PRÓLOGO
Este trabajo es una investigación filosófica en forma de diario-ensayo con las ventajas e inconvenientes que ello conlleva. Tiene la ventaja de la apertura y la pluralidad de temas abordados y tiene el inconveniente de que no existe un orden argumentativo explícito, sino implícito. Pero el estilo del diario-ensayo abre las puertas a la libertad del pensamiento y a la ocurrencia. Además permite un ejercicio filosófico, que al decir de Ortega es el auténtico del filósofo- la contemplación y reflexión sobre la cotidianidad. El filósofo, a mi modo de ver, tiene dos laboratorios de los que se alimentan su reflexión y de los que surge su actividad creadora como filósofo. Uno es la observación del mundo que nos rodea, intentando ir más allá de la doxa. También siguiendo aquí al filósofo Ortega, considero que la filosofía es paradoxa, ir más allá de la opinión consuetudinaria, la comúnmente aceptada. Y, en este sentido, también la filosofía, siguiendo a Ortega se convierte en un saber radical. No confundir radical con extremista. El radical es el que pretende ir a las raíces de las cosas. Explicar desde la raíz o el fundamento. En esto consiste el quehacer filosófico y lo que pretendo hacer en este trabajo. La filosofía como saber radical es un saber crítico. Y la crítica se hace desde el diálogo. Y éste es la suposición de que el logos, la razón, es lo común. Desde mi punto de vista, y así abordo los temas en este ensayo, la razón no está de parte de nadie. Precisamente lo que trato es de desenmascarar a aquellos que pretenden tener la razón y que la imponen porque se hallan en el poder. Por eso también en este sentido, el trabajo que aquí presento hunde las raíces en el sentido último de la filosofía. El saber filosófico es una tarea desenmascaradota que utiliza, para ello el diálogo racional. Lo que los griegos nos legaron fue el descubrimiento de que la razón es el instrumento de acceso al conocimiento y al acuerdo común para gobernarnos. Por eso los griegos fueron los descubridores del cosmos y de la democracia. Estas dos cosas tienen en común, como intento demostrar en mi ensayo, la razón, el logos, la lucha contra la superstición y el poder arbitrario. De ahí la concepción de la filosofía como lucha contra las apariencias. Pero las apariencias no son neutrales. Lo que intento demostrar en mi escrito es que estas apariencias son un engaño de las distintas formas de poder para mantener a la ciudadanía en estado de vasallaje. La filosofía es ilustración, y eso es lo que pretendo mostrar con mi investigación. De lo que se trata es de que el desvelamiento de las apariencias es una actividad liberadora. La libertad viene por el conocimiento y éste procede del desenmascaramiento de las aparaciencias-engaño.
El otro pilar del laboratorio del filósofo y del que me valgo continuamente en mi trabajo son los libros. Los libros son el soporte para la reflexión filosófica. El filósofo, y eso es lo que yo hago aquí, se alimenta de la lectura interdisciplinar para reflexionar sobre la realidad. Esta lectura le permite adquirir información y conocimientos que lo insertan en la conversación de la humanidad. La humanidad ha mantenido un diálogo desde los griegos para acá a la que la lectura nos permite acceder. No se pueden hacer reflexiones desde la nada, sino desde la tradición del conocimiento. En definitiva, estamos enfrascados en un gran proyecto ético-político y epistemológico que lo encontramos en los libros. La racionalidad ético-política y epistemológica son la base de nuestra tradición. Los libros nos ayudan a conocer esta tradición, adentrarnos en ella y eliminar nuestros prejuicios. Y este diálogo con los libros es el que mantengo en este trabajo a través del cual intento vislumbrar un poco de luz y de cordura, un poco de racionalidad, frente al nihilismo, absurdo y sinsentido del orden social que vivimos. El conocimiento nos ayuda a eliminar nuestros prejuicios. Y la ausencia de prejuicios es lo que caracteriza la mirada del filósofo. Y, como decía antes, mi escrito no sólo tiene una intención epistémico, sino estrictamente ético-política; es decir, práctica. Al desvelar las mentiras de las apariencias lo que yo persigo es la acción. Aquí sigo al filósofo Unamuno. La filosofía es una visión general del mundo y de la vida que genera un sentimiento, una actitud y esa actitud una acción. El fin último de la filosofía o el pensamiento crítico, y eso pretendo mostrar aquí, es eminentemente práctico. El pensamiento tiene que tener como objetivo la transformación del mundo. El pensamiento no es sólo contemplación, sino praxis. Además, siempre he estado convencido de que las ideas tienen consecuencias. Y esto plantea un doble problema que analizo en mi trabajo. Si no somos conscientes de las ideas, éstas siempre se pueden volver contra nosotros porque se transforman en ideologías y prejuicios. Y estos son utilizados como mecanismos de control del pensamiento y las creencias por parte del poder. Y, en segundo lugar, como sabemos que las ideas tienen consecuencias hay que analizarlas para eliminar aquellas que puedan ser peligrosas para las conquistas ético-políticas de la humanidad, básicamente las democracias y los derechos humanos en los que se fundan las sociedades plurales, libres y abiertas. Por otro lado, hay que construir las ideas que pueden adecuarse a este gran proyecto ético de la humanidad que considero que es el proyecto inacabado de la ilustración. Por eso en mi escrito lucho contra cualquier forma de relativismo ramplón en el que todo vale, la demagogia, la sociedad del consumo, el individualismo… de lo que se trata es de recuperar ese relato de la humanidad, pero sin absolutismos, una vez aprendida la lección de los totalitarismos del siglo XX. Pero esto me llevará en mi escrito también a denunciar las posibles formas encubiertas de totalitarismos del siglo XXI, frente a las que conviene estar en guardia si queremos la democracia, que es la sede de los valores de igualdad, justicia y libertad.
