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Filosofía desde la trinchera

 

                                   12 de noviembre de 2009

 

            El pensamiento de Platón es tremendamente sugerente en todos los niveles, desde su ontología hasta su ética y política, pasando por la teoría del conocimiento. A pesar de la severa, y no exenta de razón,  crítica popperiana a su ideal político, el hecho es que de la crítica que arranca este ideal político platónico es de sumo interés y actualidad. Me refiero a la crítica que hace a la democracia. Pero antes de entrar en este asunto tengo algo que decir sobre su teoría del conocimiento y ontología; es decir, sobre el innatismo y el idealismo. A la larga la razón en la teoría de conocimiento y también en la ontología la ha tenido Platón frente a Aristóteles, no quiere ello decir que la razón sea completa, pero sí más acorde con la ciencia actual. Platón viene a decirnos que el único conocimiento verdadero, universal y necesario, por tanto, es el de las ideas, puesto que las ideas son universales y necesarias. El conocimiento sensible, el que tenemos a partir de los sentidos es un conocimiento aparente, por tanto es doxa, opinión, porque es particular y contingente. Ahora bien, las ideas que tenemos no las hemos aprendido a través de los sentidos, puesto que son sólo racionales. Esto implica que el conocimiento de las ideas es innato, nacemos con ellas. En este sentido dice Platón, el saber es recordar lo que ya sabemos y que lo habríamos aprendido en el mundo de las ideas donde habitan las almas antes de su reencarnación. Esto último forma parte de la mitología platónica para hacernos entender su teoría del conocimiento y de la realidad. Pero la reflexión que yo hago aquí es que se puede actualizar perfectamente desde las neurociencias actuales y la teoría de la evolución.

 

            En realidad, gran parte de nuestro conocimiento, es innato. Es nuestro cerebro el que conoce. Nosotros somos seres inmersos en la realidad, no hay pues una separación objeto sujeto, esto es un mito creado desde toda la tradición occidental. Los orientales tendrían mucho que enseñarnos a ese respecto porque consideran, como así es, el dualismo, como maya, apariencia. Pues como decía, en tanto que estamos sumergidos en la realidad de la cual tenemos noticias a través de nuestros sentidos, que serían como los interface de nuestro sistema, es nuestro cerebro el que modula esta información que no es más que diferentes formas de energía. Nuestro cerebro es una máquina de fabulación que construye la realidad y toda esta realidad viene mediatizada y es posible a través del lenguaje, que no es ningún ente etéreo, sino que tiene su lugar en nuestra estructura neuronal y que además es un producto de la evolución, un mecanismo adaptativo que, en principio, mientras que existe ha triunfado. Nuestro cerebro es el que crea el objeto. No existe el objeto puro y neutro, sí existe la realidad, lo contrario sería el idealismo que nos llevaría a un callejón sin salida que es el solipsismo. Ahora bien, el objeto es tal en tanto que es constituido por el sujeto. Pero para esto último tendrá que llegar kant que considera que el sujeto cognoscente, hoy diríamos el cerebro desde el punto de vista científico, constituye -y esto significa que es parte activa- el objeto. No se puede entender el objeto sin el sujeto. En el sujeto se da lo a priori del sujeto, que son las estructuras del conocimiento que residen en el cerebro y lo a posteriori que es la información, estrictamente física que nos viene por los sentidos. El objeto es una unidad que anula el dualismo. El objeto es una construcción. La realidad, en si misma, es incognoscible, porque es el sujeto el que constituye, construye o hace posible el objeto. Insisto que esto no es un idealismo, ni un subjetivismo, porque en última instancia el sujeto del conocimiento es universal. Y ahora es cuando hay que añadir la teoría de la evolución y hacer una filogénesis del conocimiento. Nuestras estructuras del conocimiento, asentadas en las diversas áreas del cerebro y mediatizadas por el lenguaje son un resultado de la evolución y, además, son comunes a la especie humana, esto es, son universales. No tenemos otras estructuras del conocimiento que las que tenemos como resultado de la evolución. Y ni siquiera podríamos imaginar cómo sería otro mundo pensado desde otras estructuras del conocimiento. Nuestras estructuras del conocimiento, innatas y a priori, son la condición de posibilidad de que se dé el objeto, pero, a su vez, son el límite, no podemos salir de ellas ni ver desde fuera.

