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Filosofía desde la trinchera

 

                                   03 de mayo de 2010

 

            La paz perpetua de Kant

 

            Bello ideal el de la paz perpetua de Kant. Es la filosofía de la historia y de la política por la que apuesto. Kant consideró que la ilustración era la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. Las causas de ésta eran la pereza y la cobardía. Ya hemos analizado esto en otras ocasiones. No nos vamos a detener aquí. Pero Kant decía que lo que hace al hombre mayor de edad es el uso de la razón, más concretamente, el uso público de la razón. Hace una distinción interesante entre uso público y uso privado. Dice: criticad todo lo que queráis pero obedeced. Esto parece una contradicción, pero no lo es. Lo que sucede es que Kant es partidario de una teoría continuista de la historia en la que se camina hacia un estado politico-ético mejor, pero no de forma necesaria. Esto es, que Kant está en contra de la teoría revolucionaria. Considera que la revolución no produce ningún progreso moral y político. Tras las revoluciones se sustituyen a unos por otros, pero no se alcanza mayor ilustración, que es, como sabemos, el uso libre de la razón, el pensar por uno mismo. Kant tiene en su mente el fin en el que acaban los bellos ideales de la revolución francesa. Por eso él opta por la ilustración. El uso privado garantiza el cumplimiento de las leyes y, con ello, el orden social. Y el uso público garantiza la posibilidad de criticar de la que se debe seguir el cambio de las leyes y la paulatina ilustración de todos los ciudadanos hasta que se llegue a las repúblicas libres. Para Kant el progreso está en la ilustración. Y ésta no se consigue a base de revoluciones, sino por el atreverse a pensar por uno mismo. El hacer un uso público de la razón. Esto es importante también porque nos encontramos que no hay en Kant, a mi manera de ver, un optimismo ingenuo sobre el progreso. El progreso moral y político está ligado al uso libre de la razón que está maniatada por la pereza y la cobardía. Es decir, que el progreso no se garantiza de forma automática, sino que exige de dos requisitos. Uno a nivel individual, ético, superar el miedo y la pereza; y, el segundo, a nivel político-social: crear las condiciones sociales y políticas en las que se dé la libertad de pensamiento. Si no se dan estas dos condiciones el hombre se mantiene esclavo. Por eso la ilustración, en tanto que progreso, no es un proceso automático y que nos llevará a una sociedad perfecta; sino que requiere del esfuerzo individual y colectivo. En términos aristotélicos podríamos decir que depende de la virtud como fuerza, hábito, costumbre, ejercicio y excelencia. Y aquí nos encontramos una simbiosis interesante entre Kant y Aristóteles que podríamos actualizar. También esta reflexión que hacemos aquí nos explica por qué, después de dos siglos, nos encontramos, aún en una época preilustrada. Ni el hombre ha sido capaz por sí mismo de alcanzar su libertad, ni la sociedad -incluyendo aquí las democracias, sobre todo, el modelo actual neoliberal- han puesto las condiciones debidas para la conquista de esta libertad. De una correcta lectura de Kant podemos sacar la idea de que el progreso es accidental y contingente. Un paso adelante no garantiza que sea para siempre.

 

            Y esto enlaza con la visión de la historia de Kant. El filósofo de Könisberg se pregunta si existe un fin de la historia (quiliasmo, en teología, fin de los tiempos) humana en sentido natural. Y nos dice que sí. Que el fin de la historia es la paz perpetua. Pero el fin de la historia va a ser aquí, si hemos entendido bien las explicaciones anteriores, un idea regulativa de la acción ético-política. Algo hacia lo que pretendemos llegar: un ideal histórico, no una necesidad.

 

            El máximo mal de la humanidad es la guerra, por tanto, el fin hacia el que pretendemos aspirar es, en palabras de Kant, el de la Paz Perpetua. Es decir, la eliminación de la guerra. Pero éste es un ideal regulativo, no el fin natural. No hay un determinismo histórico que nos lleve a ello. Todo depende de la voluntad del hombre, no del destino, ni de las leyes de la ciencia, la economía, y demás. Kant es un defensor del hombre. El futuro mejor no está garantizado, tenemos una idea que perseguir, y nada más. Y aquí, para explicarnos la barbarie contemporánea, tenemos que señalar el pesimismo kantiano sobre la naturaleza humana. Poco se puede hacer con “el fuste torcido” de la humanidad.

 

            Y la conquista de la paz perpetua consistiría en conseguir una sociedad cosmopolita de repúblicas libres asociadas. Hay que señalar aquí varios conceptos. El concepto de cosmopolitismo. Kant, al defender el ideal cosmopolita, superpone al hombre por encima del estado. Lo universal es la humanidad, o, lo que nos hace humanos, la libertad: nuestra dignidad. Y esto se desprende de la cuarta formulación del imperativo categórico. Obra siempre de tal manera que consideres al otro como un fin en sí mismo y no como un medio. Aquí reside la dignidad humana y su universalidad, así como la base ética del cosmopolitismo. Pero además dice: asociación de repúblicas libres. Kant sigue reconociendo a las naciones como forma de organización, a pesar de la universalidad del hombre. Pero esas repúblicas, señala, son libres. Y esto quiere decir que están constituidas por ciudadanos, hombres autónomos y libres: lo que se entiende por ilustrado. Y esta es la forma de alcanzar la paz y eliminar la guerra: la ilustración. Pero hemos de reconocer siempre que esta paz perpetua es un ideal de la historia, natural, no transcendental o divino, sino autónomo; es decir, del que nosotros somos responsables. Es la guía de acción inalcanzable que inspira nuestro proyecto y quehacer ético-político.

 

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