Por todo ello, mi escrito es fundamentalmente una reflexión y una crítica radical –en el sentido dicho anteriormente, no extremista (eso sería dogmatismo y fanatismo, todo lo contrario)- del poder. Más bien de las diversas formas de poder. De lo que se trata es de desenmascarar los mecanismos del poder por los cuáles éste pretende dominar a la ciudadanía y convertirla en objeto. Si la conquista de la ilustración fue, desde el punto de vista moral, que el hombre es un fin en sí mismo. Entonces, toda forma de poder que instrumentalice al hombre es una forma de poder totalitario. Y, como intento demostrar, esto ocurre, a veces, en los sistemas democráticos. Porque como también se explica en estas reflexiones, la democracia no es una forma de gobierno dada de una vez, sino que es una forma de gobierno en construcción. Esto, por un lado, lo cual significa que la democracia es siempre perfectible. Pero, además, la democracia, es un marco institucional de exigencia ética para los ciudadanos. Por ello, la crítica al poder lleva aparejado la revitalización de la democracia en el sentido de recuperar la idea de que la democracia es una forma de vida. Por eso en este escrito intento demostrar que la regeneración de la democracia pasa por la conquista de la virtud pública. Y sostengo una tesis importante, de orden filosófico, pero con consecuencias prácticas. No olvidemos lo que mantenemos sobre la praxis en la filosofía. Como digo es necesario recuperar la virtud para regenerar la democracia, es el ideal del republicanismo, no confundir con la democracia participativa o asamblearia, ésta es imposible aunque fuese el ideal ético. (Pero esto se discute también en este escrito). Y para la recuperación de la virtud yo propongo la unión de dos discursos filosóficos, la ética de Aristóteles y la de Kant. El primero hace una reflexión sobre la virtud y la felicidad, el segundo sobre la dignidad, la autonomía y la libertad. Sostengo que nuestras sociedades posmodernas han perdido el mensaje de la virtud, tanto las públicas como las privadas –en ello desde luego, como intento demostrar, participa el poder- y el concepto de libertad como autonomía y dignidad. Intento demostrar, por medio de la crítica a las diferentes formas de poder, que se confunde la libertad con el disfrute hedonista inmediato del consumo, en el que el poder está absolutamente interesado. Y ello, por su parte, conlleva a que la virtud se reduzca al individualismo egoísta, es decir, a la nada. Por eso creo que las sociedades posmodernas son nihilistas, han perdido cualquier mensaje de esperanza. Ahora bien, toda sociedad nihilista, sin valores, ni virtudes, ni dignidad, ensimismada en sí mismo, es caldo de cultivo para la emergencia de los totalitarismos. Por eso intento poner en guardia a los ciudadanos contra estas formas encubiertas de totalitarismos. Pero para ello es necesario una crítica del poder y una regeneración del mismo que llevaría aparejada la revitalización moral de la vida pública.
Y es por estas últimas razones por las que hago un análisis de la educación. En primer lugar intento desenmascarar la educación como un sistema de propaganda y control de las conciencias y, a partir de aquí, propongo una educación basada en la conquista de la virtud y la libertad por medio de lo que antes veníamos a llamar el gran proyecto ético de la humanidad, que no es más que el proyecto inacabado de la ilustración.