 

            Esto me recuerda al asunto del positivismooo científico, corriente de la filosofía de la ciencia que pretende que el conocimiento científico es un conocimiento de los objetos tal y como estos son independientemente del sujeto. El positivismo fue una gran filosofía de la ciencia, pero errónea, lo peor es que quiso trasladar su método al las ciencias humanas y esto es ya peligroso. Me comenta Esteban Mira, del que hemos comentado su obra en este diario, que algunos le acusan de falta de objetividad por introducir una metodología en la que se utilizan los juicios de valor. Pues bien, estas críticas son una herencia de la ya muerta filosofía positivista. No existe el objeto neutro y puro separado del sujeto, ni siquiera en las llamadas ciencias duras o naturales, mucho menos en las “ciencias” humanas. La objetividad es construida, las fuentes no son neutrales, ni en sí mismo, ni a la hora de ser leídas. Pero, como digo, esto no implica, ni un idealismo ni un subjetivismo, porque existen unas estructuras universales del conocimiento que constituyen la racionalidad del ser humano. Hay  que decir aquí también que la filosofía positivista, anclada en el mito de la separación total entre sujeto y objeto ha abonado un mito de la ciencia al que podemos llamar cientificismo que ha sido un fiel aliado del poder precisamente a través de la idea de progreso. Éste último ha sido también considerado como algo inevitable, el destino de la humanidad y que se basa en el conocimiento positivo de la realidad (del objeto) lo cual nos permite a su vez la transformación de la misma. De esta manera, lo único que nos queda es plegarnos a ese desarrollo tecnocientífico. Pues bien, esto no es mas que un enmascaramiento de la realidad y una forma de dominio. Una idea justificadora de la acción del propio poder, en este caso, económico, militar y político.

 

            Vamos ahora con el asunto de la crítica a la democracia. Coincido, como he manifestado en otros lugares, con la crítica que hace Popper al estado platónico, pero considero que la raíz, como adelanté ya, de la construcción de la teoría platónica del estado es en lo esencial correcta. Y lo que viene a decirnos Platón es que la democracia, en tanto que poder del pueblo, es el poder de los ignorantes. Y siendo el poder de los ignorantes nunca podrá ser un gobierno justo. La democracia se rige por la retórica, que parte del presupuesto de que no hay vedad absoluta, todo es verdad, por tanto todo se puede defender. La forma de defender es el discurso. De lo que se trata es de convencer. Si partimos de estos presupuesto el ciudadano nunca va a intentar aprender, salir de la caverna, o –más modernamente- de Matrix. Ahora bien, el discurso retórico está hecho para hacernos ver un mundo de apariencias, un conocimiento meramente opinable. De tal forma que la retórica se convierte en un instrumento de manipulación de las mentes. Si entendemos la retórica hoy en día en toda su amplitud nos damos cuenta de que es omnipresente debido a la omnipresencia de los medios de comunicación. Estos son los que crearán la realidad que el pueblo ve, eliminando otras realidades, en la medida en la que no aparecen en los medios de comunicación. La ignorancia es el no saber que no se sabe, y cuando no tienes la posibilidad de comparar, sopesar, disentir, porque sólo se te presenta un mundo –el que al poder le interesa- entones resulta que el ciudadano está en la ignorancia. Su mente está absolutamente manipulada. La posibilidad de la manipulación de las mentes de las personas hoy en día es inmensa, desde luego que no total, entonces habríamos entrado en el fin. Por eso, en esencia, la crítica de Platón a la democracia sigue vigente, aunque su salida, su teoría del estado totalitario, quizás que no sea la mejor. Lo mejor sería una mejora de la democracia asumiendo el principio general de la imperfectibilidad de la misma. La democracia como una forma de vida y como una construcción diaria que tiene su base en valores universales como el respeto, el diálogo, la solidaridad, la honestidad, la justicia social, la igualdad y la libertad.

 

            Frente a la retórica Platón propone la dialéctica (el conocimiento verdadero o la filosofia). La dialéctica es el paso de lo concreto, el saber aparente y opinable al saber de lo universal, la ciencia. Pero como Platón relaciona el conocimiento con la ética por vía del intelectualismo moral entonces resulta que el conocimiento produce la virtud, además de que el conocimiento es, en sí mismo, una actividad liberadora, porque es precisamente la ignorancia lo que nos tiene esclavizado. El efecto del saber es la virtud y la libertad. Platón es pesimista (o, quizás, realista) y piensa que sólo unos cuantos pueden alcanzar esta sabiduría y que estos serán los gobernantes justos. La ilustración y por eso de ella surge la democracia, piensa que el pueblo, por medio de la educación universal, alcanzaría la ilustración: ser autónomos y libres. Pero me temo que esto fue una ilusión de la ilustración que sería necesario replantear, puesto que considero que el proyecto ilustrado sigue de alguna manera vigente. Lo que es cierto, como hemos comentado antes, es que Platón sigue teniendo razón en lo esencial de su crítica a la democracia, en el sentido en el que los ciudadanos hoy en día por mucha educación universal y obligatoria, siguen siendo esclavos de la apariencia, de la omnipresente retórica del poder a través de los medios de producción.

 

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