el rencor y el resentimiento, incluso la envidia y el odio. Porque son estos vicios morales los que llevan al insulto. En cambio, recibir un insulto, a un hombre sabio, no le afecta, puesto que se conoce a sí mismo y no adopta ni el papel de víctima, ni el de vengador. Se conoce y sabe lo que es y no valora en nada el insulto del otro porque sabe que procede de la ignorancia y el vicio moral.

Esta forma de ser: insultar y sentirse herido por el insulto y vengarse es la más natural debido a nuestra debilidad, pero es la que debemos trascender. Y, en el ámbito político, esta forma de ser y actuar se convierte en un espectáculo que la ciudadanía confortablemente observa y anima, como si asistiera a un combate de boxeo. Los políticos, caen en la trampa de su propia vanidad y se crecen en esta dialéctica abandonando todo discurso racional y dejándose caer en las manos del insulto y la barbarie moral, la decadencia. Así se forma una espiral de incomprensión, ignorancia, bajeza moral y agresividad. Un lugar donde el Logos (la razón) ya no tiene cabida. El espectáculo continúa porque se retroalimenta por parte del pueblo que, a su vez, hace inconsciente al propio político. Ninguno sabe que está interpretando un papel.

“La sabiduría sirve de freno a la juventud, de consuelo a los viejos, de riqueza a los pobres y de adorno a los ricos”. Diógenes el perro.

La juventud es osada, desconoce el mundo y se desconoce a sí mismo, es atrevida e imprudente, es necia. Cree que lo puede todo, que está por encima de la ley natural, que es eterna e imperecedera. La juventud es petulante y vanidosa. Está llena de vicios tremendos que acarrean grandes desgracias, no quiere decir que no tenga virtudes, que las tiene, claro: el valor, la fuerza, la decisión, el coraje, la claridad, la nobleza… Pero la sabiduría es inalcanzable para la juventud; es más, la pone en su sitio. Y es interesante esta reflexión de hace más de dos mil años para nosotros que vivimos en una sociedad epidérmica, una sociedad de las apariencias que elogia, alaba y ensalza la juventud como una virtud en sí misma, cuando, realmente, la juventud, lo que tiene de bueno, es que es un estado pasajero, porque la juventud, por su imprudencia es un estado muy inconsciente. En cambio, la sabiduría, que está en la arruga, aunque no en todas, es consciencia y, a más sabiduría, más amplitud de consciencia.

A los pobres les sirve de riqueza. La riqueza no es posesión de cosas, sino una forma de estar en el mundo en el que se da la aceptación de lo que es, en la que no hay ni lucha ni escisión. Hay pobres porque hay ricos. Es decir, porque hay desigualdad, poder y propiedad. Pero la sabiduría no es una propiedad por eso es la auténtica riqueza del pobre. Pero tampoco nos solemos encontrar pobres sabios, ni jóvenes, ni viejos, ni ricos. La sabiduría es un bien escaso, raro.

Por su parte, la sabiduría es consuelo para el viejo. Evidentemente, el que haya vivido rectamente y conforme a la virtud se hará sabio con el tiempo, en la vejez, precisamente, cuando ya se han acabado las prisas, cuando lo esencial se ha hecho, cuando sólo queda la aceptación.Ahora bien, el que no vive conforme a la virtud y va aceptando los ciclos propios de la vida llega a la vejez desesperado, renegado y lleno de miedo. Y, la vejez, es deterioro y merma de nuestro ser físico. La sabiduría nos enseña, si hemos ido aprendiéndolo, poco a poco, que todo es perecedero, que la vida es impermanencia, que existe la vejez, la enfermedad y la muerte. En ese sentido, la sabiduría es la más profunda aceptación.

Y, claro, la riqueza es una forma de corrupción. La riqueza se interpone entre lo que pensamos de nosotros y nuestro verdadero ser. Por eso, la sabiduría, en el rico, no es ya sabiduría, es mero artilugio, un adorno más, una posesión, cuando, realmente, la sabiduría no es un objeto que se posee, sino una forma de habitar en el mundo, de ser en el mundo y con el mundo.