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Filosofía desde la trinchera

 

                                   12 de noviembre de 2009

 

            Leo un artículo en el diario El País del catedrático de ética y filosofía política, Fernandez Buey sobre lo que se viene diciendo de los estudiantes universitarios en lo que se refiere a su actitud política. Lo  que se viene a decir de ellos es que están despolitizados, que no se interesan por la política, que en otros tiempos los estudiantes eran más activos políticmente. Bien, más o menos, coincido con las tesis de Fernández Buey al respecto y las amplio al resto de la sociedad. En esencia lo que nos viene a decir es que los estudiantes no están despolitizados, sino que están desengañados de la política que tienen; es decir, de la política profesional. Podríamos decir, entonces, que el estudiante, como el ciudadano en general es tan activo políticamente como lo era antes, lo que ha ocurrido, pienso yo, es que el sistema de poder ha intentado absorber la capacidad de acción política. Lo que ocurre es que los gobernantes, los que ocupan el poder ejecutivo, solo quieren que los ciudadanos, estudiantes incluidos, participen de la política de la manera que ellos quieren y tienen reglamentada. En definitiva, es una forma de control de la posibilidad de protesta y una forma de canalizar la acción desde un pensamiento único vehiculado por la supuesta dignidad de las instituciones. Claro, desde este punto de vista y desde esta actitud, cada vez hay menos participación en esta política. El ciudadano en general está asqueado de la política que hacen los políticos. Cada vez participa menos incluso en las votaciones. Es más, está absolutamente desencantado y sabe que al sistema bipartidista al que hemos llegado, en el que asola la corrupción, ética, política y económica, no es de ninguna manera creíble. Por eso el ciudadano y el estudiante rechazan la política institucionalizada que, además, se ha convertido en un mecanismo de control. Las acciones de los estudiantes frente a mediadas políticas, así como la de ciudadanos descontentos son calificadas desde los ámbitos institucionales como radicales y, dense cuenta, peligrosas para la democracia. El cinismo del poder es tremendo. Aunque gobierne una supuesta izquierda, el poder es siempre de derecha y conservador. Ayer precisamente, en clase, hablando yo sobre la pérdida de la capacidad que tenemos de manifestarnos y de hacer huelgas y que a ello ha contribuido el poder, una alumna me decía que lo de la huelga es delicado porque se daña a terceros. Hombre, pues faltaría menos, que presión frente al poder económico y político tiene una huelga, sino es la producir un daño. Toda huelga, como forma de presión, de alguna manera es violenta; pero es lo único que nos queda para enfrentarnos al poder. La actitud de este último, que quiere regular el derecho de las protestas para, dice, preservar el derecho de los ciudadanos, ha eliminado la posibilidad y eficacia de las diferentes formas de presión. Y, por su parte, la actitud de los ciudadanos, que se han vuelto absolutamente recmodones, individualistas y antisolidarios, hace del instrumento político de acción social transfrmadora que son las huelgas y las manifestaciones, una manera radical e inaceptable de hacer política. En definitiva, lo que sucede es que el poder lo tiene todo atado y bien atado. Quiere extirpar el espíritu de rebeldía, quiere perpetuar las actuales formas de poder y de entender la democracia, que no son más que la preservación del borreguismo de los ciudadanos y la corrupción moral y política de la “clase” política.

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