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Filosofía desde la trinchera

                                   19 de octubre de 2009

 

            Una cosa es la filosofía y otra es la doxografía o la filosofología. Lo que se suele enseñar en la academia es esto último. El conocimiento sobre los autores y lo que quisieron o pudieron decir. La filosofía, en cambio, se ocupa de problemas. Los problemas filosóficos siguen en su inmensa mayoría pendientes de solución, entre otras cosas, porque su solución es por vía aproximativa. Lo interesante es ocuparse de los problemas filosóficos y darles la perspectiva de los tiempos. La filosofía académica, si bien necesaria, es muerte del pensamiento.

 

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            La locura siempre ha sorprendído a la gente normal, porque hay algo enigmático que podría ser tan normal como lo que llamamos normalidad. El delirio se puede clasificar como tal porque es solitario, pero cuando es común, no hacemos tal. Pienso que la religión no es sólo como decía Freud una neurosis colectiva, sino un delirio colectivo. En la medida que es tal entra dentro de la normalidad. La locura ha de ser controlada, porque se escapa de la normalidad. Para que una sociedad pueda funcionar todos tenemos que funcionar al unísono, la diferencia tiene que ser mínima. La locura es la condena a la incomunicación y la soledad. De ahí que el sabio y el genio estén a un paso de la locura. Lo que lo diferencia de este último es que tienen capacidad de comunicación y de síntesis innovadora de lo real. El genio puede llevar a la historia a un paso más allá. El loco, si no es capaz de normalizar su locura, vía ritualización, se aísla en sí mismo: delira. Por eso, lo que nos salva a todos es la rutina y, por eso, también, al poder lo que le interesa es el máximo control de las formas de pensamiento. Los ritos, la repetición siempre de lo mismo es lo que nos da sentido, en definitiva, el espíritu gregario. El poder conoce esto y utiliza los centros psiquiátricos y educativos como centros de domesticación que intentan evitar los rasgos de singularidad que aparecen en los individuos. Porque, a pesar de que somos gregarios, también somos solitarios y forjadores de nuestro propio ser. Y es esa tensión que se da en nosotros, la que el poder intenta eliminar domesticando nuestro espíritu de disidencia y rebeldía, haciéndonos volver a todos al redil. Esto es claro porque es el propio conatos del poder, el intento de mantenerse en su ser. Pero también lo es del ser libre y excelente el llegar a ser por sí mismo lo que realmente es. En definitiva vivimos en la tensión kantiana de la insociable sociabilidad del ser humano.

 

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            Cosmopolitismo, ese es el ideal. El nacionalismo es identitario, irracional, religioso. Desde luego que necesitamos de la identidad; pero la identidad produce diferencia y exclusión. Genera ideas integristas, fanáticas y violencia al final. Se combate religiosamente y por fe sobre creencias, no se defienden ideas. El nacionalista es un paleto que no es capaz de ver la humanidad en el otro. Por supuesto que hay que luchar por la emancipación de los pueblos oprimidos, pero esto pasa por la idea previa de la emancipación de los hombres en particular. No se trata de salvar a un pueblo o una nación con una identidad, esto es una abstracción histórica; de lo que se trata es de salvar a los hombres. Por eso el cosmopolitismo es la filosofía que nos ayuda a pensar qué es lo que hay en todo hombre que no me es ajeno. De lo que se trata es de reconocer la dignidad humana, y ésta habita en cualquiera, sea del pueblo, etnia o estado que sea. La lucha es por la justicia global y la diferencia local. Pero esa diferencia no debe ser más que accidental. Lo sustancial es la dignidad y viene defendida por los derechos humanos. El relativismo cultural es una enfermedad del posmodernismo. Una forma que ha evitado la posibilidad de entendernos. Hay que aceptar el hecho del multiculturalismo como producto de la historia. Hay que luchar contra el imperialismo; pero estas luchas no nos deben cegar e impedir ver la realidad universal del hombre y la sociedad cosmopolitas de repúblicas libres que debe constituir la idea regulativa de la praxis política. Toda discusión entre etnocentrismo y relativismo cultural es vacía. Es una discusión desde la intolerancia. De lo que se trata es de la defensa de lo universal dentro de la diferencia. En definitiva, estas ideologías han sido utilizadas por el poder para fomentar el odio y la incomprensión, que, a su vez, produce miedo y es la mejor forma de crear vasallos.

 

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