20 de octubre de 2009
Al menos sé que tengo un lector fiel, lo cual es de agradecer, pero también es un compromiso. Ayer estuve hablando con mi buen amigo P.C. y me preguntó qué como andaba, que había estado varios días sin escribir en este diario. Me sorprendió, pero agradezco su atento seguimiento, mucho más en cuanto que no sólo por leerme y acercarse a textos que, en algunos casos, son difíciles de entender por abstractos y porque es necesario ciertos conocimientos filosóficos previos, y, sobre todo, por la falta de claridad del que escribe. Pero es que además mi amigo soporta mi mala literatura, lo que para mí es admirable porque él es un purista en el estilo. Hablar con P.C. siempre me estimula, porque es un indagador nato. Su discurso tiende más a la indagación que a la respuesta. Él busca conocimiento y explicaciones, de tal forma que hablar con él es siempre una indagación sobre uno mismo. Siempre le estaré agradecido. Ayer hablamos de dos temas fundamentalmente, la escritura y el cine. Para mí la escritura, en su modo ensayístico, que es el que intento practicar, es una forma de expresar lo que bulle dentro de mi cerebro y de mi corazón. Mis escritos son de origen pasional, nacen generalmente de la indignación. Son un intento de comunicación. Considero como Sócrates y Platón, que el pensamiento es diálogo. Hablar con los demás es pensar. Pensar es dialogar con uno mismo. Siempre tenemos un interlocutor, ese yo interno del que hablaba Vigostki, que en el niño está presente y hace posible el surgimiento del lenguaje. Ese yo interior es nuestro interlocutor eterno, también la conciencia, pero aquí habría que introducir más matices que tienen que ver, primero con la ética y después, con el cristianismo. Escribir es una forma de instrumentalizar, o, incluso, objetivar, el pensamiento, esto es, el diálogo. Cuando escribimos nos ponemos en profunda comunicación con nosotros mismos. El estilo del ensayo y el diario ensayístico, particularmente tienen un tono de confesión que hacen que el diálogo sea más íntimo, más auténtico. Uno en este modo de escritura expresa lo que de alguna manera es, o está siendo o construyéndose. La escritura es una confesión del yo ante sí mismo, una prueba de búsqueda de autenticidad. El ensayo, el diario y la autobiografía, los podemos encuadrar dentro del ideal socrático del conócete a ti mismo. Toda forma de pensamiento, al ser un diálogo, es una forma de indagación y, como tal, una búsqueda de la verdad. Lo mismo sucede con la lectura, aunque aquí hay más niveles. El meramente de entretenimiento, que es muy legítimo y que sintoniza con la necesidad humana, que surge de la autoconciencia vehiculada por el lenguaje, de que se le cuenten historias. Un segundo nivel, que sería el estético: el conocimiento de la belleza por vía de la literatura, como puede ser por la música, la pintura… y, por último, la lectura como conocimiento. En este caso, la lectura es un diálogo con los grandes sabios del pasado y del presente. Es un auténtico privilegio, es lo que llamé en un artículo, la lectura como conversación de la humanidad.
También me preguntaba mi amigo sobre el cine, sabe que hace algo más de tres años que no voy al cine, muy a mi pesar. Para mí el cine, será por mi formación, es un ritual, que necesita de una sala grande y oscura. Pero, de todas formas, no soy un cinéfilo exigente. En el cine busco, fundamentalmente, una fusión entre estética y entretenimiento, una historia bellamente contada. No soy partidario del cine intelectual, para eso están los libros que potencian mucho mejor el pensamiento y la imaginación. Por supuesto, no niego que dentro de este cine “intelectual” existan auténticas obras de arte; esto es, una historia bellamente contada. Es muy importante el ritmo en la narración histórica en una película. El ritmo sintoniza con nuestras estructuras psicológicas, en lo que se refiere a la percepción del tiempo y lleva a la historia sola permitiéndonos la contemplación de la belleza. Hay que tener en cuenta, por otro lado, que el arte es una forma de conocimiento que se basa en el mostrar, no en el demostrar. De ahí la gran diferencia entre la filosofía y la ciencia con respecto al arte. La preocupación de las dos primerazas es la de la demostración. Por su puesto no son excluyentes aumentar nuestro conocimiento en tanto que descubrimiento socrático de uno mismo es participar de ambas formas de acceso al saber.
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